¿Por qué los adultos se acercan más a la Iglesia? Seis razones
Lo primero que puedo 
decir es que la clasificación de las personas por su edad me parece inadecuada, 
ya que la edad no es más que un accidente dentro de lo que somos y la dignidad 
que Dios nos ha dado. Pero es cierto que en el flujo en entradas y salidas de la 
Iglesia, los jóvenes tienden a salir y los mayores a entrar. Pero hay que 
matizar. 
No es totalmente 
cierto que los jóvenes dejen la Iglesia ya que la mayoría nunca han estado 
totalmente integrados. Los padres podemos bautizarlos, apoyarlos, formarlos e 
intentar que encuentren su sitio dentro de la comunidad, pero el sí es cosa de 
nuestros hijos y el Señor. De siempre, muchos jóvenes que deciden ver qué hay 
más allá de las puertas de la parroquia y sienten ganas de romper los lazos que 
les atan con algo que no han elegido por sí mismos. La simple curiosidad de 
vivir con una aparente libertad, atrae con fuerza. Recordemos que el Hijo 
Prodigo volvió transformado por su experiencia de la 
libertad.
Aunque nos alejemos, 
siempre existe un momento en que nos planteamos volver. Unas veces es el momento 
en que nos convertimos de repente en padres. Ese cambio de estatus produce 
consecuencias maravillosas, ya que empezamos a ver la vida desde un nuevo punto 
de vista. Ningún joven será capaz de ver la vida de forma similar a la que 
tendrá cuando sea padre. Hoy en día ocurren dos situaciones que distorsionan 
este momento de forma considerable. La primera es el hecho de casarnos más allá 
de los 30 años y empezar a tener hijos sobre los 35 años. El segundo es el 
artificial alargamiento de la adolescencia debido a los modelos sociales que 
aceptamos como ideales. 
Otro momento de 
retorno se da cuando perdemos a nuestros padres. En ese momento sentimos que 
cambia toda nuestra perspectiva vital y buscamos reencontrarnos con esa solidez 
que admirábamos en ellos. Pero existen casos en que la vuelta se da por fracasos 
materiales o laborales, por problemas emocionales, por el tremendo vacío que 
sentimos en nosotros mismos. 
Me voy a aventurar a 
sugerir seis razones por las que los adultos vuelven a la Iglesia, aunque tengo 
claro que hay tantas razones  como 
personas: 
•Porque nos damos 
cuenta que nuestras fuerzas no lo pueden conseguir todo.
•Porque nos damos 
cuenta que necesitamos de una comunidad donde vivir la trascendencia. Los 
amigos, asociaciones y grupos varios son entornos estupendos para divertirse, 
emprender proyectos o simplemente pasar el rato. Pero, en el fondo la necesidad 
de unirnos de forma profunda a una comunidad late con más fuerza según nos 
hacemos mayores.
•Porque hemos perdido 
el miedo al “qué dirán”. Una vez nos damos cuenta que las apariencias son 
engaños más o menos bonitos, buscamos algo sólido en donde las apariencias dejen 
de tener relevancia. En una comunidad cristiana de verdad, todo lo aparente 
queda en la puerta y podemos sentimos nosotros mismos. Somos aceptamos tal como 
somos y apreciados como hijos de Dios. 
•Porque entendemos que 
Dios nos ama y espera a que volvamos. Se vive en carne real la parábola del hijo 
pródigo, porque todos somos hijos pródigos en mayor o menor 
medida.
•Porque podemos haber 
crecido en muchos aspectos de la vida: familia, trabajo, estudios, amigos, etc, 
pero sentimos que hemos aparcado el crecimiento espiritual y nos acucia la 
necesidad de atender a esa demanda interior.
•Por que la vida 
siempre tiene una proporción de sufrimiento y nadie mejor que la Iglesia puede 
ayudarnos a vivir, entender y aceptar nuestros límites humanos. Lo cierto es que 
también existen prejuicios que nos impiden que demos el primer paso para volver. 
Algunos de ellos son: 
Ver a quienes estamos 
dentro como hipócritas que queremos aparentar una santidad que no 
tenemos.
Porque confundimos la 
acciones de quienes han pertenecido a la Iglesia con la propia Iglesia. Miramos 
sesgadamente a la Iglesia desde todos aquellos que la ha utilizado para sus 
fines egoístas y criminales. 
Porque sentimos que 
seremos despreciados y minusvalorados si se sabe que somos miembros activos y 
comprometidos de la Iglesia.
Porque sentimos 
vergüenza y culpa y no queremos que nadie lo conozca.
La gran pregunta que 
nos podemos hacer es ¿Por qué nos cuesta tanto volver? Y la respuesta es doble: 
soberbia y vergüenza. Soberbia porque no queremos aceptar que nos equivocamos. 
Vergüenza, de evidenciar que somos igual de falibles y limitados que las demás 
personas. Cuando nos damos cuenta que ambas posturas son simples excusas que no 
hacen más que dañarnos, es cuando el primer paso está cerca. Sólo hay que darlo.  

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