domingo, 30 de abril de 2017

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 13-35/



 


El primer día de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?»
Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!»
«¿Qué cosa?», les preguntó.
Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado, a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera El quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que Él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a Él no lo vieron».
Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a Él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba».
Él entró y se quedó con ellos. y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero Él había desaparecido de su vista.
Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!»
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor.
 ¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús Resucitado se acerca a sus discípulos abatidos, camina contigo también cuando sufres. ¿Qué le dices?
¿A quién te acercas?

Jesús escucha, te escucha. ¿Qué le dices?
¿A quién escuchas tú?

Jesús anima la esperanza con la luz de la Palabra. ¿Qué le dices?
¿A qué personas animas tú? ¿cómo lo haces?

Jesús se queda con nosotros, se queda contigo en la Eucaristía. Damos gracias
¿Cómo la celebras? ¿Cómo la deberías celebrar? ¿Qué dices a Dios?

Se derrumbó el momento al encontrarnos
y al tiempo sucedió algo infinito.
Generoso, me diste tu presencia
cuando a solas tomaba mi camino.

Iba decepcionado, cejijunto:
Atrás dejaba la ilusión de un mito.
Así pensaba al menos. No sabía
que era yo un ciego aún sin lazarillo.

Iluminó el pasado tu palabra
y el presente cobró claro sentido.
El futuro se abrió como una rosa
de esperanza, de amor y de equilibrio.

Quise tenerte siempre. Sonreíste
y bendijo tu cruz mi nuevo signo.
Te borraste de pronto ante mis ojos,
pero en el corazón sigues conmigo.

Luis Carlos Flores Mateos, sj (Pensamientos de Ejercicios)


Mientras caminábamos tristes,
te has acercado respetuoso
a nuestras dudas, temores y desánimos.

Has hecho el camino con nosotros
aceptando nuestro ritmo y paso,
conversando con lenguaje llano y claro.

Con tu palabra y presencia viva
nos has abierto la Escritura
y los caminos de Dios en la historia.

Has calentado nuestro corazón,
has abierto nuestros ojos cegados
y nos has devuelto alegría e ilusión.

¡Quédate con nosotros al declinar el día
y comparte nuestro pan y techo, sin prisa,
antes de enviarnos a ser personas nuevas!

¡Quédate con nosotros y haznos compañía,
vamos a conversar un poco más de tu utopía
y de los horizontes abiertos en nuestras vidas!

Florentino Ulibarri

4. Termino la oración   

Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...

     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

sábado, 29 de abril de 2017

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 16-21



 
Al atardecer de ese mismo día, en que Jesús había multiplicado los panes, los discípulos bajaron a la orilla del mar y se embarcaron, para dirigirse a Cafarnaúm, que está en la otra orilla. Ya era de noche y Jesús aún no se había reunido con ellos. El mar estaba agitado, porque soplaba un fuerte viento.
Cuando habían remado unos cinco kilómetros, vieron a Jesús acercarse a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo. Él les dijo: «Soy Yo, no teman».
Ellos quisieron subirlo a la barca, pero ésta tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban.
 
Palabra del Señor.
Jesús no busca la gloria humana; su reino no es de este mundo. Después de multiplicar el pan, dándose cuenta de que querían llevárselo para proclamarlo rey, se retira de nuevo a la montaña Él solo. Ahí, nuevamente en la intimidad con su Padre Dios, no elude la realidad, sino que escucha a su Padre para hablarnos de las cosas del Cielo, de lo que es el amor del Padre por nosotros; y lo hará más que con las palabras, con las obras y con su vida misma.
Y pasan las horas; mientras sus discípulos se embarcaron para dirigirse a Cafarnaúm en medio de un viento contrario que les impedía avanzar con rapidez y seguridad, pues las olas encrespadas los ponían en peligro.
Dejar a Jesús; querer hacer camino sin Él con nosotros, nos impide avanzar con seguridad en medio de un mundo que nos invita a dar marcha atrás en nuestros buenos propósitos, y nos amenaza con hacer hundir y perder nuestra vida.
Muchos, efectivamente, han dado marcha atrás en su fe o en sus compromisos con la Iglesia, pues los ha ahogado el dinero, el poder y los placeres de este mundo; porque han visto a su prójimo no como hermano, sino como fuente de explotación para lograr, injustamente, los propios intereses.
Cristo, así, se convierte en alguien que nos asusta con su llamado a la conversión y al servicio.
Pero Jesús ha venido no a llenarnos de temor sino a darnos la Paz. Al vernos necesitados de ayuda, es el primero en acercarse, incluso tal vez sin que lo llamemos, pues Él bien sabe lo que necesitamos. Cuando lo aceptamos en nuestra vida para que le dé un nuevo sentido, un nuevo rumbo a la misma, podemos tocar tierra firme y afianzar nuestros pies, y consolidar nuestros pasos para volver a amar y servir, para volver a ver a nuestro prójimo no como un enemigo, ni como un objeto del que nos podamos aprovechar, sino como nuestro hermano a quien amamos y con quien caminamos en santidad y justicia, dando testimonio de un mundo nuevo entre nosotros: el mundo que vive en la civilización del amor y no en la jungla de la maldad y de la injusticia.
Este momento, en que celebramos la Eucaristía, es el más privilegiado encuentro entre el Señor y nosotros. No venimos llenos de temor sino de amor y de esperanza.
Tal vez muchas cosas han angustiado nuestra vida y la han llenado de temores. En Cristo sólo encontramos la paz y a Alguien que nos ha amado como nadie más lo ha hecho.
Nuestro encuentro con Él no puede reducirse al de alguien que lo ha visitado sólo para saludarlo.
Jesús quiere hacerse compañero nuestro en la vida diaria, para ayudarnos a caminar siempre llenos de esperanza en que lograremos aquello bueno que pretendemos en la vida.
Todos podrán abandonarnos, sin embargo, Aquel que nos amó hasta dar la vida por nosotros, será el Señor que siempre estará en camino con nosotros.

viernes, 28 de abril de 2017

El gran milagro del Nobel de Medicina Alexis Carrel en Lourdes



Algo iba a suceder y se resistió a dejarse llevar por la emoción...
Alexis Carrel (1873–1944) era un joven médico francés de Lyon de 30 años, cuando reemplazó a uno de sus compañeros para ir como médico a una peregrinación de 300 enfermos al santuario de Lourdes, en julio de 1903.
No creía en Dios ni en milagros. Era un científico, que sólo creía en la razón, pero era un hombre sincero y, al final del viaje, debió reconocer que existía Dios y lo sobrenatural. Él nos cuenta su aventura espiritual en su libro Viaje a Lourdes, donde él escribe sus impresiones bajo el nombre de Dr. Lerrac (el revés de Carrel).
Dice así: El tren se detuvo antes de entrar en la estación de Lourdes. Las ventanillas se llenaron de cabezas pálidas, extáticas, alegres, en un saludo a la tierra elegida, donde habrían de desaparecer los males… Un gran anhelo de esperanza surgía de estos deseos, de estas angustias y de este amor 24.
Al llegar los enfermos al hospital, Lerrac se acercó a la cama que ocupaba una joven enferma de peritonitis tuberculosa… María Ferrand (su verdadero nombre era María Bailly) tenía las costillas marcadas en la piel y el vientre hinchado. La tumefacción era casi uniforme, pero algo más voluminosa hacia el lado izquierdo. El vientre parecía distendido por materias duras y, en el centro, notábase una parte más depresible llena de líquido. Era la forma clásica de la peritonitis tuberculosa…
El padre y la madre de esta joven murieron tísicos; ella escupe sangre desde la edad de quince años; y a los dieciocho contrajo una pleuresía tuberculosa y le sacaron dos litros y medio de líquido del costado izquierdo; después tuvo cavernas pulmonares y, por último, desde hace ocho meses sufre esta peritonitis tuberculosa.
Se encuentra en el último período de caquexia. El corazón late sin orden ni concierto. Morirá pronto, puede vivir tal vez unos días, pero está sentenciada 25.
A María Ferrand, después de hacerle unas abluciones con el agua milagrosa de la Virgen, porque su estado era sumamente grave y no se atrevieron a meterla en la piscina, la llevaron ante la imagen de la Virgen en la gruta.
La mirada de Lerrac se posó en María Ferrand y le pareció que algo había cambiado su aspecto, parecía que su cutis tenía menos palidez… Lerrac se acercó a la joven y contó las pulsaciones y la respiración y comentó: la respiración es más lenta. Evidentemente, tenía ante sus ojos una mejoría rápida en el estado general.
Algo iba a suceder y se resistió a dejarse llevar por la emoción. Concentró su mirada en María Ferrand sin mirar a nadie más. El rostro de la joven, con los ojos brillantes y extasiados, fijos en la gruta, seguía experimentando modificaciones. Se había producido una importante mejoría.
De pronto, Lerrac se sintió palidecer al ver cómo, en el lugar correspondiente a la cintura de la enferma, el cobertor iba descendiendo, poco a poco, hasta el nivel del vientre…
En la basílica acababan de dar las tres de la tarde. Algunos minutos después, la tumefacción del vientre pareció que había desaparecido por completo… Lerrac no hablaba ni pensaba. Aquel suceso inesperado estaba en contradicción con todas sus ideas y previsiones y le parecía estar soñando.
Le dieron una taza llena de leche a la joven y la bebió por entero. A los pocos momentos, levantó la cabeza, miró en torno suyo, se removió algo y reclinóse sobre un costado sin dar la menor muestra de dolor. Eran ya cerca de las cuatro.
Acababa de suceder lo imposible, lo inesperado, ¡el milagro! Aquella muchacha agonizante poco antes, estaba casi curada26.
Esto no puede ser una peritonitis nerviosa, pensaba. Ofrecía síntomas demasiado acusados y absolutamente claros… Hacia las siete y media volvió al hospital, ardiendo de curiosidad y angustia…
Quedóse mudo de asombro. La transformación era prodigiosa. La joven, vistiendo una camisa blanca, se hallaba sentada en la cama. Los ojos brillaban en su rostro, gris y demacrado aún, pero móvil y vibrante, con un color rosado en las mejillas.
Las comisuras de sus labios en reposo, conservaban todavía un pliegue doloroso, impronta de tantos años de sufrimientos, pero de toda su persona emanaba una indefinible sensación de calma, que irradiando en torno suyo, iluminaba de alegría la triste sala.
– Doctor, estoy completamente curada, dijo a Lerrac, aunque me siento débil… La curación era completa. Aquella moribunda de rostro cianótico, vientre distendido y corazón agitado, habíase convertido en pocas horas en una joven casi normal, sólamente demacrada y débil…
¡Es el milagro, el gran milagro, que hace vibrar a las multitudes, atrayéndolas alocadas a Lourdes! ¡Qué feliz casualidad ver cómo, entre tantos enfermos, ha sanado la que yo mejor conocía y a la que había observado largamente!27
Y él se fue a la gruta, a contemplar atentamente la imagen de la Virgen, las muletas que, como exvotos, llenaban las paredes iluminadas por el resplandor de los cirios, cuya incesante humareda había ennegrecido la roca…
Lerrac tomó asiento en una silla al lado de un campesino anciano y permaneció inmóvil largo rato con la cabeza entre las manos, mecido por los cánticos nocturnos, mientras del fondo de su alma brotaba esta plegaria:
Virgen Santa, socorro de los desgraciados que te imploran humildemente, sálvame. Creo en ti, has querido responder a mi duda con un gran milagro. No lo comprendo y dudo todavía. Pero mi gran deseo y el objeto supremo de todas mis aspiraciones es ahora creer, creer apasionada y ciegamente sin discutir ni criticar nunca más. Tu nombre es más bello que el sol de la mañana. Acoge al inquieto pecador, que con el corazón turbado y la frente surcada por las arrugas se agita, corriendo tras las quimeras. Bajo los profundos y duros consejos de mi orgullo intelectual yace, desgraciadamente ahogado todavía, un sueño, el más seductor de todos los sueños: el de creer en ti y amarte como te aman los monjes de alma pura…”.
Eran las tres de la madrugada y a Lerrac le pareció que la serenidad que presidía todas las cosas había descendido también a su alma, inundándola de calma y dulzura. Las preocupaciones de la vida cotidiana, las hipótesis, las teorías y las inquietudes intelectuales habían desaparecido de su mente.
Tuvo la impresión de que bajo la mano de la Virgen, había alcanzado la certidumbre y hasta creyó sentir su admirable y pacificadora dulzura de una manera tan profunda que, sin la menor inquietud, alejó la amenaza de un retorno a la duda28.
En su libro Meditaciones escribió: “Señor, te doy gracias por haberme conservado la vida hasta el día de hoy. Mi vida ha sido un desierto, porque no te he conocido. Haz que, a pesar del otoño, este desierto florezca.
Que cada minuto de los días que me queden esté consagrado a Ti. No quiero nada para mí, excepto tu gracia. Que cada minuto de mi vida esté consagrado a tu servicio. Señor, toma la dirección de mi vida, porque estoy perdido en las tinieblas. Todo lo que tu voluntad me inspire hacer, lo cumpliré. Es necesario acercarse a Ti, Señor, con toda pureza y humildad… Oh, Dios mío, cómo lamento no haber comprendido nada de la vida, haber intentado entender cosas que es inútil comprender. Y es que la vida no consiste en comprender sino en amar. Haz, Dios mío, que no sea para mí demasiado tarde. Haz que la última página del libro de mi vida no esté ya escrita. Que pueda añadirse otro capítulo a este libro tan malo. Habla, que tu indigno servidor te escucha. Te ofrezco todo cuanto me queda. Te hago el sacrificio voluntario de mi vida, como una plegaria. Te pido que me guíes por el camino verdadero, el de las gentes sencillas, el de los que aman y rezan. Perdóname todas las faltas de mi vida. Que cada minuto del tiempo, que aún me esté permitido vivir, transcurra cumpliendo tu voluntad en la senda que escojas para mí. Oh Dios mío, en este día me abandono totalmente a Ti, con el sentimiento infinito de haber pasado por la vida como un ciego. Haz, Señor, que pueda emplear el resto de mi vida en tu servicio y en el de los que sufren” 29.
María Ferrand (María Bailly), la curada por la Virgen, se hizo religiosa de la caridad, de San Vicente de Paul, y murió en 1937.
Alexis Carrel (Dr. Lerrac), después del milagro, publicó algunos escritos sobre este hecho en los periódicos y revistas, pero fue marcado por el ambiente anticlerical de sus colegas, por lo que no le quisieron dar ningún trabajo.
Esto fue providencial; pues, buscando empleo, fue al Instituto Rockefeller de Nueva York a investigar y, como premio de sus investigaciones, a los diez años del milagro, recibió el premio Nóbel de Medicina. Murió en París en noviembre de 1944.
Según afirmó el sacerdote que lo atendió en los últimos momentos, se confesó, comulgó, recibió la unción de los enfermos y dijo: Quiero creer y creo todo lo que la Iglesia católica quiere que creamos y para ello no experimento dificultad alguna, porque no hallo nada que esté en oposición real con los datos ciertos de la ciencia 30.
23 Ignace Lepp, De marx a Cristo, Ed. Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1968, pp. 198-217.
24 Alexis Carrel, Viaje a Lourdes, Ed. Iberia, Barcelona, 1957, p. 57.
25 ib. p. 50.
26 ib. p. 60-61.
27 ib. p. 64-66.
28 ib. p. 79-80.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 1-15



 

Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía sanando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a Él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?»
Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan».
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?»
Jesús le respondió: «Háganlos sentar».
Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada».
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Éste es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo».
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de Él para hacerla rey, se retiró otra vez solo a la montaña.
 
Palabra del Señor.
 ¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús no tenía la obligación de dar de comer a la multitud, pero su corazón generoso no se queda tranquilo despidiendo a aquellas gentes sin darles de comer. Resucitar es superar la obligación e ir siempre más allá.
            “Señor, perdona y cura nuestra falta de generosidad”
            “Gracias Señor por las personas que tienen un corazón grande”

Bien pudo hacer Jesús solo el milagro. Pero quiso dejarse ayudar por sus discípulos y por el muchacho que ofreció lo que tenía. Resucitar es dejar atrás el individualismo y contar con la colaboración de los otros.
            “Señor, perdona y cura nuestro individualismo”
            “Gracias por las personas que cuentan conmigo, con los demás”
            “Dame Señor un espíritu de colaboración”

Después de comer y saciarse, la multitud quiere llevarse a Jesús para hacerlo rey. Pero él se retira. Resucitar es renunciar a puestos y privilegios para cumplir la voluntad de Dios.
            “Señor, ayúdame a hacer siempre tu voluntad”
            “No consientas que me deje llevar por el aplauso de los demás".

Señor Jesús,
gracias por tu corazón compasivo,
un corazón que nunca pasa de largo
que siente nuestras hambres más profundas
y nos ofrece gratis el mejor alimento.

Jesús Resucitado,
gracias por compartir con nosotros
el pan bendito de tu vida nueva,
el vino bueno de la alegría eterna,
el agua fresca de la esperanza cierta.

Señor nuestro,
danos un corazón como el tuyo,
un corazón cercano y generoso
para compartir el pan, el vino y el agua
con todos los hambrientos del camino.


4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

jueves, 27 de abril de 2017

Retiro en Lourdes de Santos Lugares


































Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 9, 35-38




Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas de ellos, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos:
«La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha».

Palabra del Señor.

La recomendación que el Señor les hace a sus discípulos es que pidan a Dios obreros para la mies. El sabia que sus doce discípulos no eran suficientes, estaba también visualizando a aquellos que hasta el día de hoy nos dedicaríamos a tal tarea. Que hermoso es saber que estamos dentro de este equipo tan selecto de seres de luz que tenemos la misión de alumbrar el camino a otros. Que recurso mas importante el cual Jesús hace mención, como lo es la oración. La importancia de orar a nuestro Dios para que envíe más obreros a cumplir la misión encomendada.


Debemos dejar nuestra comodidad e ir a buscar a las muchedumbres que van sin rumbo, debemos visualizarlas tal como Jesús nuestro Señor lo hizo, y rogar a el dueño de la mies que nos envíe a trabajar, ya que ¡ la mies es mucha pero los obreros son pocos!
Si usted siente que este es su llamado, comience a prepararse, para eso tiene que haber tomado la decisión de seguir a Jesús como el Señor de su vida. Si todavía no lo ha hecho, lo invito a recibirlo en su corazón y negarse a usted mismo y seguir su cruz, dispuesto a servirle el resto de su vida. Solo repite esta oración, que es una guía de cómo recibir a Jesús como nuestro Señor:
Señor Jesús, yo te recibo hoy como mi único Salvador personal; creo que eres Dios, que moriste en la cruz por mis pecados y que resucitaste al tercer día. Me arrepiento, soy pecador. Perdóname Señor. Gracias doy al Padre por enviar al Hijo a morir en mi lugar. Gracias Jesús, por salvar mi alma hoy. En Cristo Jesús mi Salvador. Amén

martes, 25 de abril de 2017

Buscar los frutos de la Resurrección




Si no busco el poder,
ningún poderoso podrá hacerme daño.

Si no ambiciono riquezas,
jamás me sentiré amenazado
por la miseria.

Si no corro tras los honores,
convertiré toda humillación en humildad.

Si no me comparo con nadie,
seré feliz con lo bueno
que hay en mí mismo.

Si no me dejo invadir por la prisa,
encontraré tiempo para todo lo necesario.

Si no soy esclavo de la eficacia,
daré el fruto que los demás esperan de mí.

Si no me enredo en la competitividad,
entraré en comunión
con lo bueno que hay en todo.

Si vivo a fondo el momento presente,
seré dueño absoluto
del pasado y del futuro.

Si acepto el fracaso en mi vida,
habré librado mi vida de todo frustración.

Si vivo para el AMOR,
el AMOR estará siempre vivo en mí.

P. Javier Leoz

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 16, 15-20



Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo:
«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará. El que no crea se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán».
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 

San Marcos se dejo seducir por Cristo. El amor de Dios llenaba su corazón de alegría, una alegría que tenía que compartir. Entendió enseguida que ser cristiano es ser anunciador de una Buena Noticia: escribió con sencillez su Evangelio y lo anunció con todas las fuerzas de su alma. ¿Evangelizas? ¿Cómo lo haces? ¿Con qué palabras y con qué gestos? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

El que crea y se bautice se salvará, será más feliz, su vida tendrá sentido, su esperanza será más fuerte, tendrá más fuerza para amar, para perdona, para entregar su vida…
            “Gracias Señor por el don de la fe y del bautismo”

Echarán demonios: mentiras, injusticias, guerras, discordias… Hablarán lenguas nuevas: el testimonio, la entrega, la dulzura…. tomarán serpientes y beberán venenos: incomprensiones, rechazos, insultos… y no les hará daño.
           
Es fácil amar lo amable, rozar lo bello,
admirar brillos y fachadas,
agujero negro de miradas distraídas;
aplaudir lo exitoso,
jalear lo apuesto,
empujar aún más alto
lo que no toca techo.

Difícil es adentrarse en el caos
oculto tras el rostro cordial.
Deambular por las estancias
pobladas por demonios de dentro,
las memorias
que encadenan nuestro vuelo a derrotas pasadas,
los amores difíciles,
las batallas perdidas,
los gritos que, sin darlos,
martillean en cada rincón.

Difícil, pero posible.

Todos necesitamos,
alguna vez,
alguien
que toque, con ternura,
nuestras cicatrices.

José Mª Rodríguez Olaizola, sj

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«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación». Con estas palabras, Jesús, te diriges a cada uno de nosotros. Quieres que contagiemos la alegría de encontrarte, el gozo de la fe, de sentirnos amados por ti; para que todos te conozcan, te amen y sean más felices. La fe es una llama que se hace más viva cuanto más se comparte.

¿Dónde nos envías, Jesús? No hay fronteras, no hay límites: nos envías a todos. El evangelio es para todos. No es sólo para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos. También para quien parece más lejano, más indiferente. Tú buscas a todos, quieres que todos sientan el calor de tu misericordia y de tu amor.

Señor, no tengo ninguna preparación especial y a veces soy una calamidad. Como Jeremías, yo también te digo: «¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que sólo soy un niño». Y tú me dices lo mismo que dijiste a Jeremías: «No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte». «No tengáis miedo», nos dices. Cuando vamos a anunciarte, Tú mismo vas por delante y nos guías. Nunca nos deja solos, nunca dejas solo a nadie. Nos acompañas siempre.

Jesús, no nos has dicho: «Ve», sino «Id». Nos envías juntos, en grupo, en comunidad, en iglesia. Juntos hacemos frente a los desafíos. Juntos somos fuertes. Juntos descubrimos recursos que pensábamos que no teníamos.

Nos envías para servir. Evangelizar no son sólo palabras, es dejar que nuestra vida se identifique con la tuya, es tener tus sentimientos, tus pensamientos, tus acciones. Y tu vida, Jesús, es una vida para los demás, es una vida de servicio. Ayúdanos a superar nuestros egoísmos, para servir, inclinándonos para lavar los pies de nuestros hermanos, como tú hiciste, como tú haces, Jesús.

Danos un corazón que sepa acoger la fuerza que nos ofreces para arrancar y arrasar el mal y la violencia; para destruir y demoler las barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio; para edificar un mundo nuevo. Gracias, Jesús, porque, a pesar de nuestras miserias, cuentas con nosotros, cuentas conmigo.

Inspirada en una homilía del Papa Francisco en la JMJ Rio de Janeiro 2013


4. Termino la oración   
Doy gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza...
     Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio
     Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración espontánea o ya hecha.

Nuestra Señora de Fátima

    En 1917, en el momento de las apariciones, Fátima era una ciudad desconocida de 2.500 habitantes, situada a 800 metros de altura y a 130...