viernes, 30 de abril de 2021

L ’ O SSERVATORE ROMANO

 

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Los Cinco Minutos del Espíritu Santo

 



 "Ven Espíritu Santo. Ilumíname para que sepa decir las mejores palabras, esas que puedan hacer bien a los demás.

Tómame Espíritu Santo, para que a través de mis gestos se exprese el amor de Jesús y los demás puedan crecer en la amistad que les ofreces.
Dame flexibilidad y apertura, para que me adapte con sencillez a las necesidades de los otros.
Dame un oído atento, para escuchar lo que tú me digas a través de ellos.
Fecunda y reaviva los carismas que derramaste en mi vida para cumplir mi misión en el mundo.
Guíame, Espíritu Santo. No dejes que confunda el camino.
Enséñame a discernir, para que no me desgaste cuidando la apariencia o buscando fama.
No dejes que ponga mi apoyo en falsas seguridades que me alejan de ti.
Toca mi interior, Espíritu Santo, para que viva de ti, para que me deje llevar por ti donde quieras, como quieras, cuando quieras.
Para que mi camino me oriente siempre a ti, para que siempre esté contigo, para que sepa de verdad que sólo en ti está la fuente de la vida.
Gracias, Espíritu Santo, porque puedo participar en la construcción del Reino de Dios, y así puedo crecer en tu amor.
Amén."

CUARTA SEMANA DE PASCUA

 


 



Lectura de los Hechos de los Apóstoles

13, 26-33

 

Habiendo llegado Pablo a Antioquía de Pisidia, decía en la sinagoga:

«Hermanos, este mensaje de salvación está dirigido a ustedes: los descendientes de Abraham y los que temen a Dios. En efecto, la gente de Jerusalén y sus jefes no reconocieron a Jesús, ni entendieron las palabras de los profetas que se leen cada sábado, pero las cumplieron sin saberlo, condenando a Jesús.

Aunque no encontraron nada en Él que mereciera la muerte, pidieron a Pilato que lo condenara. Después de cumplir todo lo que estaba escrito de Él, lo bajaron del patíbulo y lo pusieron en el sepulcro.

Pero Dios lo resucitó de entre los muertos y durante un tiempo se apareció a los que habían subido con Él de Galilea a Jerusalén, los mismos que ahora son sus testigos delante del pueblo.

Y nosotros les anunciamos a ustedes esta Buena Noticia: la promesa que Dios hizo a nuestros padres, fue cumplida por Él en favor de sus hijos, que somos nosotros, resucitando a Jesús, como está escrito en el salmo segundo: "Tú eres mi Hijo; Yo te he engendrado hoy"».

 

Palabra de Dios.



Deberíamos seguir el ejemplo de Pablo en nuestra tarea evangelizadora: con la oportuna pedagogía y captación del interés de sus oyentes, pero sin tardar mucho, él anuncia directamente a Jesús como el Salvador, el Hijo de Dios, el que da sentido a la vida. A veces nosotros damos rodeos, tal vez por miedo a que el hombre o el joven de hoy no acepten el mensaje más profundo que tenemos para él. Es bueno que nos adaptemos a los oyentes. Es bueno que respetemos la preparación y el trasfondo cultural que cada persona tiene. Pero evangelizar significa anunciar a Cristo Jesús. Si estamos convencidos de que en él se encuentra la plenitud de todo, no deberíamos tener miedo de proclamarlo, con nuestras palabras y nuestras obras, a todos aquellos en los que influimos en nuestra vida. 



 

 

SALMO RESPONSORIAL                                       2, 6-12a

 

R.    ¡Tú eres mi hijo, Yo te he engendrado hoy!

 

«Yo mismo establecí a mi Rey en Sión, mi santa Montaña».

Voy a proclamar el decreto del Señor:

Él me ha dicho: «Tú eres mi hijo,

Yo te he engendrado hoy». R.

 

«Pídeme, y te daré las naciones como herencia,

y como propiedad, los confines de la tierra.

Los quebrarás con un cetro de hierro,

los destrozarás como a un vaso de arcilla». R.

 

Por eso, reyes, sean prudentes;

aprendan, gobernantes de la tierra.

Sirvan al Señor con temor;

temblando, ríndanle homenaje. R.

 

 




    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Juan

14, 1-6

 

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos:

«No se inquieten.

Crean en Dios y crean también en mí.

En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones;

si no fuera así, ¿les habría dicho a ustedes

que voy a prepararles un lugar?

y cuando haya ido y les haya preparado un lugar,

volveré otra vez para llevarlos conmigo,

a fin de que donde Yo esté,

estén también ustedes.

Ya conocen el camino del lugar adonde voy».

Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?»

Jesús le respondió:

«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.

Nadie va al Padre, sino por mí».

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, te agradezco por un nuevo día en el que me das la gracia de ser testigo de tu amor. Hoy, como ayer, me doy cuenta que sigo siendo débil y mis deseos de ser mejor para ti no corresponden muchas veces a la realidad. Sin embargo, no me dejes olvidar que mi debilidad y mi flaqueza son siempre objeto de tu misericordia y de tu infinito amor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Es muy fácil decir: «cálmate, no pierdas la paz» a quien se encuentra en una tribulación o problema. Pero todo cambia cuando se trata de nosotros. Sí, cuando estamos pasando por un mal momento o tenemos una necesidad grave, no escuchamos consejo alguno sobre permanecer en paz y confiados. Más bien frenéticamente buscamos solucionar nuestro problema a toda costa, incluso a veces sin importarnos utilizar medios inadecuados.

Esto se debe a que como decía santa Teresa de Jesús, «el corazón del hombre es como una veleta». Bastan un poco de cambios es nuestro mundo organizado y programado, o algo de volubilidad anímica para estresarnos y perder la paz. Pero en realidad esto se debe a que nuestra supuesta «paz» está fundamentada en una confianza efímera y superflua, que tiene como base a las creaturas. En resumen, una paz fuera de Dios no puede durar mucho porque no es verdadera paz del corazón.

Sólo en Dios, sólo en Él descansa nuestra alma. Sólo en el podemos conservar la paz a pesar de toda adversidad.

«Jesús que dice a Tomás: “Yo soy el Camino”. Es la respuesta a la angustia, a la tristeza, a la tristeza de los discípulos por esta despedida de Jesús: ellos no comprendían mucho, pero estaban tristes por esto. Esta expresión de Jesús nos hace pensar en la vida cristiana, que es un camino: comenzamos a caminar con el bautismo, y camino, camino, camino. Se puede decir que la vida cristiana es un camino y el camino justo es Jesús».
(Homilía de S.S. P. Francisco, 3 de mayo de 2016, en santa Marta).

 

 

jueves, 29 de abril de 2021

Los Cinco Minutos del Espíritu Santo

 



Hoy contemplamos lo que hizo el Espíritu en la vida de Santa Catalina de Siena. Por una parte, en ella vemos realizada la sabiduría de los sencillos, porque Catalina era una mujer analfabeta, sin formación, que llegó a explicar misterios profundos de la vida espiritual y fue capaz de sacar de sus errores a muchos pretendidos sabios de su época. La acción del Espíritu en quien se deja enseñar por él, produce la más alta sabiduría, e infunde en los aparentemente débiles un arrojo incomprensible. La humilde e inculta Catalina era capaz de dirigirse al Papa dándole consejos y de reprochar de frente las debilidades de los obispos.

 
Además, el hombre o la mujer donde obra el Espíritu, que se deja llevar en la existencia por el impulso de vida del Espíritu Santo, pierde el temor al desgaste que pueda ocasionarle su misión; ya no le tiene miedo al paso del tiempo, a la pérdida de energías, y cada vez experimenta una seguridad mayor, prueba "gozo y paz en el Espíritu Santo" (Romanos 14,17). Por la firme vitalidad que le ha ido dando el Espíritu con el paso de los años, "en la vejez seguirá dando fruto, y estará frondoso y lleno de vida" (Salmo 92,15).
 
La vida de Dios en nosotros nos hace experimentar, cuando una parte de nosotros se va desgastando, que hay otro nivel de vida que va creciendo: "Al cansado da vigor, y al que no tiene fuerzas le acrecienta la energía" (lsaías 40,29-31).
 
Es bueno que hoy pidamos al Espíritu Santo que derrame en nosotros esa sabiduría de los humildes y esa fortaleza de los santos que se dejan conducir por él.

CUARTA SEMANA DE PASCUA

 




 

Lectura de los Hechos de los Apóstoles

13, 13-25

 

Desde Pafos, donde se embarcaron, Pablo y sus compañeros llegaron a Perge de Panfilia. Juan Marcos se separó y volvió a Jerusalén, pero ellos continuaron su viaje, y de Perge fueron a Antioquía de Pisidia.

El sábado entraron en la sinagoga y se sentaron. Después de la lectura de la Ley y de los Profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir: «Hermanos, si tienen que dirigir al pueblo alguna exhortación, pueden hablar».

Entonces Pablo se levantó y, pidiendo silencio con un gesto, dijo:

«Escúchenme, israelitas y todos los que temen a Dios. El Dios de este Pueblo, el Dios de Israel, eligió a nuestros padres y los convirtió en un gran Pueblo, cuando todavía vivían como extranjeros en Egipto. Luego, con el poder de su brazo, los hizo salir de allí y los cuidó durante cuarenta años en el desierto. Después, en el país de Canaán, destruyó a siete naciones y les dio en posesión sus tierras, al cabo de unos cuatrocientos cincuenta años. A continuación, les dio Jueces hasta el profeta Samuel.

Pero ellos pidieron un rey y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, por espacio de cuarenta años. Y cuando Dios desechó a Saúl, les suscitó como rey a David, de quien dio este testimonio: "He encontrado en David, el hijo de Jesé, a un hombre conforme a mi corazón que cumplirá siempre mi voluntad".

De la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús. Como preparación a su venida, Juan Bautista había predicado un bautismo de penitencia a todo el pueblo de Israel. Y al final de su carrera, Juan decía: "Yo no soy el que ustedes creen, pero sepan que después de mí viene Aquél a quien yo no soy digno de desatar las sandalias”».

 

Palabra de Dios.



Cuando Pablo predicaba, siempre anunciaba a Jesús como la respuesta plena de Dios a las esperanzas humanas. Si sus oyentes eran judíos, como en el caso de hoy, les hablaba partiendo del AT. Si eran paganos, como cuando llegó a Atenas, les citaba sus autores predilectos y sabía apelar a su búsqueda espiritual del sentido de la vida. ¿Sabemos nosotros sintonizar con las esperanzas y los deseos de nuestros contemporáneos, jóvenes o mayores, creyentes o alejados, para poder presentar a Jesús como el que da pleno sentido a nuestra vida y a nuestros mejores deseos? ¿Somos valientes a la hora de presentar a Jesús como la Palabra decisiva, como el Salvador único, como aquél en quien vale la pena creer y a quien vale la pena seguir?




 

 

SALMO RESPONSORIAL                          88, 2-3. 21-22. 25. 27

 

R.    ¡Cantaré eternamente tu amor, Señor!

 

Cantaré eternamente el amor del Señor,

proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones.

Porque Tú has dicho: «Mi amor se mantendrá eternamente,

mi fidelidad está afianzada en el cielo». R.

 

«Encontré a David, mi servidor,

y lo ungí con el óleo sagrado,

para que mi mano esté siempre con él

y mi brazo lo haga poderoso». R.

 

Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán,

su poder crecerá a causa de mi Nombre:

Él me dirá: «Tú eres mi padre,

mi Dios, mi Roca salvadora». R.

 

 

 



    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Juan

13, 16-20

 

Antes de la fiesta de Pascua, Jesús lavó los pies a sus discípulos, y les dijo:

«Les aseguro que

el servidor no es más grande que su señor,

ni el enviado más grande que el que lo envía.

 

Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican. No lo digo por todos ustedes; Yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice:

"El que comparte mi pan

se volvió contra mí".

 

Les digo esto desde ahora,

antes que suceda,

para que cuando suceda,

crean que Yo Soy.

Les aseguro

que el que reciba al que Yo envíe

me recibe a mí,

y el que me recibe, recibe al que me envió».

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

María, llévame hacia el Corazón de tu Hijo y enséñame a escuchar sus latidos. Tú conoces mejor que nadie a Cristo: ayúdame a imprimir su imagen en mí para transmitir su amor a mis hermanos. Así sea.



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Termina la cena y alguien tiene que levantarse a lavar los platos. Esto es lo ordinario en casa. Pero Cristo va más allá: se levanta, se quita el manto –signo de su dignidad– pero no lava platos: lava pies… Toma el puesto del sirviente. Quiere llegar al fondo de la humildad.

«Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón.» (Mt 11, 29) Tú, Jesús, me enseñas con tu ejemplo. Así puedo conocer lo que de verdad hace dichoso. Porque sólo es dichoso el que se entrega sin reservas, el que ama hasta dar la vida, el que vive para servir. Alguien tenía que redimir al ser humano y Tú has tomado este puesto. Alguien tenía que expiar el pecado del mundo y Tú has aceptado la cruz.

Me has escogido, Señor, para enseñar esto a los demás con mis palabras y mis obras. Desde el momento del bautismo soy un enviado, un apóstol para que otros puedan descubrir tu amor y tu entrega. Actúa en mí este día. Entra en mi corazón y ayúdame a manifestar la Buena Noticia. Tal vez se me presenten oportunidades sencillas, pero cada gesto de amor sincero lleva tu imagen. Por eso te pido que me acompañes hoy, Señor, para que allá donde me envíes los demás puedan recibirte.

«Es el ejemplo del Señor: Él es el más importante y lava los pies porque, entre nosotros, el que está más en alto debe estar al servicio de los otros. Y esto es un símbolo, es un signo, ¿no? Lavar los pies es: “yo estoy a tu servicio”. Y también nosotros, entre nosotros, no es que debamos lavarnos los pies todos los días los unos a los otros, pero entonces, ¿qué significa? Que debemos ayudarnos, los unos a los otros. A veces estoy enfadado con uno, o con una… pero… olvídalo, olvídalo, y si te pide un favor, hazlo. Ayudarse unos a otros: esto es lo que Jesús nos enseña y esto es lo que yo hago, y lo hago de corazón, porque es mi deber. Como sacerdote y como obispo debo estar a vuestro servicio. Pero es un deber que viene del corazón: lo amo. Amo esto y amo hacerlo porque el Señor así me lo ha enseñado».
(Homilía de S.S. Francisco, 28 de marzo 2013).

 

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