lunes, 29 de febrero de 2016

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 4, 24-30


Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga:
«Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.
También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio» .
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús ensalza a dos extranjeros, A los judíos les duele, les duele mucho, tanto que pretenden despeñarlo. A veces el amor a lo nuestro, a la raza nos cierra a la verdad.
“Señor, abre nuestros ojos a la verdad, esté donde esté”
“Perdona y cura nuestra ceguera”

La cruz del viernes santo se va preparando con mucho tiempo. Jesús se va “ganando” el rechazo de las personas que se sienten aludidas por sus palabras. Ésta es también la historia de los profetas del Antiguo Testamento y de los cristianos que viven su fe con coherencia.
“Señor, danos una fe a prueba de rechazos”
“Ayúdanos a acoger con humildad la voz de los profetas”

Los paisanos de Jesús están ciegos. No reconocen que Él es el Mesías, el Hijo de Dios. También nosotros podemos estar ciegos o, al menos, con problemas de vista.

Señor, cura mi mirada apresurada y superficial y ayúdame a contemplar con serenidad y a descubrir la profundidad de lo que acontece.

Transforma mi mirada pesimista y ayúdame a ver signos de bondad y esperanza en  mi vida, en mi comunidad, en el mundo.

No dejes que mire por encima del hombro y ayúdame a ver desde abajo, al lado de los más pequeños.

Ensancha mi mirada, tantas veces interesada, y ayúdame a ver el sufrimiento de los hermanos y mis posibilidades de ayudar.

Purifica mi mirada implacable y ayúdame a mirarme y a mirar con misericordia cuando me equivoco, cuando alguien no hace lo que debe.

Dame una mirada creyente, para descubrirte en mí, en la vida de los que me ayudan y me necesitan, en la belleza de la creación, en los acontecimientos más grandes y más sencillos, más alegres y más duros de la vida.

En fin, Jesús, ayúdame a mirarme, a mirar al Padre, a las personas y al mundo, con el mismo amor con que tú miras a todo y a todos. Amén.

domingo, 28 de febrero de 2016

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 13, 1-9


En cierta ocasión se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. Él les respondió:
«¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera».
Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: "Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?"
Pero él respondió: "Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás"».
Palabra del Señor.



¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús no se cansa de hablar de la bondad de Dios: es como un Padre misericordioso, es como un viñador que cuida también la higuera sin frutos, como el pastor que busca a las ovejas perdidas...
“Señor, gracias por manifestarnos tu bondad”
“Penetra haznos experimentar cada día la grandeza de tu amor”

Pero tampoco nos engaña. Habla claro. Nos advierte. Podemos perder la vida si no acogemos su salvación, si no damos frutos, si lo rechazamos, si vivimos de espaldas al hermano, si dejamos la conversión para mañana... Muchas veces vivimos como si esta posibilidad no existiera. ¿Eres consciente? ¿Qué le dices a Dios?

    Una última reflexión. A veces hasta los cristianos pensamos que los accidentes y las enfermedades son un castigo de Dios por nuestros pecados. No es cierto. Jesús lo ha dejado claro: ¿pensáis que los que fueron aplastados eran más culpables que el resto? Os digo que no.

Señor, líbranos de los agobios, prisas e impaciencias.
Querríamos alcanzar nuestras metas ya.
Nos gustaría quitar nuestros defectos de un día para otro.
Deseamos que los demás aprendan y cambien rápidamente.

En cambio, Tú, Señor, sabes que somos barro
y tienes una inmensa paciencia con todos:
con los que te conocemos y con los que te niegan,
con los que hacemos daño a los demás
y con los que se conforman con no hacer mal a nadie;
con los que retroceden y con los que se paran.
Nos invitas a avanzar hacia adelante,
pero no nos atropellas con amenazas y prisas.

Señor, dame paciencia conmigo mismo,
para que no me hundan mis limitaciones y pecados
y me ayuden a crecer en humildad y confianza en ti.

Dame paciencia para con los demás,
para que sepa aceptarlos y amarlos como son
para motivarles a crecer siempre.

Dame paciencia en mis trabajos y compromisos,
para que siembre con constancia y esperanza
sabiendo que toda semilla da fruto,
antes o después, de una manera u otra.
Amén.

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Yo doy tan poco fruto,
y tú no desesperas.
Parezco viña estéril,
incapaz de producir
una buena cosecha
de verdades y justicia,
de humildad y amores,
de compasión y reposo.

Pero tú no abandonas,
y sigues cuidando esta parcela
con el sol de tu palabra
y tu lluvia de agua viva.
Con sabiduría riegas
este campo sediento.
Remueves la tierra,
podas los sarmientos,
adivinas los brotes donde, un día,
habrá fruto.

No desistas, viñador.
Llegará un día
en que todo estará
como soñaste.

José Mª Rodríguez Olaizola, sj
 

jueves, 25 de febrero de 2016

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 16, 19-31



Jesús dijo a los fariseos:
Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: «Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan».
«Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí».
El rico contestó: «Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento».
Abraham respondió: «Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen».
«No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán».
Pero Abraham respondió: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán».
Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Para descubrir qué me dice Dios a través de su palabra hay un método muy sencillo: ponerse en el lugar de cada uno de los personajes:

A veces nos sentimos como Lázaro: pobres, olvidados, hambrientos... Y Dios sale a nuestro encuentro y nos da mucho más de lo que podríamos siquiera soñar. El Señor es para nosotros riqueza, cercanía, pan de vida. Damos gracias.

Pero no podemos negar que en muchísimas ocasiones nos parecemos más al rico Epulón: satisfechos, egoístas, insensibles... Y Dios nos advierte cuál es la meta de este camino: el sufrimiento, la angustia, la soledad... Dios nos llama a la conversión, porque quiere la salvación, la felicidad de todos. ¿Cómo voy a convertirme? ¿Qué le digo a Dios? Pídele fuerza.

    Damos un paso más. Estamos llamados a ser transparencia de Dios. Él consuela a los pobres e invita a los ricos a abrir su corazón a los necesitados.

Los lázaros,
los hijos de la calle,
los parias de siempre,
los sin techo,
los sin trabajo,
los desarraigados,
los apátridas,
los sin papeles,
los mendigos,
los pelagatos,
los andrajosos,
los pobres de solemnidad,
los llenos de llagas,
los sin derechos,
los espaldas mojadas,
los estómagos vacíos,
los que no cuentan,
los marginados,
los fracasados,
los santos inocentes,
los dueños de nada,
los perdedores,
los que no tienen nombre,
los nadie...

Los lázaros,
que no son aunque sean,
que no leen sino deletrean,
que no hablan idiomas sino dialectos,
que no cantan sino que desentonan,
que no profesan religiones sino supersticiones,
que no tienen lírica sino tragedia,
que no acumulan capital sino deudas,
que no hacen arte sino artesanía,
que no practican cultura sino costumbrismo,
que no llegan a ser jugadores sino espectadores,
que no son reconocidos ciudadanos sino extranjeros,
que no llegan a protagonistas sino a figurantes,
que no pisan alfombras sino tierra,
que no logran créditos sino desahucios,
que no innovan sino que reciclan,
que no suben a yates sino a pateras,
que no son profesionales sino peones,
que no llegan a la universidad sino a la enseñanza elemental,
que no se sientan a la mesa sino en el suelo,
que no reciben medicinas sino lamidas de perros,
que no se quejan sino que se resignan,
que no tienen nombre sino número,
que no son seres humanos sino recursos humanos...

Los lázaros,
los que se avergüenzan y nos avergüenzan,
pueblan nuestra historia,
fueron tus predilectos
y están muy presentes en tu evangelio.

Los lázaros
pertenecen a nuestra familia
aunque no aparezcan en la fotografía,
y serán ellos quienes nos devuelvan la identidad
y la dignidad perdidas.

Florentino Ulibarri

miércoles, 24 de febrero de 2016

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 20, 17-28



Mientras Jesús subía a Jerusalén, llevó consigo a los Doce, y en el camino les dijo: «Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que se burlen de Él, lo azoten y lo crucifiquen, pero al tercer día resucitará».
Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante Él para pedirle algo.
«¿Qué quieres?», le preguntó Jesús.
Ella le dijo: «Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
«No saben lo que piden», respondió Jesús. «¿Pueden beber el cáliz que Yo beberé?»
«Podemos», le respondieron.
«Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre».
Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».
Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Somos cristianos, queremos seguir a Jesús, sin embargo a veces estamos tan lejos de sus pensamientos y proyectos como los Zebedeos. Sabemos que tenemos que coger la cruz, pero pensamos siempre cómo podemos pasarlo mejor. Hemos oído hablar mil veces de las excelencias del servicio, sin embargo, buscamos privilegios, puestos de honor, que se nos enaltezca entre nuestros compañeros de trabajo, entre nuestros amigos, en la familia.
“Señor, convierte nuestro corazón a ti”
“Contágianos tu modo de sentir, de pensar, de vivir”.

Los otros diez apóstoles se indignaron al escuchar a los Zebedeos. También están lejos de los pensamientos del maestro. Ante los errores de las personas, Jesús siente compasión, y nosotros nos indignamos.
“Señor, que nuestros pecados y fallos
nos ayuden a comprender al que se equivoca”

    El que quiera ser grande, que sea el servidor de todos. Es fácil de entender, pero hay que plantearse cómo vamos a ser servidores. Y pedir la ayuda de Dios para serlo de verdad.

Del anhelo de ser considerado,
del deseo de ser alabado,
del ansia de ser honrado,
del afán de ser consultado,
del empeño en ser aprobado,
de la aspiración a ser perfecto...
líbrame Jesús.

Del afán de almacenar bienes,
del anhelo de ser rico,
del empeño en caer bien,
del deseo de sobresalir,
del ansia de darme a la buena vida,
de la aspiración a no fallar...
líbrame, Jesús.

Del temor a ser despreciado,
del temor a ser calumniado,
del temor a ser olvidado,
del miedo a ser ofendido,
del miedo a ser ridiculizado,
del miedo a ser acusado...
líbrame, Jesús.

Del temor a lo desconocido,
del temor a ser amado,
del temor a salir perdiendo,
del miedo a vivir en pobreza,
del miedo a renunciar a lo necesario,
del miedo a fracasar en la vida...
líbrame, Jesús.

Florentino Ulibarri

lunes, 22 de febrero de 2016

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 16, 13-19


En aquel tiempo: Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas».
«Y ustedes -les preguntó-, ¿quién dicen que soy?»
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo».
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

¿Quién es Jesús? ¿Quién es Jesús para ti? ¿un maestro de vida? ¿un amigo al que acudo cuando lo necesito? ¿un hombre excepcional? ¿el Señor que conduce mi vida? ¿el salvador de mis miedos y mis pecados? ¿el Mesías, el Hijo de Dios, que revela el rostro del Padre? ¿el Amado?
No respondas sólo con la cabeza, responde también con la vida.

Piensa también ¿Quién debería ser Jesús en ti? ¿qué pasos tienes que dar para avanzar hacia ese ideal?

Tú eres
la brisa que alienta todas mis horas,
la lluvia que empapa mis células,
la luz que ilumina mi caminar,
el friego que acrisola mi vida entera.
La nube que nos acompaña de día y de noche,
la roca de manantiales de agua limpia y fresca,
el perfume que penetra por todas las rendijas,
el techo que nos cobija de toda inclemencia,
eres Tú.

Tú,
tienda de lona en el desierto;
flor que florece todas las primaveras;
campo de cultivo, tierra mullida;
aljibe comunal a la vera del camino.
La mano que sostiene,
la sonrisa que relaja,
el rostro que serena,
el regazo que acoge,

Tú.
Tú has puesto en lo más íntimo de mi ser
el anhelo de vivir y gozar,
el deseo de abrir mi corazón,
de contemplar la amplitud del mundo,
de conocerte más y más,
de estar en silencio... contigo.

Florentino Ulibarri


 Hoy es la fiesta de la Cátedra de San Pedro, una Cátedra desde la que los sucesores de Pedro presiden a todas las Iglesias para que permanezcan unidas en la misma fe que un día San Pedro confesara en Cesarea de Filipo. Damos gracias a Dios por el Papa, por su magisterio; Rezamos por el Papa y por todos los pastores de la Iglesia, para que sean transparencia de Jesús, el Buen Pastor:

El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.

Salmo 22

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El Señor es mi pastor,
nada me falta.
En verdes prados me apacienta,
me conduce hacia fuentes de descanso
y repara mis fuerzas.

Conoce mi corazón y mis entrañas,
mis proyectos e ilusiones,
me guía por caminos de justicia,
me enseña los tesoros de la vida
y silba canciones de alegría,
por el amor de su nombre.

Aunque pase por cañadas oscuras
no tengo miedo a nada,
pues él está junto a mí
protegiéndome de ideologías
y huecas promesas,
de trampas y enemigos,
Su vara y su cayado me dan seguridad.

Aunque mis trabajos sean duros y urgentes
no me agobio ni pierdo la paz,
pues su compañía procura serenidad a mi obrar,
plenifica mis anhelos y mi ser,
y hace inútil todo febril activismo.

Cada día, con gracia renovada,
pronuncia mi nombre con ternura
y me llama junto a él.
Cada mañana me unge con perfume;
y me permite brindar, cada anochecer,
con la copa rebosante de paz.

El Señor es mi pastor.
Él busca a las que están perdidas,
sana a las enfermas,
enseña a las erradas,
cura a las heridas,
carga con las cansadas,
alimenta a las hambrientas,
mima a las preñadas
y da vida a todas.

¡El Señor es el único líder que no avasalla!
Él hace honor a su nombre
dando a nuestras vidas dignidad y talla.
Nada temo a los profetas de calamidades,
ni a la tiranía de los poderosos,
ni al susurro de los mediocres,
¡porque tú vas conmigo!

Has preparado un banquete de amor fraterno
para celebrar mi caminar por el mundo.
En él me revelas quiénes son tus preferidos
y cuáles han de ser mis sendas del futuro.
¡Gracias al Señor que me crea, sostiene y guía
con su presencia cargada de vida!

Florentino Ulibarri

 

sábado, 20 de febrero de 2016

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 43-48



Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes han oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y odiarás a tu enemigo. Pero Yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque Él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Este evangelio nos dice: “sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. En otras páginas de la Biblia leemos: “sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” y “sed santos como vuestro Padre es santo”. Parece claro que para Dios ser santos, ser perfectos y ser misericordiosos es la misma cosa.

“Miseri-cor-dia” = “miserables-corazón-dar”, significa dar el corazón a los miserables, a los pobres, a los que no pueden o no quieren devolveros el favor. Dios es misericordioso porque nos ha dado su corazón, su amor, a nosotros, que nunca podremos devolverle ni una centésima parte.

En esta Cuaresma, ¿a que “indeseable” tengo que amar, por que “enemigo” tengo que rezar, a que “insociable” tengo que saludar? Quizá si le amamos, si rezamos por él, si le saludamos... descubrimos que no es ni tan indeseable, ni tan enemigo, ni tan insociable.

Padre bueno, que nos descubriste mediante tu Hijo, la alegría del perdón, la valentía del amor al enemigo, el imperativo de "no juzgar", te pedimos que borres tus reclamaciones de nuestro libro, como haremos nosotros con las nuestras.

Así conseguiremos un libro blanco y limpio, dispuesto para los mensajes de alegría de bondad, de fraternidad, de amor.

Haznos sentir el perdón como un tesoro recibido de ti y generador de convivencia pacifica, hasta tal punto que no necesitemos volver a reclamar, porque todos los rencores quedarán ahogados.

Tú, que nos conoces por dentro y que podrías llenar mil páginas con los fallos de nuestra biografía personal pero prefieres la indulgencia, haznos capaces de imitarte en nuestras relaciones difíciles con el prójimo.
Te lo pedimos por Jesucristo, tu hijo y Señor nuestro. Amen.

 

viernes, 19 de febrero de 2016

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 20-26



Jesús dijo a sus discípulos:
Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: "No matarás", y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero Yo les digo que todo aquél que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. y todo aquél que lo insulta, merece ser castigado por el Tribunal. Y el que lo maldice, merece el infierno.
Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

A veces oímos o decimos: “yo ni mato, ni robo”. Sin embargo, nos cuesta muy poco criticar, insultar, hablar mal... Y, aunque nos parezcan inocentes nuestros comentarios, a veces herimos, herimos mucho.
“Señor, perdona nuestras críticas ácidas”
“Danos un corazón sensible y una palabra delicada”
“Gracias por las personas que tienen un corazón bueno”

No es compatible el amor a Dios y el odio al hermano, aunque nos haya hecho mucho daño. No es compatible. Quizá anide en nuestro corazón algún resentimiento, algún rencor, algún deseo de venganza. Pongamos todo en manos de Dios, para que la oración y las penitencias de la Cuaresma nos conduzcan a la reconciliación y la paz de la Pascua,

Te damos gracias, Dios nuestro y Padre todopoderoso, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, y te alabamos por la obra admirable de la redención.
Pues, en una humanidad dividida por las enemistades y las discordias, tú diriges las voluntades para que se dispongan a la reconciliación.
Tu Espíritu mueve los corazones para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la unión.
Con tu acción eficaz puedes conseguir que la violencia se apacigüe y crezca el deseo de la paz; que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza.
Por eso, debemos darte gracias continuamente,

A ti, Padre, que gobiernas el universo, te bendecimos por Jesucristo, tu Hijo, que ha venido en tu nombre.
Él es la palabra que nos salva, la mano que tiendes a los pecadores, el camino que nos conduce a la paz.
Dios y Padre nuestro, nos habíamos apartado de ti y nos has reconciliado por tu Hijo,
a quien entregaste a la muerte para que nos convirtiéramos a tu amor y nos amáramos unos a otros.

Concédenos tu Espíritu, para que desaparezca todo obstáculo en el camino de la concordia
y la Iglesia resplandezca en medio de los hombres como signo de unidad e instrumento de tu paz.
Que este Espíritu, vínculo de amor, nos guarde en comunión con el Papa, con nuestro Obispo, con los demás Obispos y todo tu pueblo santo.

Así como nos reúnes en la Eucaristía, en torno a la mesa de tu Hijo,
unidos con María, la Virgen Madre de Dios, y con todos los santos,
reúne también a los hombres y mujeres, de cualquier clase y condición, de toda raza y lengua,
en el banquete de la unidad eterna, en un mundo nuevo donde brille la plenitud de tu paz.
por Cristo, Señor nuestro (Plegaria eucarística sobre la reconciliación).

jueves, 18 de febrero de 2016

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 7, 7-12



Jesús dijo a sus discípulos:
Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.
¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre de ustedes que está en el Cielo dará cosas buenas a aquéllos que se las pidan!
Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

   Dios pide nuestra conversión, mejor dicho, Dios pide que nos dejemos reconciliar por Él. La conversión, antes que un esfuerzo de nuestra parte es un don de Dios, un don que tenemos que acoger. Y lo acogemos en la medida en que lo pedimos.
“Señor, concédenos el don de la conversión”

Aunque Dios sepa todo lo que necesitamos antes de pedírselo, presentemos a Dios nuestra pobreza, la pobreza del mundo... Cuando pedimos, reconocemos nuestra realidad, crece nuestra confianza en la bondad de Dios y, si nos conviene, Él nos da fuerza para hacer realidad nuestra petición.

Dios y Padre nuestro, fuente de todo bien,
es necesario pedirte con confianza cuanto precisamos;
es justo darte gracias por todo lo que recibimos;
es bueno rezar, siempre, en la alegría y la tristeza,
y en todo lugar: en la calle y en el monte,  en casa y en la iglesia…

Aunque conoces nuestros deseos antes de contártelos,
aunque no precisas nuestra oración para bendecirnos,
nosotros necesitamos rezar
para abrir el corazón y acoger tus dones,
para sentir tu cercanía, tu ternura, tu amor, tu fuerza...

Gracias, Padre, porque tú inspiras nuestra oración.
porque tus oídos nunca están cerrados a nuestras súplicas
y nos ofreces el regalo, siempre nuevo, de tu Palabra.

Gracias, porque acoges con alegría nuestra oración,
para que nos sirva de salvación,
porque rezar nos ayuda a vivir más felices,
al sentirnos hijos tuyos, hijos amados,
y hermanos de todas las personas. Amén.

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Tú, mi esperanza,
óyeme para que no sucumba al desaliento.
Tú, mi anhelo,
óyeme para que no me dé por satisfecho.
Tú, vida para mi vida,
óyeme para que no deje de buscarte.

Buscarte día a día,
en soledad y compañía,
en los momentos de euforia y alegría,
y en los de tedio y desgana.
Buscarte compartiendo y recibiendo,
buscando y preguntando,
sirviendo y sembrando,
luchando y amando,
orando y glorificando,
trabajando y estudiando,
dialogando y soñando,
muriendo y creando,
viviendo sin fronteras ni murallas.

¡Te busco, Dios!
¡Quiero ver tu rostro!
¡¡Quiero ver tu rostro!!

Saliste a mi encuentro cuando no te esperaba.
Atravesaste puertas y ventanas,
valles y montañas
ríos y murallas,
desiertos y playas,
calles y plazas,
tugurios e iglesias,
tabernas y fábricas...
Te hiciste el encontradizo.
Me sorprendiste a tu manera.
Me tomaste de la mano
como si nos conociéramos de toda la vida.
Y estuvimos un rato juntos.

Te vi un poco,
te sentí junto a mí.
Quiero conocerte más
y tenerte más cerca.
Quiero sentir el calor de tu regazo,
la ternura de tus entrañas,
la pasión de tu corazón,
la angustia de tu alma,
las palabras de tu boca,
el aliento de tu espíritu...
No te hagas esperar.
Te estoy llamando.
Ábreme y déjame entrar...

¡Te busco, Dios!
¡Quiero ver tu rostro!
¡¡Quiero ver tu rostro!!

Florentino Ulibarri

 

martes, 16 de febrero de 2016

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 6, 7-15



Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre de ustedes que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera:
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre,
que venga tu Reino,
que se haga tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.
No nos dejes caer en la tentación,
sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

No uséis muchas palabras. Dios sabe lo que nos hace falta…

No puedo abrumarte
con tercos argumentos
ni con obsesivas oraciones,
para que me concedas
salud para servirte,
vida larga para hacer más cosas,
honra para encontrar
las puertas abiertas,
abundantes recursos
para ser más eficiente.

No puedo pedir tampoco
sufrimientos
presumiendo de mis fuerzas,
como si tú necesitases
una cuota de dolor
para concedernos
las cosas necesarias.

Yo sólo quiero pedirte
lo que tú siempre me ofreces,
tu amor y tu gracia
que engendran vida,
pero pueden llevar a la muerte
por defender a los asaltados,
que crean salud,
pero pueden llevar a perderla
en el servicio de los débiles,
que nos hacen amables,
pero pueden provocar
descalificación social
por no amoldarnos a las leyes,
que fructifican la tierra
con todos los bienes necesarios,
pero pueden dejarnos sin nada
por hacernos hermanos
de los echados de tu mundo.

Yo sólo quiero pedirte
tu amor y tu gracia.
Que los acoja en mí
como la última verdad
y que mi corazón diga:
«Me basta». [EE. EE. 234]


El Evangelio y la liturgia son buenos maestros. El Evangelio de ayer nos hablaba de compromiso con los pobres; y el de hoy del Padre Nuestro. No podemos separar lo que Dios ha unido: acción y oración. Para que toda la vida sea oración, ha de haber momentos dedicados sólo a la oración. Y la oración auténtica se verifica en el amor comprometido por los hermanos.
“Haznos Señor contemplativos en el trabajo de cada día”
“Que cuando rece, huya del ruido, no de las personas”

Reza con el Padre Nuestro. Ve repitiendo cada palabra. Piensa con qué sentimientos las pronunciaría Jesús... Él reza contigo, más aún, tú rezas en Él, tú te unes a esa oración constante de Jesús con su Padre, con nuestro Padre.

¡Padre nuestro! Estoy tan acostumbrado a decirte “Padre”, que casi lo hago sin darme cuenta.
Sin embargo... cuando lo pienso más en serio, tiemblo un poco.
Porque si eres mi Padre, yo soy tu hijo... Y el hijo tiene la carne y la sangre del padre.
Hoy te pido, Padre mío (y Padre de tantos otros hijos, de tantos hermanos míos),
que jamás deje de llamarte así, que jamás deje de ser el que engendraste para que te ame y para ser amado por Ti.
¡Padre nuestro! ¡Padre de Cristo! Que nunca deje de recordar la misericordia que nos mostraste en Jesús.
No permitas que abandone nunca tu casa.
Si estoy lejos de ella (por tantas locuras, por tantas maldades, por tantas tonterías),
dame fuerzas para volver ahora mismo:
¡Tú me amas y eres más grande que todos mis pecados juntos!
Y si me das la gracia de vivir siempre en tu casa, disfrutando de todo lo tuyo,
dame generosidad para compartir todo lo mío;
dame humildad para comprender a mis hermanos y recibirlos en nuestra casa siempre, como Tú los recibes. ¡Así sea!
(Héctor Muñoz)

lunes, 15 de febrero de 2016

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 25, 31-46


Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y Él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquéllas a su derecha y a éstos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me alojaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver».
Los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te alojamos: desnudo, y te vestimos? ¿Cuando te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?»
Y el Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmIgo».
Luego dirá a los de su izquierda: «Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; era forastero, y no me alojaron; estaba desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron».
Éstos, a su vez, le preguntarán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, forastero o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?»
Y Él les responderá: «Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmIgo».
Éstos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna.
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

 El camino de la Cuaresma es camino de conversión. En el Evangelio de hoy Jesús nos invita a:

- Descubrirle en los pobres, enfermos, hambrientos y sedientos... en definitiva en todas las personas, porque todos somos pobres. Hay pobres de dinero, de compañía, de esperanza, de fe, de amigos, de salud, de libertad, de cariño... Y hay pobres de todo. Éstos eran los preferidos de Jesús y deben ser nuestros preferidos.
“Señor, dame una mirada contemplativa”

- A dar a cada uno lo que necesita. Y a darlo con amor. Porque dándolo a los hermanos, a Cristo mismo lo ofrecemos.
“Señor, haznos ricos en generosidad”

- A valorar a las personas por su capacidad de amor, de entrega... Y no por otros criterios tan importantes como la inteligencia, el aspecto físico, el dinero, el poder...
“Ayúdanos a valorar según tu corazón”

Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida;
Cuando tenga sed, dame alguien que precise agua;
Cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor.
Cuando sufra, dame alguien que necesita consuelo;
Cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro;
Cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado.
Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de mis minutos;
Cuando sufra humillación, dame ocasión para elogiar a alguien; Cuando esté desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos.
Cuando quiera que los otros me comprendan, dame alguien que necesite de mi comprensión;
Cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a quien pueda atender;
Cuando piense en mí mismo, vuelve mi atención hacia otra persona.
Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos;
Dales, a través de nuestras manos, no sólo el pan de cada día, también nuestro amor misericordioso, imagen del tuyo.

Madre Teresa de Calcuta

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Estar al lado...
del hermano que no tiene fuerzas,
del que avanza triste y cargado,
del que se queda caído en la orilla,
del que no puede curar sus heridas,
del que no sabe hacia dónde camina.

Estar al lado...
de la situación que nos abruma,
de la emergencia que surge cada día,
de lo inesperado que nos desborda,
de lo que todos dejan pasar de largo,
de lo que se esconde para que no se vea.

Estar al lado...
de este mundo que es el nuestro,
de esta realidad que es la nuestra,
de este momento que es el nuestro,
de esta Iglesia que es la nuestra,
de este proyecto que nos hace hermanos.

Estar al lado...
de lo que está desfigurado,
de lo que no tiene voz ni peso,
de lo que clama abatido,
de lo que es rechazado por todos,
de lo que ya no sabe qué hacer.

Estar al lado...
de lo que Tú sabes y conoces,
de lo que Tú quieres tiernamente,
de lo que Tú buscas a cualquier hora,
de lo que Tú nos propones,
de lo que Tú estás siempre.

Estar al lado...
humildemente, como me enseñaste,
sin arrogarme privilegios,
con el corazón tierno y atento,
siendo servidor de todos,
como el último de tus amigos,
sintiéndome tu elegido.

Estar al lado...
como hermano solidario,
como anónimo creyente,
como hijo querido,
como aprendiz de discípulo,
como compañero de camino.

Estar al lado, aunque no lo sepamos.
¡Y que venga lo que tiene que venir!

Florentino Ulibarri

 

jueves, 11 de febrero de 2016

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 22-25





Jesús dijo a sus discípulos:
«El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día».
Después dijo a todos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si se pierde o se arruina a sí mismo?»

Palabra del Señor. 

¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

El verbo triunfar no existe en el Evangelio. Jesús no recorre un camino de éxito humano, si no un camino de rechazo, de sufrimiento, de muerte. Y nos invita a seguirlo, a caminar a su lado: “en pos de mi”.
          
Jesús no es un masoquista, no busca el sufrimiento, no se fabrica la cruz ni se la pone encima. Jesús asume la cruz que le toca desde la experiencia del amor del Padre.
          
Jesús no nos invita a sufrir, nos invita a seguirlo, y para ello hay que cargar con nuestra cruz, no con la que me gustaría o la que masoquistamente me fabrico, sino con la que me toca. Ese camino de seguimiento pasa por el dolor pero lleva a la Vida que no se acaba, a la felicidad auténtica, profunda y verdadera; ese camino me lleva a ganarme a mi mismo a ser y a vivir como Hijo de Dios.
          
¿Cuál es en esta cuaresma mi verdadera cruz? ¿Con qué actitudes la asumo y la llevo? ¿Me siento acompañado y sostenido por Jesús y unido a las demás personas con sus cruces?

Sí importa lo que vivimos,
cada decisión,
los caminos elegidos
y los abandonados.

Las palabras importan,
y los silencios,
y las preguntas.

Las encrucijadas
nos conducen
al amor o al vacío,
a lo cálido o a lo inhóspito
al prójimo o al espejo.

Cada paso deja una huella
en el mundo,
en el alma de los nuestros,
en la misma tierra que somos,
y en Dios.

Dios carga con muchos golpes
y algún que otro abrazo.
Sigue creyendo en nosotros.
Dios a veces llora,
y espera.

Somos libres,
y eso asusta.

José Mª Rodríguez Olaizola, sj




lunes, 8 de febrero de 2016

“Custodia el Corazón”

REDACCIÓN CENTRAL, 11 Mar. 15 / 01:43 pm (ACI).- El Papa Francisco sorprendió a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro hace unos días con un libro de bolsillo para vivir una buena Cuaresma. ACI Prensa lo ofrece ahora en una versión traducida del italiano al español. En “Custodia el Corazón” aparecen las Bienaventuranzas, el Credo, las virtudes teologales, los pecados capitales, los preceptos de la Iglesia, los mandamientos de la ley de Dios y un examen de conciencia para una buena confesión, entre otros recursos.

CustodiaElCorazonPapaFrancisco.pdf

10 de Febrero Miécoles de Ceniza. Incio del tiempo de Cuaresma


Mensaje del Papa Francisco para la cuaresma 2016



1. María, icono de unaIglesiaque evangeliza porque es evangelizada
En la Bula de convocación del Jubileo invité a que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios» (Misericordiae vultus, 17). Con la invitación a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa «24 horas para el Señor» quise hacer hincapié en la primacía de la escucha orante de la Palabra, especialmente de la palabra profética. La misericordia de Dios, en efecto, es un anuncio al mundo: pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona ese anuncio. Por eso, en el tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin de que sean para todos un signo concreto de la cercanía y del perdón de Dios. 
María, después de haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, María canta proféticamente en el Magnificat la misericordia con la que Dios la ha elegido. La Virgen de Nazaret, prometida con José, se convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que evangeliza, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal. En la tradición profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas maternas (rahamim) y con una bondad generosa, fiel y compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales.
2. La alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordia
El misterio de la misericordia divina se revela a lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los momentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es preciso ratificar la alianza de modo más estable en la justicia y la verdad. Aquí estamos frente a un auténtico drama de amor, en el cual Dios desempña el papel de padre y de marido traicionado, mientras que Israel el de hijo/hija y el de esposa infiel. Son justamente las imágenes familiares —como en el caso de Oseas (cf. Os 1-2)— las que expresan hasta qué punto Dios desea unirse a su pueblo.
Este drama de amor alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios derrama su ilimitada misericordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada» (Misericordiae vultus, 8). En efecto, como hombre, Jesús de Nazaret es hijo de Israel a todos los efectos. Y lo es hasta tal punto que encarna la escucha perfecta de Dios que el Shemà requiere a todo judío, y que todavía hoy es el corazón de la alianza de Dios con Israel: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4-5). El Hijo de Dios es el Esposo que hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con quien está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias eternas con ella.
Es éste el corazón del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Exh. ap. Evangelii gaudium, 36), el primer anuncio que «siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de lacatequesis» (ibíd., 164). La Misericordia entonces «expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer» (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de ese modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su Esposa.
3. Las obras de misericordia
La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en lavidade cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso, expresé mi deseo de que «el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina» (ibíd., 15). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado» (ibíd.). Misterio inaudito y escandaloso la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero Inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, sólo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5); más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufren a causa de su fe.
Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco «seréis como Dios» (Gn 3,5) que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.
La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino también los «soberbios», los «poderosos» y los «ricos», de los que habla el Magnificat, tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Sólo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre —engañándose— cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es elinfierno. He aquí, pues, que resuenan de nuevo para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abrahán: «Tienen a Moisés y los Profetas; que los escuchen» (Lc 16,29). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida.
No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38).
Vaticano, 4 de octubre de 2015
Fiesta de San Francisco de Assis

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 6, 53-56


Después de atravesar el lago, Jesús y sus discípulos llegaron a Genesaret y atracaron allí.
Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que Él estaba. En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban sanos.
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús y sus discípulos llegaron  Genesaret. No esperan a que los demás se acerquen.
    "Señor, gracias por salir a mi encuentro"
    "Ayúdame a salir al encuentro del que me necesita"

Jesús tenía "debilidad" por los enfermos. Conocía sus sufrimientos, los del cuerpo y los del alma. Sabía de sus soledades. Y nosotros ¿cómo tratamos a los enfermos? ¿qué tiempo les dedicamos? ¿Qué te dice el Señor? ¿qué le dices?

En este evangelio Jesús se dejaba tocar. Es un signo de cercanía, de amor. En la Eucaristía Jesús se deja comer, es el signo más importante de su amor, de su cercanía.

Señor, déjame ir contigo
sólo quiero caminar
detrás, pisar donde pisas
mezclarme entre tus amigos.

Recorrer esas aldeas
que habitan los olvidados
los que no recuerda nadie
ver como los recuperas.

Quiero escuchar tu palabra
simple y preñada de Dios
que aunque a muchos incomode
a tanta gente nos sana.

Quiero sentarme a tu mesa
comer del pan compartido
que con tus manos repartes
a todos los que se acercan.

Y un día tocar tu manto
como esa pobre mujer
suave, sin que tú lo notes
arrancarte algún milagro.

Esa que todos marginan
se atreve a abrazar tus pies
y derrama su perfume
porque en ti se ve querida.

Que de tanto ir junto a ti
pueda conocerte más,
tú seas mi único amor
y te siga hasta morir.

Javi Montes SJ.

 

viernes, 5 de febrero de 2016

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 6, 14-29



El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos». Otros afirmaban: «Es Elías». Y otros: «Es un profeta como los antiguos». Pero Herodes, al oír todo esto, decía: «Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado».
Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano». Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía, quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto.
Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. Su hija, también llamada Herodías, salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le aseguró bajo juramento: «Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino». Ella fue a preguntar a su madre: «¿Qué debo pedirle?» «La cabeza de Juan el Bautista», respondió ésta.
La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: «Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista».
El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y ésta se la dio a su madre.
Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Podemos poner a Herodes como un caso adelantado del juego de lo "políticamente correcto". Tenía que quedar bien. Había dado una absurda palabra en público. No quiso desairar a su corte. Y acabó haciendo algo que, en el fondo, no quería. !Qué triste vivir en desacuerdo con uno mismo!

Como contrapunto, Juan. Intento regir su vida desde la verdad. Hay una verdad de las cosas y una verdad sobre cada uno de nosotros. En lo profundo del corazón conocemos qué podemos ser, qué nos pide Dios, cuáles son las cosas por la que debemos luchar... incluso hasta poner en juego prestigio, tiempo, reputación, algo de dinero o... la vida?

Señor, enséñanos a encajar la cruz de cada día;
la cruz que exige el amor a los que más sufren y a todas las personas;
la cruz que conlleva la lucha por la verdad, por la justicia, por la paz;
la cruz que nos viene cuando somos fieles a Ti y a tu Evangelio.

Estas cruces nos resultan pesadas, Señor,
pero sufrimos más cuando nos encerramos en nosotros mismos,
cuando somos testarudos, egoístas
y nos dejamos llevar por la envidia o el rencor.

Señor, danos sabiduría para tener siempre presente
que la cruz por amor merece la pena,
nos hace más humanos, nos acerca a Ti
y da vida a cuantos nos rodean.

En cambio, el sufrimiento que nos trae el pecado
es más grande y enteramente inútil.
Señor, enséñame a sufrir como tú y contigo.
.

Este evangelio nos enfrenta ante la coherencia de nuestras opciones, ante el valor con que defendemos la verdad, ante el testimonio que damos frente a los amigos y ante la denuncia que nos pide Jesús para desenmascarar la hipocresía de una sociedad de la imagen y la competencia. Que este evangelio nos despierte.

Nuestra Señora de Fátima

    En 1917, en el momento de las apariciones, Fátima era una ciudad desconocida de 2.500 habitantes, situada a 800 metros de altura y a 130...