lunes, 31 de agosto de 2020

Liturgia - Lecturas del día

 



 

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo

a los cristianos de Corinto

2, 1-5

 

Hermanos:

Cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado.

Por eso, me presenté ante ustedes débil, temeroso y vacilante.

Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu, para que ustedes no basaran su fe en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

 

Palabra de Dios.



Pablo insiste: lo que ha predicado en Corinto no estaba basado en "el prestigio de la elocuencia" o en "la sabiduría", sino en "el poder del Espíritu", "el poder de Dios". Se muestra valiente presentando a los griegos, tan satisfechos con su filosofía, la figura de Cristo Jesús, y "éste crucificado", lo que parece la antítesis de la sabiduría y la paradoja mayor para una cultura que aprecia sobre todo la coherencia y la profundidad de un sistema de pensamiento. El mundo de hoy no parece tampoco tener oídos para escuchar el mensaje de Cristo crucificado. Más bien nos regalamos con palabras bonitas y con sabidurías más o menos persuasivas de este mundo. La comunidad cristiana, desde hace dos mil años, se presenta ante el mundo "débil y temerosa", como Pablo en Grecia, porque sabe, que el mensaje que predica es difícil (Cristo crucificado) pero, que la palabra misma que anuncia tiene una fuerza intrínseca capaz de hacerla fructificar en los ambientes menos predispuestos.


 

 

SALMO RESPONSORIAL                              118, 97-102

 

R.    ¡Cuánto amo tu ley, Señor!

 

¡Cuánto amo tu ley,

todo el día la medito!

Tus mandamientos me hacen más sabio que mis enemigos,

porque siempre me acompañan. R.

 

Soy más prudente que todos mis maestros,

porque siempre medito tus prescripciones.

Soy más inteligente que los ancianos,

porque observo tus preceptos. R.

 

Yo aparto mis pies del mal camino,

para cumplir tu palabra.

No me separo de tus juicios,

porque eres Tú el que me enseñas. R.

 

 

 

EVANGELIO

 

 

    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

4, 16-30

 

Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron, el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

 

"El Espíritu del Señor está sobre mí,

porque me ha consagrado por la unción.

Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres,

a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos,

a dar la libertad a los oprimidos

y proclamar un año de gracia del Señor".

 

Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír».

 

Todos daban testimonio a favor de Él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»

Pero Él les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán: "Médico, sánate a ti mismo". Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm».

Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio».

Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús fue a su pueblo, a Nazaret. Tuvo que ser un día emocionante para él. Va a anunciar su mensaje a sus amigos, a su familia, a los vecinos... Jesús se presenta como las palabras del profeta Isaías: El Espíritu Santo está sobre mí, me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres...

El Espíritu Santo está también sobre ti. Lo has recibido en tu bautismo y en la confirmación; lo recibes cada vez que le abres tu corazón. Y has recibido el Espíritu de Jesús para dar la buena noticia, para curar, para liberar. Pero en muchas ocasiones no somos conscientes de la presencia del Espíritu en nuestra vida, no acabamos de creer en su fuerza...
¿Qué te dice Dios? ¿Que le dices?

Los que habían sido sus vecinos primero reaccionan con admiración, pero después comienzan a cerrarse: ¿No es éste el hijo de José? Aquel día Jesús cosechó uno de los fracasos más sonoros y dolorosos. Nos cuesta recibir la Palabra de Dios cuando el heraldo es un conocido, un amigo, un familiar...
Los nazarenos perdieron una gran oportunidad para conocer mejor a Dios, para vivir con más esperanza, con más alegría, con más sentido. Cada vez que rechazamos la Palabra de Dios, también salimos perdiendo.
¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

domingo, 30 de agosto de 2020

Santa Rosa de Lima

 

DOMINGO 22° DURANTE EL AÑO

 


 


 

Lectura del libro de Jeremías

20, 7-9

 

¡Tú me has seducido,

Señor, y yo me dejé seducir!

¡Me has forzado y has prevalecido!

Soy motivo de risa todo el día,

todos se burlan de mí.

Cada vez que hablo, es para gritar,

para clamar «¡Violencia, desvastación! ».

Porque la palabra del Señor es para mí

oprobio y afrenta todo el día.

Entonces dije: «No lo voy a mencionar,

ni hablaré más en su Nombre».

Pero había en mi corazón como un fuego abrasador,

encerrado en mis huesos:

me esforzaba por contenerlo,

pero no podía.

 

Palabra de Dios.

 


Realmente Jeremías, profeta que actuó en Judá cuando ya se estaba a punto de consumar el destierro, en tiempos del débil rey Sedecías, es una figura de Jesús en su camino de pasión y, también, de todo cristiano que quiera ser consecuente con su fe, "tomar su cruz" y seguir al Maestro. El ministerio que le tocó al joven Jeremías (cuando Dios le llamó tendría apenas veinte años) no fue nada fácil: tuvo que anunciar desgracias si no cambiaban de conducta y de planes incluso políticos de alianzas. Nadie le hizo caso. Le persiguieron, le ridiculizaron. Ni en su familia ni en la sociedad encontró apoyo, fuera de unos pocos años en que el joven rey Josías colaboró con él en la renovación religiosa y social, hasta su prematura muerte. Esto creó en Jeremías momentos de fuerte angustia y crisis personal. A nadie le gusta ser el hazmerreír y la burla de todos. Tuvo momentos dulces en su vida de profeta, porque sintió claramente la vocación de poder ser el portavoz de Dios para con su pueblo. Pero fueron también muy duros los momentos malos, como los que se reflejan en el pasaje de hoy. Jeremías llega a pensar en abandonar su misión profética. Pero fue fiel a su vocación. 


 

SALMO RESPONSORIAL                                        62, 2-6. 8-9

 

R.    Mi alma tiene sed de ti, Señor, Dios mío.

 

Señor, Tú eres mi Dios,

yo te busco ardientemente;

mi alma tiene sed de ti,

por ti suspira mi carne

      como tierra sedienta, reseca y sin agua.  R.

 

Sí, yo te contemplé en el Santuario

para ver tu poder y tu gloria.

Porque tu amor vale más que la vida,

mis labios te alabarán.  R.

 

Así te bendeciré mientras viva

y alzaré mis manos en tu Nombre.

Mi alma quedará saciada como con un manjar delicioso,

y mi boca te alabará con júbilo en los labios.  R.

 

Veo que has sido mi ayuda

y soy feliz a la sombra de tus alas.

Mi alma está unida a ti,

tu mano me sostiene.  R.

 

 



Lectura de la carta del Apóstol san Pablo

a los cristianos de Roma

12, 1-2

 

Hermanos, yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que debe ofrecer.

No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

 

Palabra de Dios.

 

 





  Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

16, 21-27

 

Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía que ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.

Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá».

Pero Él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino de los hombres».

Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida  a causa de mí, la encontrará.

¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?

Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras».

 

Palabra del Señor. 

 

Reflexión


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Aquel Pedro que fue inspirado por el mismo Jesús para su profesión de fe “Tú eres el hijo de Dios” hoy es puesto sobre las cuerdas: tú no piensas como Dios, piensas como los hombres.

1.- La fe es gracia y es regalo. Es un privilegio que Dios nos concede. Desde esa luz, que es la fe, podemos alumbrar todo lo que acontece en torno a nosotros e, incluso, nuestras mismas personas.

Como a Pedro, al mundo de hoy, no le seduce demasiado el sufrimiento. Preferimos una fe de merengue ya fácil a una fe probada; una fe de gloria a una fe de calvario; una fe de sentimientos a una fe de conversión, una fe con camino llano más que aquella otra expresada en camino angosto o empedrado duro.

Pensar como Dios, exige optar por lo que el mundo nos oculta. Pensar como los hombres, puede llevarnos a perdernos en unos túneles sin salida, a caer en unos pozos sin fondo.

El camino que Jesús nos propone, no es el de los atajos que el discurso materialista nos vende machaconamente. No es aquel del escaparate del triunfo, sino aquel otro que se fragua en el escenario del servicio. No es el de la apariencia, sino el trabajar sin desmayo allá donde nadie oposita.

2. Para que brille el sol es necesario que el cielo esté limpio de nubes. Jesús, en el evangelio de este domingo, nos advierte que para que destelle Dios con toda su magnitud en nosotros, no hemos de ser obstáculo. El sufrimiento y la cruz, o dicho de otra manera, las contrariedades, oposición, zancadillas, sinsabores, incomprensiones, etc., lejos de rehusarlas hemos de aprender a valorarlas y encajarlas desde ese apostar por Jesús de Nazaret en un contexto social donde, a veces, se oyen más las voces de los enemigos de Dios que la labor transformadora de aquellos que creemos en El.

¿A quién le apetece un camino con espinas? Jesús nos lo adelanta. Y los primeros testigos del evangelio (apóstoles y mártires) lo vivieron en propia carne: ser de Cristo implica estar abierto a lo que pueda venir. Incluso dar la vida por El.

Frente al único pensamiento que algunos pretenden imponernos (que puede distar mucho del pensamiento que Dios tiene sobre el mundo) no cabe sino ser fuertes y abrazar la cruz cuando sea necesario.

3.- El Papa Francisco, en sus alocuciones frecuentes en Roma, nos insiste en esa dirección: “el problema no está en los que “viven ilícitamente” su pertenencia a la Iglesia. El problema mayor es que, una gran mayoría de cristianos, viven su cristianismo con las mismas características de los no bautizados, de los que no creen en Dios”.

Nuestra Señora de Fátima

    En 1917, en el momento de las apariciones, Fátima era una ciudad desconocida de 2.500 habitantes, situada a 800 metros de altura y a 130...