Lectura del santo Evangelio según san Juan 12, 24-26
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Les
aseguro que si el grano de trigo que cae en la
tierra no muere, queda solo; pero si muere, da
mucho fruto.
El que ama su vida la perderá; pero el que odia su
vida en este mundo la conservará para la vida
eterna.
El que quiera servirme, que me siga, y donde yo
esté, estará también mi servidor. El que quiera
servirme será honrado por mi Padre».
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir,
Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Cuando uno teme morir puede
encontrar serios obstáculos en su forma de amar.
La fecundidad viene del amor verdadero, que Dios
ha infundido en nuestros corazones. El verdadero
discípulo de Jesús debe seguirlo a Él hacia su
glorificación en Dios, sabiendo que, sin miedo a
los riesgos, sin miedo a las amenazas de quienes
quieran silenciar al enviado de Dios, debe incluso
afrontar la propia muerte como un signo de amor
fecundo que haga brotar en uno mismo y en los
demás la vida eterna; y esto no por nosotros
mismos, sino por nuestra unión fiel y constante a
Aquel que nos ha amado hasta dar su vida para que
nosotros tengamos vida. Este amor, llevado hasta
el extremo, es lo que hizo que el Hombre Jesús
llegara a su perfección a través de su obediencia
y de su muerte en cruz. Sólo aquel que va
entregando su vida para la perfección de los demás
va creciendo en el amor hasta llegar a la plenitud
en el Señor, hasta poder llegar a ser reconocido
por el Padre Dios como su hijo amado, en quien Él
se complace. Vivamos, pues, en un amor verdadero,
constante y cada vez más perfecto no sólo a Dios,
sino también a nuestro prójimo, a quien hemos sido
enviados tanto para anunciarle el Evangelio como
para transmitirle la Vida y el Espíritu de Dios
que Él nos ha comunicado a nosotros.
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