Homilía Mons. Frassia en San Juan Bautista - de V. Alsina
FIESTA 
PATRONAL SAN JUAN BAUTISTA
Parroquia S J Bautista - Valentín Alsina
28 de 
junio 2014
Queridos 
hermanos:
Estamos 
celebrando las fiestas patronales de San Juan Bautista para toda la comunidad, 
para el colegio, para el párroco, para todos los que colaboran con él. Siempre 
que nos reunimos para celebrar una fiesta tratamos de dar lo mejor, que las 
cosas salgan bien, pero lo más importante es que vayamos interiorizándonos, cada 
día, de la figura de San Juan el Bautista.
Hijo de 
Isabel y  Zacarías, ya desde el vientre materno fue elegido para cumplir 
una misión: preparar el camino para Jesús. Cuando la Virgen va a saludar a su 
prima, Santa Isabel, el niño Juan “saltó de gozo en su vientre” ante la 
proximidad del Verbo de Dios que estaba en el seno virginal de 
María.
También 
nosotros fuimos elegidos por Dios y cada uno de nosotros tiene una vocación, 
estamos llamados por Dios. Y es simple, no es complicado. Antes no éramos nada y 
en un momento empezamos a existir en el vientre de nuestra mamá; empezamos a ser 
personas, luego nacimos. ¡La vida la hemos recibido! No se nos preguntó “ché 
¿vos querés nacer?”, “¿vos querés ser hijo de esta mamá y este papá?” ¡A nadie 
se nos preguntó! Recibimos la vida y por eso siempre tenemos que estar 
agradecidos a Dios y a nuestros padres, porque la vida es un regalo y un don de 
Dios.
La primera 
actitud es dar gracias, pero esta vida tiene una vocación y una misión que 
cumplir; ahora nos toca descubrir ¿para qué estamos acá, en este mundo, en la 
Argentina?, ¿para qué pertenecemos al Pueblo de Dios, que es la Iglesia?, ¿por 
qué soy hombre o soy mujer?, ¿por qué soy niño, mayor o anciano?, ¿por qué soy 
religiosa, religioso, sacerdote u Obispo? Cada uno de nosotros tiene una misión 
que cumplir.
Hay gente 
que todavía no se da cuenta de esto, que todavía “dura” en la vida. “Durar” es 
arrastrar el carrito mientras pasa el tiempo. ¡NO! No hay que “durar” hay que 
vivir. Vivir con nuestra propia vida, con la fuerza que Dios nos da, sabiendo 
que tenemos que hacer su voluntad y sabiendo que tenemos una misión que cumplir, 
llevándosela a los demás. ¡Pobres de nosotros, qué infelices somos, si no 
cumplimos con la misión!
Cuando los 
carteros de antes te daban una carta, porque alguien la escribió, esa carta 
tiene que llegar a destino; la misión del cartero es tomar la carta, llevarla a 
la casa, tocar el timbre y entregarla. Bueno, cada uno de nosotros somos como 
carteros: tenemos una misión, se nos entregó un mensaje y tenemos que llevarlo a 
destino. Como cartero yo no tengo derecho a tomar la carta, romperla y que no 
llegue a destino, ¡la carta tiene que llegar a su destino, porque no es mía, es 
de aquél que la mandó! Lo mismo pasa con el mensaje de Cristo: ¡no es mío!, ¡nos 
lo da y tenemos que entregarlo!, no puedo romper el mensaje, tengo que llevarlo 
a destino.
Una cosa 
que nos está pasando mucho -a los argentinos y también en la Iglesia- es que nos 
quedamos encerrados en nuestras cosas, en nuestro “mundito” y cuando esto pasa 
el aire se envicia; hay que abrir ventanas, abrir puertas y salir. 
También hay 
otra cosa seria: como son tantos los problemas que tenemos, económicos, de 
salud, la violencia que hay, la inseguridad -te roban en cualquier lado y por 
dos pesos son capaces de matarte-, por la violencia que viene de arriba y de 
abajo, de un costado y del otro, las medias verdades y medias mentiras, que todo 
se dice y muchas veces no se reconocen las cosas, que todo el mundo opina de 
todo como si de todo supieran, pero no saben y opinan igual porque la cuestión 
es hablar y hablar, así los periodistas hablan, la gente habla, todo el mundo 
habla; pero esto es entrar en una situación de 
superficialidad.
Hay algo 
peor todavía, y nosotros no somos así, la indiferencia,  “no hay que 
meterse”, “no hay que complicarse la vida”, “no hay que pensar porque te 
complicas la vida”, “no te metas porque vas a salir mal”, “no te preocupes de 
los demás porque te vas a complicar la vida”; de esta forma nos vamos aislando, 
aislando. Así se nos quita el entusiasmo, la fuerza de vivir, la voluntad de 
servir. Digo voluntad y no ganas porque muchas veces no tenemos ganas, pero 
nosotros no nos movemos por las “ganas”, nos movemos por la voluntad de servir, 
la voluntad del amor; servir, hacer el bien, crear conciencia de las cosas. 
Porque a veces nos burlamos de los demás, del bien común, de los otros, de 
todos. Así nos vamos como mordiendo y achicando; cosa que nos hace mucho 
mal.
Ustedes 
dirán ¿por qué el Obispo habla de estas cosas? Les digo, porque la fe tiene y 
nos lleva a un compromiso. La fe no es decir “me siento bien”, “que lindo”, y ya 
está, ¡NO! La fe es un compromiso y porque tengo fe tengo que servir, tengo que 
trabajar por la Iglesia, por los demás y me doy cuenta que tengo una misión ¡que 
no me la pueden robar y no puedo permitir que me la quiten!, que no debo 
olvidarla en cualquier rincón de la calle.
¡Por favor, 
despertémonos! ¡Por favor, reaccionemos! No tengamos una actitud de resignación, 
porque si nos resignamos vamos a vivir como derrotados y no hay que vivir como 
derrotados. ¡Tenemos a Dios, a Cristo, al Espíritu Santo! ¡Tenemos a la Virgen! 
¡Tenemos la historia de tantos mártires que dieron la vida por el Señor! Tenemos 
el ejemplo de San Juan el Bautista que no se calló y que le cortaron la cabeza 
por vivir y decir la verdad. Esa es nuestra misión.
Que la 
misión no se apague porque los demás no te la reconozcan. La misión tiene que 
seguir viviéndosela, haciéndosela. La fidelidad, la bondad, el trabajo, el 
sacrificio, el respeto, la decencia, el cuidado, la educación, ¡esos son los 
valores que tenemos que acuñar, trabajar, desarrollar, cultivar! Son muy 
importantes porque están en nosotros.
A veces 
digo a los chicos y a los jóvenes, creo que tenemos más responsabilidad los 
adultos, los grandes. Y a veces, los grandes hemos “tirado un poco la toalla”, 
dejamos de pelear, dijimos “bueno, que hagan lo que quieran”, “que hagan esto 
así no me molestan”. Los adultos nos estamos olvidando de nuestra 
responsabilidad.
Recuerdo 
cuando mi padre me decía que NO, me dolía; pero con el tiempo uno dice “¡qué 
bien que mi papá me dijo NO!” Hoy decimos todo que SI para que los chicos no 
molesten, para que no se enojen. ¡Que se enojen! Más vale que se enojen una vez 
pero que aprendan. El límite, el SI y el NO, son un bien dicho a tiempo, 
son  un valor y eso es educar a los hijos y a los 
nietos.
La misión 
no es simplemente “bueno, te van a llamar y te van a decir…” ¡NO!, la misión la 
tenemos acá adentro, el Espíritu Santo, simplemente hay que descubrirla y ver 
qué cosas soy capaz de hacer; a lo mejor tengo tiempo: puedo ir a un hospital a 
visitar un enfermo, o tengo una vecina que está sola y puedo ir a leerle el 
diario, o puedo ayudar a una persona a hacer un trámite. Cuando uno tiene 
conciencia de la misión encuentra trabajo, pero cuando uno no quiere 
comprometerse siempre tiene excusas para decir NO.
Que San 
Juan el Bautista nos toque y que cada uno responda. Tenemos que encontrar una 
respuesta a “¿y yo, qué cosas tengo que ofrecer a Dios, y qué cosas tengo que 
ofrecer a los demás, y no lo estoy haciendo? ¡No a “qué cosa la Iglesia me tiene 
que dar”!, sino “¿qué le voy a dar a la Iglesia?” “¿qué cosa le voy a dar a los 
demás?”, “¿qué cosa voy hacer por la Argentina, por la sociedad?, “¿qué cosa voy 
a hacer por la familia destruida, rota, fragmentada?, “¿qué cosa estoy dispuesto 
a hacer para cumplir con la misión?”! 
Sigamos el 
ejemplo de Juan el Bautista, que escuchó bien y respondió bien. Escuchemos bien 
y respondamos bien, independientemente de los resultados. Uno no hace las cosas 
para que lo aplaudan, o para sentirse bien. ¡Uno hace las cosas para hacer el 
bien! Eso es mejor; no lo hago para sentirme bien; lo hago porque debo hacer el 
bien; porque yo hombre, mujer, niño, adulto, anciano, tengo una misión y la 
quiero cumplir al final de mi vida. Se los deseo y me lo deseo de 
corazón.
Que así sea.

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