Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 19, 25-27




Junto a la cruz de Jesús, estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien El amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre».
Y desde aquella Hora, el discípulo la recibió como suya.
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? Es preciso recordar que, según la tradición, de hecho, la Virgen reconoció a Juan como hijo suyo; pero ese privilegio fue interpretado por el pueblo cristiano, ya desde el inicio, como signo de una generación espiritual referida a la humanidad entera.

La maternidad universal de María, la "Mujer" de las bodas de Caná y del Calvario, recuerda a Eva, "madre de todos los vivientes" (Gn 3, 20). Sin embargo, mientras ésta había contribuido al ingreso del pecado en el mundo, la nueva Eva, María, coopera en el acontecimiento salvífico de la Redención. Así en la Virgen, la figura de la "mujer" queda rehabilitada y la maternidad asume la tarea de difundir entre los hombres la vida nueva en Cristo.

Con miras a esa misión, a la Madre se le pide el sacrificio, para Ella muy doloroso, de aceptar la muerte de su Unigénito. Las palabras de Jesús: "Mujer, he ahí a tu hijo", permiten a María intuir la nueva relación materna que prolongaría y ampliaría la anterior. Su "sí" a ese proyecto constituye, por consiguiente, una aceptación del sacrificio de Cristo, que Ella generosamente acoge, adhiriéndose a la voluntad divina. Aunque en el designio de Dios la maternidad de María estaba destinada desde el inicio a extenderse a toda la humanidad, sólo en el Calvario, en virtud del sacrificio de Cristo, se manifiesta en su dimensión universal.

Las palabras de Jesús: "He ahí a tu hijo", realizan lo que expresan, constituyendo a María Madre de Juan y de todos los discípulos destinados a recibir el don de la gracia divina.

Jesús en la cruz no proclamó formalmente la maternidad universal de María, pero instauró una relación materna concreta entre Ella y el discípulo predilecto. En esta opción del Señor se puede descubrir la preocupación de que esa maternidad no sea interpretada en sentido vago, sino que indique la intensa y personal relación de María con cada uno de los cristianos.

Ojalá que cada uno de nosotros, precisamente por esta maternidad universal concreta de María, reconozca plenamente en Ella a su Madre, encomendándose con confianza a su amor materno.

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