Segunda Semana de Cuaresma/ liturgia de la Palabra

 




 Lectura del libro de Jeremías

18, 18-20

 

Los hombres de Judá y los habitantes de Jerusalén dijeron: «¡Vengan, tramemos un plan contra Jeremías, porque no le faltará la instrucción al sacerdote, ni el consejo al sabio, ni la palabra al profeta! Vengan, inventemos algún cargo contra él, y no prestemos atención a sus palabras».

 

¡Préstame atención, Señor,

y oye la voz de los que me acusan!

¿Acaso se devuelve mal por bien

para que me hayan cavado una fosa?

Recuerda que yo me presenté delante de ti

para hablar en favor de ellos,

para apartar de ellos tu furor.

 

Palabra de Dios.

 

Jeremías es un profeta y, sobre todo, un hombre. Todavía joven, se dejó seducir por Yahvé, y ya no conoció nunca el descanso. No se dedicó a proclamar oráculos de felicidad ni a dirigir lisonjas a los que le oían, como tantos falsos profetas... No, la palabra del Señor es una espada de doble filo, y el profeta recibió la misión y la «autoridad para arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar». Comprometido en el combate absoluto por Dios, encontró a menudo escepticismo y sarcasmo. Entonces se rebeló, reprochó a Dios el haberle proyectado hacia la vida pública e incluso pidió la derrota de sus enemigos. Aquí, exhala su queja y entrega a sus perseguidores a la venganza divina. Todavía estamos lejos del «Perdónalos, porque no saben lo que hacen...».


 

SALMO RESPONSORIAL                    30, 5-6. 14-16

 

R.    ¡Sálvame, Señor, por tu misericordia!

 

Sácame de la red que me han tendido,

porque Tú eres mi refugio.

Yo pongo mi vida en tus manos:

Tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. R.

 

Oigo los rumores de la gente

y amenazas por todas partes,

mientras se confabulan contra mí

y traman quitarme la vida. R.

 

Pero yo confío en ti, Señor, y te digo: «Tú eres mi Dios,

mi destino está en tus manos».

Líbrame del poder de mis enemigos

y de aquéllos que me persiguen. R.

 

 

 

 


    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

20, 17-28

 

Mientras Jesús subía a Jerusalén, llevó consigo a los Doce, y en el camino les dijo: «Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que se burlen de Él, lo azoten y lo crucifiquen, pero al tercer día resucitará».

Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante Él para pedirle algo.

«¿Qué quieres?», le preguntó Jesús.

Ella le dijo: «Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».

«No saben lo que piden», respondió Jesús. «¿Pueden beber el cáliz que Yo beberé?»

«Podemos», le respondieron.

«Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre».

Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».

 

Palabra del Señor.



No vino para ser servido, sino para


 servir


Ser llamado a seguir a Jesús es recorrer el mismo camino de entrega total a Dios, por el bien de la humanidad. Frente al hermoso proyecto que Jesús nos ofrece, como los discípulos, estamos enredados en buscar los primeros puestos o cargos. Esta Palabra nos plantea con claridad que tantas veces creemos estar recorriendo el camino con Jesús, pero el corazón y nuestra mente están en otra dirección. Como bautizados no estamos llamados a recibir reconocimientos y aplausos del mundo. Estamos llamados como comunidad a seguir a Jesús entregando la vida por él.Cuando me gana mi ego, mi individualismo, es natural que sufra la comunión fraterna. Necesitamos seguir trabajando para que el Evangelio sea el motor de todas las opciones. Subir para dar la vida, para abrazar la cruz. La clave la conocemos, de cada uno depende en qué sintonía me conecto, la de Jesucristo o la mundanidad.

 

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