Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 26, 3-5. 14-27, 66
                              
                              ¿Cuánto me darán si lo entrego?
                              
                              C.
                              
                              
                              Unos días antes de la fiesta de Pascua, los Sumos 
                              Sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron 
                              en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás, 
                              y se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con 
                              astucia y darle muerte. Pero decían: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se 
                              produzca un tumulto en el pueblo».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Entonces, uno de los Doce, llamado Judas 
                              Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les 
                              dijo:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «¿Cuánto me darán si se lo entrego?» 
                              
                              C.
                              
                              
                              Y resolvieron darle treinta monedas de plata. 
                              Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión 
                              favorable para entregarlo.
                              
                              
                              ¿Dónde quieres que te preparemos la comida 
                              pascual?
                              
                              C. 
                              El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron 
                              a preguntar a Jesús:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «¿Dónde quieres que te preparemos la comida 
                              pascual ?» 
                              
                              C.
                              
                              
                              Él respondió:
                              
                              a
                              
                              
                              «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y 
                              díganle: "El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy 
                              a celebrar la Pascua en tu casa con mis 
                              discípulos"». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y 
                              prepararon la Pascua.
                              
                              Uno 
                              
                              de ustedes me entregará
                              
                              C.
                              
                              
                              Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, 
                              mientras comían, Jesús les dijo: 
                              a
                              
                              
                              «Les aseguro que uno de ustedes me entregará».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Profundamente apenados, ellos empezaron a 
                              preguntarle uno por uno: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «¿Seré yo, Señor?» C. Él respondió:
                              
                              a
                              
                              
                              «El que acaba de servirse de la misma fuente que 
                              Yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se 
                              va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquél por 
                              quien el Hijo del hombre será entregado: más le 
                              valdría no haber nacido!» 
                              
                              C.
                              
                              
                              Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «¿Seré yo, Maestro?»
                              
                              a
                              
                              
                              «Tú lo has dicho». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Le respondió Jesús.
                              
                              
                              Esto 
                              
                              es mi cuerpo. Ésta es mi sangre
                              
                              C.
                              
                              
                              Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la 
                              bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, 
                              diciendo:
                              
                              a
                              
                              
                              «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Después tomó una copa, dio gracias y se la 
                              entregó, diciendo: 
                              a
                              
                              
                              «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la 
                              Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos 
                              para la remisión de los pecados. Les aseguro que 
                              desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, 
                              hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo 
                              en el Reino de mi Padre». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Después del canto de los Salmos, salieron hacia el 
                              monte de los Olivos. 
                              
                              Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del 
                              rebaño
                              
                              C.
                              
                              
                              Entonces Jesús les dijo: 
                              a
                              
                              
                              «Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a 
                              causa de mí. Porque dice la Escritura: "Heriré al 
                              pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño". 
                              Pero después que Yo resucite, iré antes que 
                              ustedes a Galilea». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Pedro, tomando la palabra, le dijo:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no 
                              me escandalizaré jamás». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Jesús le respondió:
                              
                              a
                              
                              
                              «Te aseguro que esta misma noche, antes que cante 
                              el gallo, me habrás negado tres veces». 
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Pedro le dijo:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Y todos los discípulos dijeron lo mismo. 
                              
                              
                              Comenzó a entristecerse y a angustiarse
                              
                              C.
                              
                              
                              Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una 
                              propiedad llamada Getsemaní, les dijo: 
                              a
                              
                              
                              «Quédense aquí, mientras Yo voy allí a orar».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Y llevando con Él a Pedro y a los dos hijos de 
                              Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. 
                              Entonces les dijo: 
                              a
                              
                              
                              «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense 
                              aquí, velando conmigo». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en 
                              tierra, orando así: 
                              a
                              
                              
                              «Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí 
                              este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la 
                              tuya». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Después volvió junto a sus discípulos y los 
                              encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: 
                              
                              a
                              
                              
                              «¿Es posible que no hayan podido quedarse 
                              despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Estén 
                              prevenidos y oren para no caer en la tentación, 
                              porque el espíritu está dispuesto, pero la carne 
                              es débil». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Se alejó por segunda vez y suplicó: 
                              a
                              
                              
                              «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que 
                              yo lo beba, que se haga tu voluntad».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Al regresar los encontró otra vez durmiendo, 
                              porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente 
                              se alejó de ellos y oró por tercera vez, 
                              repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto 
                              a sus discípulos y les dijo: 
                              a
                              
                              
                              «Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la 
                              hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado 
                              en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya 
                              se acerca el que me va a entregar»
                              
                              Se abalanzaron sobre Él y lo detuvieron
                              
                              C.
                              
                              
                              Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas; 
                              uno de los Doce, acompañado de una multitud con 
                              espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes 
                              y los ancianos del pueblo. El traidor les había 
                              dado esta señal: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «Es aquél a quien voy a besar. Deténganlo». 
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «Salud, Maestro».
                              
                              C.
                              
                              
                              Y lo besó. Jesús le dijo:
                              
                              a
                              
                              
                              «Amigo, ¡cumple tu cometido!»
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Entonces se abalanzaron sobre Él y lo detuvieron. 
                              Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e 
                              hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole 
                              la oreja. Jesús le dijo: 
                              a
                              
                              
                              «Guarda tu espada, porque el que a hierro mata, a 
                              hierro muere. ¿O piensas que no puedo recurrir a 
                              mi Padre? Él pondría inmediatamente a mi 
                              disposición más de doce legiones de ángeles. Pero 
                              entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, 
                              según las cuales debe suceder esto?» 
                              
                              C.
                              
                              
                              Y en ese momento, Jesús dijo a la multitud:
                              a
                              
                              
                              «¿Soy acaso un bandido, para que salgan a 
                              arrestarme con espadas y palos? Todos los días me 
                              sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me 
                              detuvieron». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que 
                              escribieron los profetas. Entonces todos los 
                              discípulos lo abandonaron y huyeron. 
                              
                              Verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del 
                              Todopoderoso
                              
                              C.
                              
                              
                              Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a 
                              la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían 
                              reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo 
                              siguió de lejos hasta el palacio del Sumo 
                              Sacerdote; entró y sentó con los servidores para 
                              ver cómo terminaba todo. 
                              Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban 
                              un falso testimonio contra Jesús para poder 
                              condenarlo a muerte; pero no lo encontraron, a 
                              pesar de haberse presentado numerosos testigos 
                              falsos. Finalmente, se presentaron dos que 
                              declararon: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «Este hombre dijo: "Yo puedo destruir el Templo de 
                              Dios y reconstruirlo en tres días"». 
                              
                              C.
                              
                              
                              El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a 
                              Jesús: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran 
                              contra ti?» 
                              
                              C.
                              
                              
                              Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «Te conjuro por el Dios vivo a queme digas si Tú 
                              eres el Mesías, el Hijo de Dios». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Jesús le respondió: 
                              a
                              
                              
                              «Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora 
                              en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la 
                              derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes 
                              del cielo». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, 
                              diciendo: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de 
                              testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué 
                              les parece?»
                              
                              C.
                              
                              
                              Ellos respondieron:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «Merece la muerte».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. 
                              Otros lo golpeaban, diciéndole: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te 
                              golpeó». 
                              
                              Antes que cante el gallo, me negarás tres veces
                              
                              C.
                              
                              
                              Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el 
                              patio. Una sirvienta se acercó y le dijo:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «Tú también estabas con Jesús, el Galileo». 
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Pero él lo negó delante de todos, diciendo:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «No sé lo que quieres decir». 
                              
                              C. 
                              
                              Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra 
                              sirvienta y dijo a los que estaban allí: 
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el 
                              Nazareno». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Y nuevamente Pedro negó con juramento: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «Yo no conozco a ese hombre». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Un poco más tarde, los que estaban allí se 
                              acercaron a "Pedro y le dijeron: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu 
                              acento te traiciona». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no 
                              conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo, y 
                              Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: 
                              «Antes que cante el gallo, me negarás tres veces». 
                              Y saliendo, lloró amargamente. 
                              
                              Entregaron a Jesús a Pilato, el gobernador
                              
                              C.
                              
                              
                              Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y 
                              ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de 
                              hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado, 
                              lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo 
                              entregaron.
                              
                              No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es 
                              precio de sangre
                              
                              C.
                              
                              
                              Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había 
                              sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió 
                              las treinta monedas de plata a los sumos 
                              sacerdotes y a los ancianos, diciendo: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «He pecado, entregando sangre inocente».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Ellos respondieron: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «¿Qué nos importa? Es asunto tuyo». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, 
                              salió y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, juntando 
                              el dinero, dijeron: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es 
                              precio de sangre». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Después de deliberar, compraron con él un campo, 
                              llamado «del alfarero», para sepultar a los 
                              extranjeros. Por esta razón se lo llama hasta el 
                              día de hoy «Campo de sangre». Así se cumplió lo 
                              anunciado por el profeta Jeremías: «y ellos 
                              recogieron las treinta monedas de plata, cantidad 
                              en que fue tasado aquel a quien pusieron precio 
                              los israelitas. Con el dinero se compró el "Campo 
                              del alfarero", como el Señor me lo había 
                              ordenado». 
                              
                              ¿Tú eres el rey de los judíos?
                              
                              C.
                              
                              
                              Jesús compareció ante el gobernador, y éste le 
                              preguntó:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «¿Eres Tú el rey de los judíos?» 
                              
                              C.
                              
                              
                              Él respondió:
                              
                              a
                              
                              
                              «Tú lo dices».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los 
                              ancianos, no respondió nada. Pilato le dijo:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «¿No oyes todo lo que declaran contra ti?»
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y 
                              esto dejó muy admirado al gobernador. En cada 
                              Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en 
                              libertad a un preso, a elección del pueblo. Había 
                              entonces uno famoso, llamado Jesús Barrabás. 
                              Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido:
                              
                              S.
                              
                              
                              «¿A quién quieren que ponga en libertad, a Jesús 
                              Barrabás o a Jesús llamado el Mesías?»
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Él sabía bien que lo habían entregado por envidia. 
                              Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer 
                              le mandó decir: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «No te mezcles en el asunto de ese justo porque 
                              hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo 
                              sufrir mucho».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los 
                              ancianos convencieron a la multitud que pidiera la 
                              libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Tomando 
                              de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «¿A cuál de los dos quieren que ponga en 
                              libertad?»
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Ellos respondieron: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «A Barrabás».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Pilato continuó:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?»
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Todos respondieron:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «¡Que sea crucificado!»
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Él insistió:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «¿Qué mal ha hecho?»
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «¡Que sea crucificado!»
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Al ver que no se llegaba a nada, sino que 
                              aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se 
                              lavó las manos delante de la multitud, diciendo:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de 
                              ustedes».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Y todo el pueblo respondió: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre 
                              nuestros hijos».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a 
                              Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó 
                              para que fuera crucificado.
                              
                              Salud, rey de los judíos
                              
                              C.
                              
                              
                              Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al 
                              pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor 
                              de Él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un 
                              manto rojo. Luego tejieron una corona de espinas y 
                              la colocaron sobre su cabeza; pusieron una caña en 
                              su mano derecha y, doblando la rodilla delante de 
                              Él, se burlaban, diciendo: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «Salud, rey de los judíos».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le 
                              golpeaban la cabeza. Después de haberse burlado de 
                              Él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus 
                              vestiduras y lo llevaron a crucificar. 
                              
                              Fueron crucificados con Él dos bandidos
                              
                              C.
                              
                              
                              Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, 
                              llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. 
                              Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que 
                              significa «lugar del Cráneo», le dieron de beber 
                              vino con hiel. Él lo probó, pero no quiso tomarlo. 
                              Después de crucificarlo, «los soldados sortearon 
                              sus vestiduras y se las repartieron;» y sentándose 
                              allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron 
                              sobre su cabeza una inscripción con el motivo de 
                              su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos». 
                              Al mismo tiempo, fueron crucificados con El dos 
                              bandidos, uno a su derecha y el otro a su 
                              izquierda. 
                              
                              Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz
                              
                              C.
                              
                              
                              Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la 
                              cabeza, decían: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo 
                              vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres 
                              Hijo de Dios, y baja de la cruz!»
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto 
                              con los escribas y los ancianos, se burlaban, 
                              diciendo:
                              
                              S.
                              
                              
                              «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí 
                              mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz 
                              y creeremos en Él. "Ha confiado en Dios; que Él lo 
                              libre ahora si lo ama", ya que Él dijo: "Yo soy 
                              Hijo de Dios"».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              También lo insultaban los bandidos crucificados 
                              con Él.
                              
                              
                              Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?
                              
                              C.
                              
                              
                              Desde. el mediodía hasta las tres de la tarde, las 
                              tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres 
                              de la tarde, Jesús exclamó en alta voz:
                              
                              a
                              
                              
                              «Elí, lí, lemá sabactaní».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Que significa:
                              
                              a
                              
                              
                              «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              
                              Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, 
                              dijeron: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «Está llamando a Elías». En seguida, uno de ellos 
                              corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre 
                              y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de 
                              beber. Pero los otros le decían: 
                              
                              S.
                              
                              
                              «Espera, veamos si Elías viene a salvarlo».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, 
                              entregó su espíritu. 
                              Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve 
                              silencio de adoración. 
                              
                              C.
                              
                              
                              Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en 
                              dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas 
                              se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos 
                              cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, 
                              saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, 
                              entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a 
                              mucha gente. El centurión y los hombres que 
                              custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo 
                              que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: 
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «¡Verdaderamente, éste era Hijo de Dios!» 
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: 
                              eran las mismas que habían seguido a Jesús desde 
                              Galilea para servirlo.
                              Entre ellas estaban María Magdalena, María -la 
                              madre de Santiago y de José- y la madre de los 
                              hijos de Zebedeo. 
                              
                              José depositó el cuerpo de Jesús en un sepulcro 
                              nuevo
                              
                              C.
                              
                              
                              Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, 
                              llamado José, que también se había hecho discípulo 
                              de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el 
                              cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo 
                              entregaran. Entonces José tomó el cuerpo, lo 
                              envolvió una sábana limpia y lo depositó en un 
                              sepulcro nuevo que sé había hecho cavar en la 
                              roca. Después hizo rodar una gran piedra a la 
                              entrada del sepulcro, y se fue. María Magdalena y 
                              la otra María estaban sentadas frente al sepulcro.
                              
                              
                              Ahí tienen la guardia,
                              
                              vayan y aseguren la vigilancia como lo crean 
                              conveniente
                              
                              C.
                              
                              
                              A la mañana siguiente, es decir, después del día 
                              de la Preparación, los sumos sacerdotes y los 
                              fariseos se reunieron y se presentaron ante 
                              Pilato, diciéndole:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese 
                              impostor, cuando aún vivía, dijo: "A los tres días 
                              resucitaré". Ordena que el sepulcro sea custodiado 
                              hasta el tercer día, no sea que sus discípulos 
                              roben el cuerpo y luego digan al pueblo: "¡Ha 
                              resucitado!" Este último engaño sería peor que el 
                              primero». 
                              
                              C.
                              
                              
                              Pilato les respondió:
                              
                              
                              S.
                              
                              
                              «Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la 
                              vigilancia como lo crean conveniente».
                              
                              
                              C.
                              
                              
                              Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del 
                              sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la 
                              guardia.
                              
                              
                              Palabra del Señor.

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