sábado, 30 de septiembre de 2017

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 43b-45




Mientras todos se admiraban por las cosas que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: «Escuchen bien esto que les digo: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres».
Pero ellos no entendían estas palabras: su sentido les resultaba oscuro, de manera que no podían comprenderlas, y temían interrogar a Jesús acerca de esto.

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Hay cosas en las que Jesús no se cansa de insistir. Les avisa una y otra vez: ha de ser entregado en manos de los hombres. Pero ellos no entendían. Sabían que Jesús era el Salvador, pero no les cabía en la cabeza que la salvación pasara necesariamente por el sufrimiento. A todos nos cuesta entender el dolor y la muerte.

Sin embargo, si queremos ser fieles a Dios, si queremos hacer presente su amor, en algún momento nos vamos a encontrar con el rechazo de muchos, nos toparemos con la cruz.
            “Señor, enséñanos a tomar la cruz de cada día y a seguirte”
            “Gracias por las personas que saben amar hasta el final”
            “Perdona y cura nuestra cobardía frente al dolor”


Señor, dame la valentía
de arriesgar la vida por ti,
el gozo desbordante
de gastarme en tu servicio.

Dame, Señor, alas para volar
y pies para caminar
al paso de los hombres.

Entrega, Señor, entrega
para “dar la vida”
desde la vida,
la de cada día.

Infúndenos, Señor,
el deseo de darnos y entregarnos,
de dejar la vida
en el servicio a los débiles.

Señor, haznos constructores de tu vida,
propagadores de tu reino,
ayúdanos a poner la tienda en medio de los hombres
para llevarles el tesoro
de tu amor que salva.

Haznos, Señor, dóciles a tu Espíritu
para ser conducidos
a dar la vida desde la cruz,
desde la vida que brota
cuando el grano muere en el surco.

jueves, 28 de septiembre de 2017

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 7-9




El tetrarca Herodes se enteró de todo lo que Jesús hacía y enseñaba, y estaba muy desconcertado porque algunos decían: «Es Juan, que ha resucitado». Otros decían: «Es Elías, que se ha aparecido», y otros: «Es uno de los antiguos profetas que ha resucitado».
Pero Herodes decía: «A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es éste del que oigo decir semejantes cosas?» y trataba de verlo.

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús no pasa inadvertido. No busca la notoriedad, pero su estilo de vida llama la atención. Quieren escucharlo y verlo hasta sus propios enemigos.

¿Cómo es nuestra vida? ¿Llamamos la atención por ser coherentes, por estar con los más pobres, por elegir los últimos puestos, por servir más que nadie, por asumir con esperanza la cruz y el dolor, por creer en Dios y en las personas? ¿o llamamos la atención por otras cosas menos evangélicas?


Señor, líbrame de todo deseo de sobresalir,
de parecer más grande o más bueno que los demás,
de pretender la fama a cualquier precio.

Pero, si he de llamar la atención,
que la llame por ser como tú;
por decir la verdad con dulzura, como tú;
por acercarme a los más necesitados, como tú;
por ser libre frente a los poderosos y al qué dirán, como tú;
por no estar apegado al dinero y a la comodidad, como tú;
por buscar más el amor que el placer, como tú;
por luchar contra el mal sólo con las armas del bien, como tú;
por tener paciencia con los que no acaban de aprender, como tú;
por perdonar setenta veces siete, como tú;
por trabajar en comunidad por la comunidad, como tú;
por dar la vida con alegría hasta el final, como tú;
por confiar siempre en Dios Padre hasta en los peores momentos, como tú.

Señor, ayúdame a ser cada día más parecido a ti. Amén.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 1-6




Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para sanar las enfermedades. Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos, diciéndoles: «No lleven nada para el camino, ni bastón, ni provisiones, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno. Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir. Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos».
Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y sanando enfermos en todas partes.

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
No podemos considerar este envío como un simple entrenamiento, sino como el inicio de la misión que los apóstoles llevarán adelante de proclamar el Evangelio con poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar enfermedades.
El Señor quiere a los suyos como sus colaboradores en el anuncio del Reino de Dios. Los apóstoles harán presente al Señor hasta los últimos rincones de la tierra. Es bueno proclamar el Nombre de Dios, su Buena Noticia de amor. Pero el Evangelio no puede ceñirse sólo a discursos magistralmente preparados y bellamente pronunciados. Hay que propiciar que Jesús se haga cercano a aquel que sufre por la pobreza o enfermedad, al que vive esclavo de sus pasiones, para que la curación de todos estos males le haga saber que el pertenecer al Reino de Dios por creer en Cristo Jesús, hace de los creyentes personas libres de toda influencia del mal.
El Señor nos quiere no tamto como promotores sociales sin trascender hacia Él; ni nos quiere como predicadores angelistas, desencarnados de la realidad. El anuncio del Evangelio debe integrar a la persona completa, con sus aspiraciones y con sus debilidades, para ayudarle a vivir con mayor dignidad su ser de imagen y semejanza de Dios, más aún, su ser de hijo de Dios por su fe y por su unión, mediante el Bautismo, a Cristo Jesús.
En esta Eucaristía celebramos el amor de Aquel que, conociendo nuestra fragilidad, hizo suyos nuestros dolores, cargó sobre sí nuestras miserias y nos curó con sus llagas. Él se presentó entre nosotros no como el Dios terrible, que da miedo contemplar y escuchar; sino con la sencillez de quien nos ama entrañablemente y se acerca a nosotros para manifestársenos como la Buena Nueva que el Padre Misericordioso pronuncia en favor nuestro.
Hoy estamos en torno a Él buscando, no sólo que nos conceda algún favor, sino que nos haga partícipes de su Vida y de su Espíritu para vivir de un modo mejor la fe que profesamos en Él.
Unidos al Señor Él nos envía para que proclamemos ante los demás lo misericordioso que Él ha sido para con nosotros. Les hemos de anunciar el Nombre del Señor; y lo hemos de hacer desde nuestra experiencia personal con el Señor y la vivencia fiel de sus enseñanzas.
Pero no podemos quedarnos sólo en el anuncio con los labios, sino que también nuestras obras deben convertirse en la proclamación de la Buena Nueva de salvación. Sólo así podremos ser testigos del Señor que se preocupan de remediar los males tanto personales, como los que hay en el mundo.
Hay muchas enfermedades interiores que hemos de curar en aquellos que nos rodean, como la soledad, la tristeza, la angustia, la inseguridad, el desbordamiento de las pasiones, la codicia, la preocupación compulsiva por los bienes temporales y por el poder; en fin, hay tantas esclavitudes que han atado a las personas y que requieren de nuestra atención de hermanos para ayudarlos a darle un nuevo rumbo a su vida, y, desde su vida, a toda la historia.
Dios quiere que no hundamos a los demás en el abismo, sino que los ayudemos a salir de él.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 9, 9-13



 
En aquel tiempo:
Jesús, al pasar, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con Él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: "Yo quiero misericordia y no sacrificios". Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».
 
Palabra del Señor.
¿Quién de nosotros puede decir que no tiene pecado? Y a pesar de nuestras esclavitudes a él, a pesar de las grandes injusticias que hayamos cometido en contra de nuestro prójimo, y de las grandes traiciones a Cristo y a su Iglesia, Él vuelve a pasar junto a nosotros y nos llama para que vayamos tras sus huellas.
El poder de su Palabra es un poder salvador, que nos llama a la vida, que nos libra de nuestras tinieblas de maldad y que nos saca a la luz, para qué seamos criaturas nuevas en Cristo.
Pero no basta haber recibido los dones de Dios. Los que vivimos en comunión de vida con Cristo debemos hacer nuestros los mismos sentimientos del corazón misericordioso del Señor, y trabajar para que el Proyecto de Dios sobre la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, unido por el amor y por un mismo Espíritu, se haga realidad, ya desde ahora, entre nosotros.
Una iglesia que se encerrara para recibir en su seno sólo a los puros, y cerrara la puerta a los pecadores no podría, en verdad, llamarse Iglesia de Cristo.
Jesús ama a los pecadores, no porque quiera que continuemos pecando, sino porque quiere sanar nuestras heridas para que, arrepentidos, renovados en Él, convertidos en Él en hijos de Dios, sea nuestro el Reino de los cielos.
Como auténtica iglesia de Cristo ¿este camino y ejemplo del Señor es el que impulsa nuestra labor evangelizadora?
El Señor, pasando junto a nosotros nos ha dicho: Sígueme. Y nosotros, convocados por Él, estamos en su presencia para dejarnos, no sólo instruir, sino transformar por su Palabra poderosa, que nos perdona, nos santifica y nos va configurando día a día, hasta que lleguemos a ser hombres perfectos, y alcancemos nuestra plenitud en Cristo Jesús.
Y Él nos sienta a su mesa, a nosotros, pecadores amados por Él; amados hasta el extremo de tal forma que se entregó por nosotros, para santificarnos, pues nos quiere totalmente renovados para poder presentarnos, justos y santos, ante su Padre Dios.
Dejémonos amar por el Señor, y permitámosle llevar a cabo en nosotros su obra salvadora.
Amados por Dios y reconciliados con Él en Cristo Jesús, seamos la Iglesia de Cristo, que continúa en el mundo y su historia la encarnación del Hijo de Dios. Sigamos trabajando constantemente por la justicia, por el amor fraterno y por la paz. No seamos ocasión de división ni de luchas fratricidas entre nosotros.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 7, 31-35



En aquel tiempo, dijo el Señor:
«¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes ?
Se asemejan a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros aquello de : “Hemos tocado la flauta y no han bailado, hemos entonado lamentaciones y no han llorado”
Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís: “Tiene un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “Miren qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores.”
Sin embargo, todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón».
Palabra del Señor.

¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Juan y Jesús anuncian la Palabra de Dios, con dos estilos distintos. Juan desde el desierto, Jesús desde las calles, plazas y casas. Juan no participaba en fiestas, Jesús si. Las palabras de Juan eras más ásperas que las de Jesús. Juan es el mayor de los profetas, Jesús es el mismísimo Hijo de Dios. Sin embargo, ni a uno ni a otro escucharon. Decían que Juan tenía un demonio y que Jesús era un comilón y un borracho. A veces somos especialistas es buscar excusas para no escuchar a las personas.
     "Señor, abre mi corazón a la verdad de cada persona"
     "A veces descalifico a las personas sin conocerlas. Perdona"

 Dios sigue hablando a través de personas, a través de personas amables y bruscas, aburridas y divertidas. desagradables y simpáticas, más buenas y peores, de izquierdas y de derechas, creyentes y no creyentes...
No es fácil descubrir lo que Dios nos dice por medio de las palabras de las personas (a veces contradictorias), pero tenemos que abrir los oídos de par en par a todos y pedir a Dios que nos ayude a escuchar su Palabra en las palabras.
     "Concédeme Señor tu luz para saber escucharte"
     "Dame paciencia y perseverancia cuando no entienda lo que me quieras decir".


Señor, te doy gracias por todas las personas que hoy se encontrarán conmigo, cada una con su forma de pensar, sentir y actuar; todas están creadas a imagen y semejanza tuya, de todas puedo aprender algo bueno, todas me pueden enriquecer. En el fondo, todas son un regalo tuyo.

Sin embargo, a veces estoy cerrado, agrando los defectos de las personas para no aprender de nadie, para no cambiar. Unas me parecen demasiado estrictas, otras muy permisivas, algunas poco modernas, otras demasiado avanzadas. Señor, ayúdame a descubrir el don de todas las personas, a seguir el mensaje que tú me ofreces a través de cada una.

Conviérteme, para ser regalo tuyo para los demás. Amén.

martes, 19 de septiembre de 2017

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 7, 11-17




Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven, Yo te lo ordeno, levántate».
El muerto se incorporó y empezó a hablar. y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo».
El rumor de lo Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.

Palabra de Dios.



¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

A Jesús le dieron lástimas las lágrimas de la madre del joven muerto. Además de la pena por la muerte de su hijo, a aquella mujer le esperaba un futuro nada halagüeño. En nuestra sociedad hay personas que viven situaciones muy difíciles y muy pocos se compadecen de ellas. ¿Dejas que tu corazón se afecte por el dolor de los demás? ¿pasas de largo? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Ante nuestro sufrimiento Dios no pasa de largo, se acerca y quiere curarnos con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza, pero ¡cuántas veces nos encuentra cerrados! ¡Pasamos del médico que puede curarnos, que quiere curarnos!
¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Señor, tienes un corazón de carne, un corazón sensible,
que se alegra con los que gozan
y comparte los sufrimientos de los que lloran.
Gracias, Jesús, porque te alegras con mis éxitos
y sufres conmigo los malos momentos.

Gracias, Señor, porque me miras a los ojos,
me llamas por mi nombre y me dices:
A ti te hablo, LEVÁNTATE,
levántate de tu tristeza; levántate de tu egoísmo,
levántate de tu desesperanza, levántate de tus desconfianzas,
levántate de todo lo que te impide vivir,
de todo lo que no te dejar ser persona,
de todo lo que no te deja avanzar.

Señor, dame un corazón como el tuyo
y ayúdame a levantar a quienes están caídos junto a mí.

lunes, 18 de septiembre de 2017

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 7,1-10





Jesús entró en Cafarnaúm. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a sanar a su servidor.
Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: «Él merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga».
Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: "Ve", él va; y a otro: "Ven", él viene; y cuando digo a mi sirviente: "¡Tienes que hacer esto!", él lo hace».
Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: «Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe».
Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
"Ni en Israel he encontrado tanta fe". La fe en Jesucristo es la nota que define nuestro ser cristiano. Tener fe no es solamente creer que Dios existe, o que Jesús es el Hijo de Dios. Para los cristianos tener fe es creer que Jesús puede curarme, puede salvarme, puede hacerme plenamente feliz. ¿Has sentido alguna vez la alegría de sentirte curado por Jesús? ¿deseas con todo el corazón revivir esta experiencia o experimentarla por primera vez? Adelante. Ten fe. Reza. Busca a Jesús en la oración, en tus hermanos. Está deseando curarte de eso que tanto te pesa.
    "Creo Señor, pero aumenta mi fe"

La fe no nos encierra, nos hace abiertos, solidarios. Aquel centurión no pidió para él, pidió para un criado, intercedió por él. Interceder es rezar por el otro, trabajar por el otro, dar la cara por el otro, dar voz a los que no tienen voz. Hay muchas personas que necesitan tu intercesión.
     "Gracias Señor por las personas que interceden por mi"
     "Gracias Padre por las personas que interceden por los más pobres"
     "No dejes nunca Señor que me ahogue en mis problemas"
     "Te pido Señor por ... y dame fuerza para trabajar por él"

Yo creo en Ti, Señor, y te doy gracias de corazón,
pero aumenta mi fe, porque a veces me envuelven las dudas.

Señor, haz que mi fe sea plena,
que sepa abrirte mis pensamientos y sentimientos y acciones,
mi pasado, mi presente y mi futuro, sin reservas.

Señor, haz que mi fe sea coherente,
que acepte las renuncias y los deberes que comporta
y sepa hacerla vida en cada momento de mi vida.

Señor, haz que mi fe sea fuerte,
que madure ante la contradicción de los problemas,
que encuentre cimiento más firme ante quienes la rechazan.

Señor, haz que mi fe sea alegre,
al saber y sentir que tu amor me envuelve,
al descubrir en cada persona la huella de tu gloria.

Señor, haz que mi fe sea activa
que sepa verte en los pobres y en cuantos me necesitan
y sepa avanzar por el camino de servicio y la entrega.

Señor, haz que mi fe sea humilde.
Porque estoy envuelto en debilidades,
que apoye mi fe en la fe de los hermanos, en la fe de la Iglesia.

Señor, haz que mi fe sea contagiosa,
a través de mis palabras, mi sonrisa y mi vida entera.
Que sepa transmitir, Señor, que Tú eres lo mejor que me ha pasado.
Amén.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 18, 21-35




Se acercó Pedro y dijo a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Dame un plazo y te pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes". El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda". Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?" E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos».

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Con qué alivio recibimos el perdón de los demás y cuando nos cuesta ofrecerlo de corazón. Las dos cosas son muy importantes: recibir agradecidos el perdón y mostrar la gratitud perdonando.
“Señor, haznos humildes para pedir perdón”
“Gracias por el perdón que nos regalas, que nos regalan”
“Danos un corazón grande para perdonar”
“Cura el orgullo que no nos deja disfrutar el perdón”

Jesús no habla sólo de perdonar, habla de perdonar de corazón. Y no sólo en una ocasión. Si difícil es perdonar, más difícil es perdonar al que ya nos ha ofendido otras veces. Tanto uno como otro son dones de Dios, que tenemos que pedir, sobre todo en los casos más difíciles, más dolorosos.

        Por último, una recomendación: para perdonar de corazón necesitamos palpar a menudo el perdón incondicional de Dios. Y el medio más adecuado para vivir esta experiencia es celebrar el sacramento de la Reconciliación.

Dame fuerza, Dios mío, para perdonar a los que siento que me han ofendido,
a no tener rencores que envenenan mi existencia en lugar de aliviar mi enfado.
Dame la fuerza, el conocimiento, la sabiduría y la intención de perdonarme también a mí mismo.
Aunque no me ha sido fácil olvidar agresiones, traiciones y engaños, con tu ayuda lo lograré.
Envíame tu Espíritu para vivir feliz, sin recordar aquellas ocasiones en las que me hicieron daño.

Señor, ayúdame a no volver a criticar, juzgar, evaluar negativamente la actuación de las personas,
pues reconozco que no estoy capacitado para ello, porque no poseo la verdad absoluta.
Señor, quiero vivir en paz, sin pensar en venganzas, que sólo provocan dolor en mí y en los demás.

Dame unos ojos claros para reconocer mis fallos y ser consciente de que Tú siempre perdonas.
Tú eres generoso conmigo. No te conformas con darme lo que merezco. Me das mucho más.
Ayúdame a rezar y vivir: Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

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Señor:
Somos un poco de todo y de nada.

Somos hermanos y extraños,
hijos y siervos,
deudores y prepotentes,
compañeros y enemigos de camino,
solidarios pero también indiferentes,
ciudadanos e indefensos,
cómplices y demasiado pacientes.
Somos un poco de todo y de nada.

Somos intento de diálogo y palabra vacía,
huella y piedra de tropiezo,
memoria y olvido,
protesta y enigma,
prestamistas y eternos deudores,
suplicantes de tu perdón y yermos para concederlo,
indefensos creadores de murallas.
Somos un poco de todo y de nada.

Somos audaces y cuitados,
víctimas y verdugos de nosotros mismos,
a veces soñadores, otras rastreros,
firmes y volubles,
lloricas empedernidos y de corazón duro,
tramposos y jueces de nuestros hermanos,
llenos de agujeros e impermeables.
Somos un poco de todo y de nada.

Señor, somos y no somos.
Estamos confundidos.
Somos mártires de nada.
Somos claroscuros.
Somos pecadores conscientes.
Perdónanos y acrisólanos
aunque necesites
setenta veces siete
repetirte.

Florentino Ulibarri

sábado, 16 de septiembre de 2017

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6, 43-49




Jesús decía a sus discípulos:
No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.

El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla su boca.

¿Por qué ustedes me llaman: "Señor, Señor", y no hacen lo que les digo? Yo les diré a quién se parece todo aquél que viene a mí, escucha mis palabras y las practica. Se parece a un hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando vino la inundación, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien construida.

En cambio, el que escucha la Palabra y no la pone en práctica se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra, sin cimientos. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, en seguida se derrumbó, y el desastre que sobrevino a esa casa fue grande.

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Cada día nos acercamos al Evangelio, escuchamos la voz del Señor, rezamos... Pero con esto no basta. El que escucha la palabra de Jesús y nos las pone en práctica se parece a uno que edifico su caso sobre tierra.

Tenemos que reconocer que en muchas ocasiones nos contentamos con escuchar y no movemos un dedo para llevar a la práctica. Pedimos perdón y fuerza para convertirnos.

Sin embargo, también es cierto que a veces nos esforzamos por cumplir la palabra de Jesús.
¿Cuál es tu experiencia? Da gracias a Dios. Él muestra el camino y ofrece fuerza para poder avanzar por él.

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

¿Qué será de la palabra sin los gestos
que la encarnan, y la enhuesan, y la ensangran,
y al mostrarla viva en un espacio tiempo,
la confirman, verifican y consagran?

¿Qué será de mi cantar si no atestigua
lo que lucha por gestarse en mi sustancia?
Algo injusto, que promete y no realiza.
Algo absurdo, o infantil, o hasta canalla,

¡Dios de gestos (de Belén hasta la Pascua),
Dios-Palabra que pronuncias lo que actúas,
Esplendor de la verdad, Palabra actuante,
que resuenas y convences y aseguras.

Cohesióname en un cruce de coherencias,
reconcilia mi vida descoyuntada,
balbucea en mí un idioma
hecho de gestos...
Repronuncia en mis gestos tu Palabra!

La palabra, si es semilla de los gestos,
germinando corrobora su nobleza.
Si es palabra que es fiel nombre de los hechos
esos hechos la reafirman y resiembran.

Sólo el gesto hace creíble nuestro anuncio.
La verdad solo es verdad en cuerpo y alma.
Y si el sólo hablar nunca es buena noticia,
nuestro actuar, en cambio, puede ser proclama.

Oh Dios, Cristo es tu Verbo y es tu Gesto,
y su gesta dice y hace «Vida» y «Gracia».
Nuestra historia es el lugar de tu coherencia:
Verdad que a la vez es hecha y pronunciada.

Lo que haces es igual a lo que dices.
Lo que dices, al decirlo, queda hecho.
En tu Espíritu es posible la coherencia,
de gestos palabras y palabras gestos.

¡Pobrecita la palabra sin el gesto!
¡Qué desnuda, estéril y debilitada!
Algo es hueco, irresponsable y deshonesto,
si mi gesto no acompaña a mi palabra.

Es preciso hablar sólo lo necesario.
Decir sólo lo que sangra en mi latido.
Necesito más y más ser de una pieza.
Siempre ser -intentar ser- uno y el mismo.

Me conmueve el dolor de los caídos
pero sé que con mi canto no me alcanza;
necesito inclinarme con mi vida...
-silente poesía de hombros y de espalda.

Pero ya que nos regalas el milagro
de cantar, comunicándonos las almas,
que el servir le dé coherencia a estas canciones
que el amar le dé coherencia a estas palabras.

Eduardo Meana

Nuestra Señora de Fátima

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