domingo, 31 de marzo de 2019

DOMINGO IVº DE CUARESMA



Lectura del libro de Josué
4, 19; 5, 10-12

Después de atravesar el Jordán, los israelitas entraron en la tierra prometida el día diez del primer mes, y acamparon en Guilgal. El catorce de ese mes, por la tarde, celebraron la Pascua en la llanura de Jericó. Al día siguiente de la Pascua, comieron de los productos del país, pan sin levadura y granos tostados, ese mismo día.
El maná dejó de caer al día siguiente, cuando comieron los productos del país. Ya no hubo más maná para los israelitas, y aquel año comieron los frutos de la tierra de Canaán.

Palabra de Dios.


Se recuerda cuando se celebró la Pascua, fiesta de la liberación, en Guilgal. Es la primera Pascua en la tierra prometida, para señalar que desde ahora se terminan los dones extraordinarios del desierto, como el maná, porque el pueblo no puede vivir exclusivamente de cosas extraordinarias, sino que tiene que vivir su fe en Dios, en Yahvé, desde la experiencia de cada día, de la lucha de cada día, del trabajo de cada día. La confianza en Dios no puede alimentarse de cosas que estén fuera de lo normal, sino que debemos acostumbrarnos a ver la mano de Dios en todos los momentos de nuestra vida. Si la primera Pascua, la del Éxodo, es la de la liberación, esta Pascua en Guilgal es un memorial de acción de gracias porque ha terminado el tiempo del desierto, de la esclavitud. Es una fiesta de unidad, de alegría: Dios ha cumplido su promesa. Un día escuchó el lamento del pueblo y hoy el pueblo debe hacerle una fiesta porque es un Dios consecuente.


SALMO RESPONSORIAL    33, 2- 7


R.    ¡Gusten y vean que bueno es el Señor!

Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloria en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren. R.

Glorifiquen conmigo al Señor,
alabemos su Nombre todos juntos.
Busqué al Señor: Él me respondió
y me libró de todos mis temores. R.

Miren hacia Él y quedarán resplandecientes,
y sus rostros no se avergonzarán.
Este pobre hombre invocó al Señor:
Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R.






Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Corinto
5, 17-21

Hermanos:
El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente. Y todo esto procede de Dios, que nos reconcilió con Él por intermedio de Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque es Dios el que estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo, no teniendo en cuenta los pecados de los hombres, y confiándonos la palabra de la reconciliación.
Nosotros somos, entonces, embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por intermedio nuestro. Por eso, les suplicamos en nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios. A Aquél que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por Él.

Palabra de Dios.


Hoy san Pablo nos recuerda la alegría de la reconciliación. Lo antiguo ha pasado ya, y ahora, por Cristo, somos criaturas nuevas. Ya no nos sirven a nosotros las promesas antiguas hechas a Abrahán. Ya no buscamos una tierra que nos dé cosechas y donde poder habitar en paz. Ahora nosotros estamos llamados a otra tierra, una tierra que está en el Cielo. Y para llegar a ella, Dios nos ha reconciliado. Ésta es una palabra central en la Cuaresma, y que de forma especial nos la recuerda la liturgia de este domingo. La Cuaresma es tiempo de reconciliación. Dios no nos pide cuentas de nuestros pecados, nos recuerda san Pablo. Así nos lo explica con todo detalle el mismo Jesús en la parábola del Hijo Pródigo. Dios desea volver a la amistad con nosotros, y lo hace a través de Cristo. Él, por su muerte y resurrección, nos reconcilia con el Padre. Al que no había pecado, Dios lo hace expiación por nuestro pecado, para que nosotros recibamos, unidos a Él, la justificación de Dios. Ésta es nuestra alegría, la de un Dios que nos ama con locura, que llega al extremo de dar la vida por nosotros, a pesar de nuestro pecado, precisamente para borrar el pecado de nuestra vida y devolvernos a la amistad con Él. Por eso la Iglesia nos ofrece, durante todo el año, pero especialmente en este tiempo de Cuaresma, el don del sacramento de la reconciliación. A través de este sacramento, Dios nos da su perdón cuando volvemos a Él arrepentidos, borra nuestras culpas y nos devuelve la amistad que por nuestro pecado habíamos perdido.




   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
15, 1-3. 11-32

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo entonces esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida inmoral.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!" Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros".
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo".
Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso.
Él le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo".
Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!"
Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado"».

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 

El drama más grande de una persona es vivir lejos de Dios. Lejos del Padre estaba el hijo pequeño. Y quizá más lejos todavía estaba el corazón del mayor, aunque viviera en la casa.
Lejos de Dios estamos cuando vivimos encerrados en nosotros mismos, en nuestro egoísmo; cuando no rezamos o rezamos sin confianza, sin disponibilidad, sin amor; cuando hacemos mal y cuando cumplimos nuestra obligación como si fuera un castigo; cuando no participamos en la comunidad cristiana o cuando lo hacemos con desgana...
    En esta cuaresma ¿cómo vamos a volver al Padre y a su casa (la comunidad)? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Cada mañana me regalas una parte de tu herencia
y pones en mis manos la libertad más grande,
aunque pueda alejarme de ti.

Cada mañana sales al balcón
y vigilas el horizonte
para ver si vuelvo.

Cada mañana bajas saltando las escaleras
y echas a correr por el campo
cuando me adivinas a lo lejos.

Cada mañana me cortas la palabra,
te abalanzas sobre mí
y me rodeas con un abrazo redondo
el cuerpo entero.

Cada mañana organizas una fiesta por mí
y por cada hermano que vuelve a tu Casa,
porque tu alegría es más grande que tu corazón.

Cada mañana me dices al oído
con voz de primavera:
hoy puedes empezar de nuevo.

sábado, 30 de marzo de 2019

Liturgia - Lecturas del día



Lectura de la profecía de Oseas

6, 1-6

«Vengan, volvamos al Señor:
Él nos ha desgarrado, pero nos sanará;
ha golpeado, pero vendará nuestras heridas.
Después de dos días nos hará revivir,
al tercer día nos levantará, y viviremos en su presencia.
Esforcémonos por conocer al Señor:
su aparición es cierta como la aurora.
Vendrá a nosotros como la lluvia,
como la lluvia de primavera que riega la tierra».

¿Qué haré contigo, Efraím?
¿Qué haré contigo, Judá?
Porque el amor de ustedes es como nube matinal,
como el rocío que pronto se disipa.
Por eso los hice pedazos por medio de los profetas,
los hice morir con las palabras de mi boca,
y mi juicio surgirá como la luz.
Porque Yo quiero amor y no sacrificios,
conocimiento de Dios más que holocaustos.

Palabra de Dios.


Cada día es momento favorable y de gracia, porque cada día nos impulsa a entregarnos a Jesús; a confiar en Él; a permanecer en Él, a compartir su estilo de vida, a aprender de Él a amar como Él en espíritu y en verdad, a seguirle en el cumplimiento diario de la voluntad del Padre, la única gran ley de vida. La lectura comienza con la afirmación que nos conviene volver al Señor porque: «nos sanará y nos vendará». Dios es quien nos levanta de las caídas, restaura nuestra mente, nuestro corazón, nuestros sentimientos, nos recrea, nos permite vivir en su presencia, más aún, nos permite vivir en la intimidad con Él, que es nuestro Padre. El profeta, quiere persuadirnos para que nos esforcemos en conocer al Señor. Y lo hace presentándonos su venida como la aurora, como la lluvia, que llegan siempre en el tiempo propicio. Por tanto, dejémonos conquistar por el Señor, no tengamos miedo a perder la vida, porque en la cruz Él nos amó y se entregó por nosotros. Y precisamente, perdiendo nuestra vida por amor a Él y a nuestros hermanos, la volvemos a encontrar.


SALMO RESPONSORIAL                          50, 3-4. 18-21ab

R.    El Señor quiere amor y no sacrificios.

¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado! R.

Los sacrificios no te satisfacen;
si ofrezco un holocausto, no lo aceptas:
mi sacrificio es un espíritu contrito,
Tú no desprecias el corazón contrito y humillado. R.

Trata bien a Sión, Señor, por tu bondad;
reconstruye los muros de Jerusalén.
Entonces aceptarás los sacrificios rituales:
las oblaciones y los holocaustos. R.



  Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
       según san Lucas

18, 9-14

Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús dijo esta parábola:
Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas».
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador! »
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 

En Cuaresma no sólo estamos llamados a rezar más, estamos llamados a rezar mejor. A veces no rezamos bien, rezamos subidos en la prepotencia, en el orgullo, en la autosuficiencia, en el desprecio a los demás.
Al leer este Evangelio, podemos caer en la tentación de creer que nosotros no rezamos así. No vayamos tan deprisa. Rezamos como vivimos, y ¿quién está libre del orgullo?
La sencilla oración del publicano nos ayuda a vivir y a rezar bajando a la verdad, a la humildad, a la pobreza y a la sencillez.
    ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Señor, delante de ti yo quiero ser sólo un pobre, quiero despojarme, Señor, de mis pretensiones y vanidades; también, Señor, quiero traspasar mi propia culpa y entrar a tu casa desnudo, meterme en tu corazón como un niño.

Quiero mirarte a los ojos suplicándote confiadamente. Quiero, Señor, y deseo apoyarme sólo en tu amor, descansar en tu amor y llenarme de la alegría de haber hallado tu amor. Tu amor es la casa que me tienes preparada; he sentido tu invitación y entro en ella sin que me avergüence mi pecado; sólo deseo habitar en tu casa todos los días de mi vida.

Tú nunca me vas a echar, sólo me pides que crea en tu amor, que me atreva a vivir en tu amor, Que nunca me falten la humildad y la confianza de los niños; para que el orgullo y los desengaños nunca me separen de ti y pueda amarte con todo el corazón y compartir tu amor con los más pequeños. Amén.

jueves, 28 de marzo de 2019

Liturgia - Lecturas del día



Lectura del libro de Jeremías
7, 23-28

Así habla el Señor:
Ésta fue la orden que les di a sus padres el día que los hice salir de Egipto: «Escuchen mi voz, así Yo seré su Dios y ustedes serán mi Pueblo; sigan por el camino que Yo les ordeno, a fin de que les vaya bien».
Pero ellos no escucharon ni inclinaron sus oídos, sino que obraron según sus designios, según los impulsos de su corazón obstinado y perverso; se volvieron hacia atrás; no hacia adelante.
Desde el día en que sus padres salieron de Egipto hasta el día de hoy, Yo les envié a todos mis servidores los profetas, los envié incansablemente, día tras día. Pero ellos no me escucharon ni inclinaron sus oídos, sino que se obstinaron y obraron peor que sus padres.
Tú les dirás todas estas palabras y no te escucharán; los llamarás y no te responderán. Entonces les dirás: «Ésta es la nación que no ha escuchado la voz del Señor, su Dios, ni ha recibido la lección. La verdad ha desaparecido, ha sido arrancada de su boca».

Palabra de Dios.


Dios, a través de Jeremías, confiesa su desánimo y le echa en cara al pueblo de Israel su infidelidad y su abandono, a pesar de haberlos liberado de la esclavitud y haber sellado una Alianza. Ellos han incumplido lo pactado, se han desviado del camino, rehusando su amistad y dándole la espalda, no han querido escuchar a los profetas, que les indicaban de nuevo el camino, cuando se desviaban de él. Este fue el gran pecado de Israel: cerrar sus oídos a la Palabra del Señor, a pesar de que Dios ha sido misericordioso con ellos, perdonándole todas sus infidelidades, ellos han persistido en su maldad, incumpliendo una y otra vez su promesa. Esta es también nuestra historia, nuestro pecado: aunque Dios sigue mostrándonos su amor infinito y nos invita a vivir en comunión con Él, nosotros seguimos siéndole infieles, dándole la espalda y cerrando nuestro corazón a su amor, a su Palabra y a la Vida Eterna que nos ofrece. Sin embargo, el Señor se deja encontrar y nosotros nos limitamos a dejar pasar esa oportunidad. Escuchemos, hoy la voz del Señor, démosle gracias, sin endurecer nuestro corazón.


SALMO RESPONSORIAL                                                   94, 1-2. 6-9

R.    ¡Ojalá hoy escuchen la voz del Señor!

¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor,
aclamemos a la Roca que nos salva!
¡Lleguemos hasta Él dándole gracias,
aclamemos con música al Señor! R.

¡Entren, inclinémonos para adorarlo!
¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó!
Porque Él es nuestro Dios,
y nosotros, el pueblo que Él apacienta,
las ovejas conducidas por su mano. R.

Ojalá hoy escuchen la voz del Señor:
«No endurezcan su corazón como en Meribá,
como en el día de Masá, en el desierto,
cuando sus padres me tentaron y provocaron,
aunque habían visto mis obras». R.




    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
11, 14-23

Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: «Éste expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, exigían de Él un signo que viniera del cielo.
Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- Yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si Yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si Yo expulso a los demonios con la fuerza de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita las armas en las que confiaba y reparte sus bienes.
El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama».

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 

Cuando no se quiere a una persona, no se cambia de opinión ni siquiera cuando cura a un endemoniado. Es el caso de Jesús.
Todos hemos sufrido en alguna ocasión esta circunstancia. ¡Cómo duele! Conociendo un poco a Jesús, podemos imaginar que le dolería más la dureza de corazón de sus compatriotas que el rechazo que él sufre.
“Señor, gracias por entregar tu vida por los que te rechazamos”
“Danos fuerza para entregarnos por los que nos rechazan”
“Perdona y cura nuestra dureza de corazón”

El Reino de Dios ha llegado a nosotros: Hoy Jesús sigue curando ciegos, cojos, mudos y toda clase de enfermos, del cuerpo y del alma. ¿No lo notan?
“Danos ojos para ver,
corazón para agradecer
    y voluntad para colaborar contigo”

Señor: Tú llegas a nuestro mundo y nos invitas a abrir la puerta de nuestro corazón a todas las personas.

Ya nos dijiste que eres Tú quien viene cuando alguien llama a nuestra puerta.

Tu palabra es ésta: “He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, Yo entrará y cenaré con él y él conmigo”.

Señor: que sepamos escuchar tu voz, esa voz que nos llega por nuestros hermanos.

Que abramos la puerta para acogerte a Ti, y en Ti a todas las personas.

Nuestra Señora de Fátima

    En 1917, en el momento de las apariciones, Fátima era una ciudad desconocida de 2.500 habitantes, situada a 800 metros de altura y a 130...