DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR





Lectura del libro de Isaías
50, 4-7

El mismo Señor me ha dado
una lengua de discípulo,
para que yo sepa reconfortar al fatigado
con una palabra de aliento.
Cada mañana, Él despierta mi oído
para que yo escuche como un discípulo.
El Señor abrió mi oído
y yo no me resistí ni me volví atrás.
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban
y mis mejillas a los que me arrancaban la barba;
no retiré mi rostro
cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda:
por eso, no quedé confundido;
por eso, endurecí mi rostro como el pedernal,
y sé muy bien que no quedaré defraudado.

Palabra de Dios.


Estamos en el tercer "cántico del Siervo del Señor", de Isaías. Un poema que nosotros vemos cumplido en Jesús de Nazaret. El cuarto, el más impresionante, lo proclamamos el Viernes Santo. Hoy se afirma de este Siervo que tiene "una lengua de discípulo, para que sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento". Pero también se dice que antes, "cada mañana, despierta mi oído para escuche como un discípulo". Escucha para luego poder comunicar las palabras de Dios. El Siervo es, además, consciente de que su misión va a ir acompañada de oposición: "ofrecí mi espalda a los que me golpeaban", siempre, eso sí, con la ayuda de Dios: "por eso no seré defraudado".



SALMO RESPONSORIAL                 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

R.    Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Los que me ven, se burlan de mí,
hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo:
«Confió en el Señor, que Él lo libre;
que lo salve, si lo quiere tanto». R.

Me rodea una jauría de perros,
me asalta una banda de malhechores;
taladran mis manos y mis pies.
Yo puedo contar todos mis huesos. R.

Se reparten entre sí mis ropas
y sortean mi túnica.
Pero Tú, Señor, no te quedes lejos;
Tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R.

Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos,
te alabaré en medio de la asamblea:
“Alábenlo, los que temen al Señor;
glorifíquenlo, descendientes de Jacob;
témanlo, descendientes de Israel.” R.





Lectura de la carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Filipos
2, 6-11

Jesucristo, que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:
al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte en cruz.
Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está por sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
“Jesucristo es el Señor”

Palabra de Dios.



EVANGELIO

    
a Pasión de nuestro Señor Jesucristo
      según san Mateo
26, 3-5. 1427, 66

¿Cuánto me darán si lo entrego?

CUnos días antes de la fiesta de Pascua, los Sumos Sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás, y se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con astucia y darle muerte. Pero decían:
S. «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo».
C. Entonces, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo:
S. «¿Cuánto me darán si se lo entrego?»
C. Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.

¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?

C. El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús:
S. «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual ?»
C. Él respondió:
a «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: "El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos"».
C. Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.

Uno de ustedes me entregará

C. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo:
a «Les aseguro que uno de ustedes me entregará».
C. Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno:
S. «¿Seré yo, Señor?» C. Él respondió:
a «El que acaba de servirse de la misma fuente que Yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquél por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!»
C. Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó:
S. «¿Seré yo, Maestro?»
a «Tú lo has dicho».
C. Le respondió Jesús.

Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre

C. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
a «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo».
C. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo:
a «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre».
C. Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.

Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño

C. Entonces Jesús les dijo:
a «Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: "Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño". Pero después que Yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea».
C. Pedro, tomando la palabra, le dijo:
S. «Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás».
C. Jesús le respondió:
a «Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces».
C. Pedro le dijo:
S. «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré».
C. Y todos los discípulos dijeron lo mismo.

Comenzó a entristecerse y a angustiarse

C. Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo:
a «Quédense aquí, mientras Yo voy allí a orar».
C. Y llevando con Él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo:
a «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo».
C. Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así:
a «Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya».
C. Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro:
a «¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil».
C. Se alejó por segunda vez y suplicó:
a «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad».
C. Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo:
a «Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar»

Se abalanzaron sobre Él y lo detuvieron

C. Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas; uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta señal:
S. «Es aquél a quien voy a besar. Deténganlo».
C. Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole:
S. «Salud, Maestro».
C. Y lo besó. Jesús le dijo:
a «Amigo, ¡cumple tu cometido!»
C. Entonces se abalanzaron sobre Él y lo detuvieron. Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús le dijo:
a «Guarda tu espada, porque el que a hierro mata, a hierro muere. ¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? Él pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles. Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder esto?»
C. Y en ese momento, Jesús dijo a la multitud:
a «¿Soy acaso un bandido, para que salgan a arrestarme con espadas y palos? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me detuvieron».
C. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

Verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso

C. Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo siguió de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y sentó con los servidores para ver cómo terminaba todo.
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte; pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos que declararon:
S. «Este hombre dijo: "Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días"».
C. El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús:
S. «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?»
C. Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió:
S. «Te conjuro por el Dios vivo a queme digas si Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios».
C. Jesús le respondió:
a «Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo».
C. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:
S. «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?»
C. Ellos respondieron:
S. «Merece la muerte».
C. Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban, diciéndole:
S. «Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó».

Antes que cante el gallo, me negarás tres veces

C. Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo:
S. «Tú también estabas con Jesús, el Galileo».
C. Pero él lo negó delante de todos, diciendo:
S. «No sé lo que quieres decir».
C. Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí:
S. «Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno».
C. Y nuevamente Pedro negó con juramento:
S. «Yo no conozco a ese hombre».
C. Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a "Pedro y le dijeron:
S. «Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona».
C. Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo, y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: «Antes que cante el gallo, me negarás tres veces». Y saliendo, lloró amargamente.

Entregaron a Jesús a Pilato, el gobernador

C. Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron.

No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre

C. Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo:
S. «He pecado, entregando sangre inocente».
C. Ellos respondieron:
S. «¿Qué nos importa? Es asunto tuyo».
C. Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron:
S. «No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre».
C. Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado «del alfarero», para sepultar a los extranjeros. Por esta razón se lo llama hasta el día de hoy «Campo de sangre». Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: «y ellos recogieron las treinta monedas de plata, cantidad en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los israelitas. Con el dinero se compró el "Campo del alfarero", como el Señor me lo había ordenado».

¿Tú eres el rey de los judíos?

C. Jesús compareció ante el gobernador, y éste le preguntó:
S. «¿Eres Tú el rey de los judíos?»
C. Él respondió:
a «Tú lo dices».
C. Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada. Pilato le dijo:
S. «¿No oyes todo lo que declaran contra ti?»
C. Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador. En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había entonces uno famoso, llamado Jesús Barrabás. Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido:
S. «¿A quién quieren que ponga en libertad, a Jesús Barrabás o a Jesús llamado el Mesías?»
C. Él sabía bien que lo habían entregado por envidia. Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir:
S. «No te mezcles en el asunto de ese justo porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho».
C. Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó:
S. «¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?»
C. Ellos respondieron:
S. «A Barrabás».
C. Pilato continuó:
S. «¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Todos respondieron:
S. «¡Que sea crucificado!»
C. Él insistió:
S. «¿Qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
S. «¡Que sea crucificado!»
C. Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo:
S. «Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes».
C. Y todo el pueblo respondió:
S. «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos».
C. Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.

Salud, rey de los judíos

C. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de Él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo. Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza; pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de Él, se burlaban, diciendo:
S. «Salud, rey de los judíos».
C. Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza. Después de haberse burlado de Él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.

Fueron crucificados con Él dos bandidos

C. Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa «lugar del Cráneo», le dieron de beber vino con hiel. Él lo probó, pero no quiso tomarlo. Después de crucificarlo, «los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron;» y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Al mismo tiempo, fueron crucificados con El dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz

C. Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían:
S. «Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!»
C. De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo:
S. «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en Él. "Ha confiado en Dios; que Él lo libre ahora si lo ama", ya que Él dijo: "Yo soy Hijo de Dios"».
C. También lo insultaban los bandidos crucificados con Él.

Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?

C. Desde. el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz:
a «Elí, lí, lemá sabactaní».
C. Que significa:
a «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C. C. Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
S. «Está llamando a Elías». En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían:
S. «Espera, veamos si Elías viene a salvarlo».
C. Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.

Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve silencio de adoración.

C. Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron:
S. «¡Verdaderamente, éste era Hijo de Dios!»
C. Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo.
Entre ellas estaban María Magdalena, María -la madre de Santiago y de José- y la madre de los hijos de Zebedeo.

José depositó el cuerpo de Jesús en un sepulcro nuevo

C. Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran. Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que sé había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue. María Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro.

Ahí tienen la guardia,
vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente

C. A la mañana siguiente, es decir, después del día de la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato, diciéndole:
S. «Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando aún vivía, dijo: "A los tres días resucitaré". Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo: "¡Ha resucitado!" Este último engaño sería peor que el primero».
C. Pilato les respondió:
S. «Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente».
C. Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la guardia.

Palabra del Señor.


Después de estos cuarenta días en los que nos hemos ido preparando interiormente para la Pascua, la fiesta de hoy nos abre la puerta a las celebraciones centrales del misterio de nuestra fe. Hoy vemos a Jesús que entra triunfante en Jerusalén, acompañado por sus discípulos y aclamado por todo el pueblo como rey y como Mesías. Pero la fiesta y la alegría de hoy pronto se convertirán en entrega, en pasión, en dolor. Jesús entra en Jerusalén para dar su vida en la cruz. Por eso, el carácter de esta fiesta es doble: la alegría de recibir a Jesús como Mesías, pero también la pasión y el sufrimiento de la cruz. 



LA CRUZ NOS LIBERA

1.- Jesús dio libremente su vida. El himno cristológico de la carta a los Filipenses refleja la entrega de Jesús, hasta vaciarse por nosotros. Este despojo lleva un nombre técnico en teología: es la "kenosis" de Cristo. Kenosis viene del griego "kenos", que significa precisamente "vacío". Se concretizó en una obediencia total a su misión, que era la voluntad del Padre. Y no sólo aceptó esta obediencia, sino que escogió también el vivirla hasta el final, "hasta la muerte y la muerte en la cruz", esta muerte que era reservada a los malhechores o a los esclavos. En este sentido, Jesús dio libremente su vida.
2.- Jesús sigue muriendo hoy día... El anonadamiento de Cristo es la puerta que conduce la glorificación. Por la cruz se llega a la luz. El centurión desvela todo el enigma que Marcos ha mantenido en secreto durante todo su evangelio. Sólo en la cruz se desvela el misterio. Ese Jesús crucificado es "verdaderamente el Hijo de Dios", es el Cristo, Mesías Ungido y esperado por el pueblo. Este himno nos introduce en el misterio pascual –muerte y resurrección de Cristo– que vamos a celebrar en el Triduo Santo. Jesús en este domingo de Ramos es aclamado por aquellos que después van a quitarle de en medio. Todo esto ocurre porque Jesús se mete en el mundo, asume el dolor de todos los hombres que hoy son "crucificados". Jesús se empeña en estar en todos los líos, se sitúa en las entrañas de la vida, allí donde se juega el futuro de la humanidad. El mundo es su sitio. No le va la muerte ni la marginación –siempre injusta–. Lucha por acabar con todo aquello que degrada al hombre, que le humilla y hunde en el abismo. Fue valiente, por eso le mataron tanto el poder político como el religioso. Pero Jesús sigue muriendo hoy día... Nosotros seguimos crucificando a muchos "cristos" y gritando: "¡Crucifícalo!".
3. – Aceptar nuestra propia cruz. No podemos quedarnos con la contemplación piadosa de un cuadro melodramático. La lectura de la pasión debe ayudarnos para descubrir el drama que hoy vive la humanidad y nuestra actitud ante ella. No se proclama la Pasión de Jesús para contemplar o imaginar un espectáculo masoquista que nos muestra cómo unos hombres malos mataron al Hijo de Dios. Tampoco se proclama para que los fieles nos demos golpes de pecho y lloremos desgarradamente por el “pecado de Adán”. No podemos olvidar que Él cargó con nuestros pecados. Aceptar nuestra propia cruz nos cuesta mucho, pero nos puede ayudar a llegar hasta Dios.
“Una vez un joven andaba buscando al Señor, pues quería ser su amigo. El Señor estaba en el bosque preparando cruces para que sus amigos le siguiéramos. El joven encontró al Señor y cargó con una cruz. Era grande, pesada y tenía nudos que le herían en la espalda. Un diablejo se le cruzó y le ofreció un hacha. Fue cortando trozos a la cruz para calentarse por la noche. Cortó los nudos y ya no le dañaba. Así, lisa y pequeña, resultaba bonita. Casi podría colgársela al cuello como adorno. Pero al llegar al reino vio que la puerta estaba en lo alto de la muralla. «Apoya la cruz en la muralla y trepa por los nudos», le dijo el Señor. Pero la había recortado y pulido tanto que no podía subir. «Vuelve sobre tus pasos, le insistió el Señor, y si ves a alguno agobiado, ayúdale y así podréis subir juntos los dos con la cruz de tu amigo”.
Ayudemos nosotros a llevar la cruz a aquellos que sufren su peso… Su cruz puede ayudarnos a subir al Reino…
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José María Martín OSA

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