sábado, 30 de noviembre de 2013

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 4, 18-22




 


En aquel tiempo:
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar, porque eran pescadores. Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres».
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, ya su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca -y a su padre, y lo siguieron.
 
Palabra del Señor. 



¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?



Celebramos hoy la fiesta de San Andrés.



En medio de nuestras ocupaciones cotidianas Jesús nos dice «sígueme». San Andrés y los primeros discípulos responden generosamente y dejan las redes. Él mira hoy amorosamente nuestras vidas y nos llama. Él espera tu respuesta. Dios da una vocación a cada persona. La vocación es cómo Dios quiere hacerte feliz. Hay que responder para ser feliz.



¿Cómo saber lo que Dios quiere de mí? Puede que te llame a la vocación matrimonial, a la vida religiosa o sacerdotal... ahí no acaba la cosa. En la oración Dios deja un poso, ahí te dice cómo quiere que le sirvas y te provoca y da fuerzas para que respondas. En tu vida, determinadas personas han sido luz y te han indicado el camino. Dios también habla en los problemas que conmueven tus entrañas: el hambre, las familias rotas, los niños abandonados, los ancianos, los transeúntes... el rostro de Jesús se manifiesta en los hermanos necesitados y te piden una respuesta.


Repasa lentamente algunos de estos momentos en tu vida. ¿A dónde apuntan? ¿Qué giro le pide Dios a tu vida? Pide luz para ver y confianza para responder. Da siempre gracias.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 21, 29-33




 

Jesús, hablando a sus discípulos acerca de su venida, les hizo esta comparación:
Miren lo que sucede con la higuera o con cualquier otro árbol, Cuando comienza a echar brotes, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano, Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca.
Les aseguro que no pasará esta generación hasta que se cumpla todo esto., El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasaran.
 
Palabra del Señor.



¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 




A. Fijate en la higuera... fíjate en la vida, en tu vida, en la vida de las personas cercanas... fijate en tu grupo de fe, en tu parroquia, en la iglesia... fíjate en tu familia, en tu pueblo o ciudad, en el mundo. Jesús era un gran observador.  Ver, mirar, fijarse, contemplar... ¡qué fácil es y qué poco lo hacemos! ¿nos enteramos de las cosas que suceden en nuestro mundo y en nosotros mismos? Podemos pedir a Dios que nos conceda ser personas con vista, con una mirada profunda.



B. La mirada de Jesús no se detenía únicamente en el cielo, mas bien sabía ver el cielo en la tierra. Descubría al Padre en la historia de su pueblo, en el corazón de las personas...


C. Tenemos que aprender a mirar al estilo de Dios. Dios, que es bueno, que es Amor, mira todo con bondad y amor. En la Creación, el libro del Génesis repite: "y vio Dios que era bueno" (Gn 1,4.10...). Y el Evangelio nos cuenta que Jesús  "fijando en él (joven rico) su mirada, le amó" (Mc 10,21). Si no miramos con amor, no descubriremos al Dios-Amor en la vida, en la historia.

    "Cura Señor mi mirada, tantas veces fría y egoísta"

    "Gracias, Señor, por las personas que miran con amor"
    "Ayúdame a descubrirte y a disfrutar de tu presencia"

jueves, 28 de noviembre de 2013

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 21, 20-28



 
Jesús hablaba a sus discípulos acerca de su venida:
Cuando vean a Jerusalén sitiada por los ejércitos, sepan que su ruina está próxima. Los que estén en Judea que se refugien en las montañas; los que estén dentro de la ciudad que se alejen; y los que estén en los campos que no vuelvan a ella. Porque serán días de escarmiento, en que todo lo que está escrito deberá cumplirse.
¡Ay de las que estén embarazadas o tengan niños de pecho en aquellos días! Será grande la desgracia de este país y la ira de Dios pesará sobre este pueblo. Caerán al filo de la espada, serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que el tiempo de los paganos llegue a su cumplimiento.
Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán.
Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria.
Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.
 

                               Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


A. Otra vez Jesús utiliza un lenguaje simbólico, difícil de comprender para nosotros. El panorama que dibuja es desolador: destrucción, venganza, signos en los astros... Sin embargo, a pesar de todo, las últimas palabras de Jesús son esperanzadoras: "levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación". Aunque a veces no lo parezca, hasta en las situaciones más dolorosas, Dios está presente y busca nuestra liberación, nuestra felicidad.
     "Gracias Señor porque levantas cada día nuestra esperanza"
     "Que los árboles del dolor no me oculten el bosque de tu cercanía"

B. Podemos pensar en situaciones difíciles que hemos vivido. Y recordar cómo a pesar de todas las apariencias negativas, Dios se ha hecho paso y nos ha ido salvando poco a poco. Damos gracias.
Si no hemos descubierto la presencia de Dios en los momentos dolorosos de la vida, le pedimos que nos conceda luz para saber descubrirlo.

C. Dios nos pone a veces en camino de personas que sufren mucho, que no tienen un futuro esperanzador. Y nos pide que les ayudemos a levantarse, a caminar, a disfrutar de la salvación (del amor de Dios y de los hermanos).
     "¿A quien tengo que ayudar, Señor?"
     "Me has dado, Padre, la felicidad para compartirla"
     "Perdona mi indiferencia ante los problemas del prójimo"

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 21, 10-19



Jesús hablaba a sus discípulos acerca de su venida:
Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes: se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.
Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados: los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.
Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque Yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir.
Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas.
Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 
A. Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos.... ¿Por qué? ¿Por hacer "cosas malas"? Precisamente por lo contrario: por ser seguidores de Jesús, por buscar la justicia, por ser testigos de la verdad, por trabajar por la paz.
     "Señor, ayúdame a encajar la cruz de la incomprensión, del rechazo, de la persecución"
     "Ayúdame a estar cerca de los que sufren por los hermanos"
B. Yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría... ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. El Señor está cerca siempre y especialmente cuando sufrimos, cuando no somos comprendidos por su causa. Aunque, a veces, cuando pasamos malos momentos se nos nubla incluso la fe, parece que hasta Dios se ha ocultado.
     "Padre, me pongo en tus manos"
     "Tu rostro buscaré Señor"
C.  Gracias a la constancia salvarán sus vidas. El mundo se salva, nosotros nos salvamos cuando seguimos amando al recibir traiciones, cuando ponemos la otra mejilla por el Reino, cuando apostamos por la comunidad y no recibimos de ella más que incomprensión, cuando rezamos, a pesar de no sentir nada. Pedimos al Señor el don de la perseverancia para nosotros y para todas las personas que titubean ante la cruz.

martes, 26 de noviembre de 2013

MONSEÑOR RUBEN OSCAR FRASSIA CLAUSURA AÑO DE LA FE - ORDENACIONES SACERDOTALES


Avellaneda Lanús – 23 de noviembre de 2013
 
Queridos sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosas y religiosos.
Querido Pueblo de Dios
Queridas familias:
 
Hoy nosotros tenemos un motivo muy especial de reunión. Vinimos de distintos lugares a celebrar nuestra fe en el Señor. Somos concientes de que el Señor ha querido estar en medio de su pueblo y nosotros también queremos estar junto a Él.
 
Este año la Iglesia, a través del Papa Benedicto XVI, nos había invitado a peregrinar el Año de la Fe, a tomar conciencia de nuestro bautismo, de nuestra dignidad, de nuestra convicción, de nuestro seguimiento, de que el Señor está presente y es el Señor de la vida y de la historia. Y estamos orgullosos, contentos, de saber que podemos confiar en Dios, porque Dios nos ha elegido y nos ha llamado a todos; nos ha llamado a la vida, nos ha llamado a una familia, nos ha llamado a la Iglesia, nos ha dado el bautismo, nos ha dado la fuerza del Espíritu Santo, nos nutre con su Eucaristía. El Señor está en medio de nosotros.
 
La pregunta que hoy tenemos que hacernos, más bien diría la toma de decisión de querer estar con Él, es: ¿a dónde vamos a ir si Tú tienes palabras de vida eterna?, ¿queremos vivir, queremos estar contentos, queremos amar y queremos servir?, pues entonces el Señor tiene que estar y tiene que ser reconocido por cada uno de nosotros.
 
Por eso es importante tomar conciencia, es importante despertarse, es importante saber que estamos llamados a seguirlo y a dar nuestra vida cercana a Él en cualquier vocación. Aquí hay muchos jóvenes, yo les digo ¡no tengan miedo!; aquí hay muchos chicos y chicas para la vida matrimonial, yo les digo ¡no tengan miedo!, aquí hay gente grande, ¡no tengan miedo!, aquí hay religiosas, sacerdotes, diáconos, ¡no tengan miedo, porque el Señor es el único fiel! El Señor jamás va a defraudar a ninguno de sus hijos que haya puesto en Él su confianza. Por esos hay que vivir sin miedo siguiéndolo, imitándolo y poder revestirnos de sus mismos sentimientos
 
Como Iglesia diocesana, nos damos cuenta que la fe es el escalón fundamental, de base, para poder alcanzar la plenitud de vida que es la caridad. La fe sin caridad es una fe muerta. La caridad sin fe puede ser una mera filantropía. Ambas realidades son esenciales en la vida de una persona. Para los momentos alegres, para los momentos difíciles, para las cruces que cada uno de nosotros puede atravesar siempre tendrá que estar la confianza inclaudicable de la fe, la fuerza sin interrupción del amor y la caridad.
 
Como Pueblo de Dios queremos reconocer al Señor, no nos avergonzamos de Él, no lo negamos con nuestras palabras, pero sí lo podemos negar con nuestra indiferencia, con nuestro egoísmo o con nuestras obras. Al Señor no lo queremos negar porque sabemos que Él es el primero y principal en la vida de cada uno de nosotros y del Pueblo de Dios. Con entusiasmo le creemos, le amamos; con entusiasmo queremos servir, llevar su mensaje a los demás y estamos dispuestos a no abandonarlo jamás.
 
Y ahora, en esta clausura del Año de la Fe, estos hermanos han aceptado la elección que el Señor ha tenido con cada uno de ellos. Los llamó para incorporarse a Cristo como cabeza, a un sacerdocio que también está en lo real por ser bautizados, pero ahora sacerdocio ministerial. Tendrán que plasmarse y parecerse cada vez más a Cristo. No son ellos los que lo han elegido, sino que son ellos los que le han aceptado. Es el Señor que ha puesto en ellos su mirada; es Dios quien los conoce profundamente, los conoce del derecho y del revés, de afuera y de adentro, como son; por lo tanto confíen en el Señor, porque Él los conoce y conociéndolos los llama para que vivan su ministerio sacerdotal.
 
El sacerdocio ministerial está unido al sacerdocio del Obispo. Está unido e integrado por el Obispo en el presbiterio con los demás hermanos, que están llamados a representarlo a Cristo aquí en la tierra, a obrar en su nombre sabiendo que no son protagonistas sino que  deben obrar en su nombre; y tienen que parecerse cada vez más a Él en todo lo posible. También por medio de sus propias fragilidades pero siempre lo importante es a quién representan.
 
El sacerdote no es un personaje público, “de excelencia”, que tenga “arrastre”, que sea muy querido, muy reconocido, que sea “fabuloso”, “extraordinario”, no. Son cosas muy buenas pero son poco importantes. Lo más importante de un sacerdote es que esté unido a Cristo y que sepa cuál es su misión. Ellos tendrán que obrar conforme a Cristo y dar a Cristo, y nada más.
 
Dar a Cristo en las cosas de Dios para los hombres, es un servicio extraordinario. Pero fíjense que el sacerdote es un puente, es el hombre de Dios para los demás hombres. Por eso siempre tiene que ser un hombre creyente. Creyendo, cree, anuncia, ejerce el ministerio sacerdotal, transmite y anuncia la Palabra de Dios, vive la Eucaristía. En el nombre de Cristo perdona los pecados, alivia y consuela al enfermo, es capaz de rezar por su pueblo a través de la Liturgia de las Horas, es capaz de estar al lado de aquel que realmente necesita. Pero para poder hacer y cumplimentar estas realidades, uno tiene que estar interiorizado con ellas y creer en ellas.
 
En el Ritual, cuando el Obispo ordena a los diáconos, se dice: “cree lo que lees, enseña lo que crees,  vive lo que enseñas”, es decir que permanentemente el sacerdote está en tensión entre Dios y los hombres; no puede vivir conformando al público mediáticamente, no puede vivir agradando a los demás para que los demás consuman lo que quieran consumir.
 
El sacerdote tendrá que ser el hombre de Dios para su Pueblo. Pero tendrá que estar muy unido a Él para que siempre pueda decir “Palabra de Dios” y no “palabra de hombre”. Criterio evangélico y no capricho de persona. Doctrina del Evangelio y de Jesucristo y no opiniones supeditadas a los vaivenes y caprichos de la época.
 
Es importante que nosotros, como comunidad y como Iglesia, recemos por los sacerdotes para que sean santos sacerdotes, no para que se conformen a lo que uno piensa, sino para que ellos hagan lo que Dios les pide, para Él y para su Pueblo.
 
Queridos hijos, no tengan miedo, confíen en el Señor que los llamó, que les da la gracia y que los va ayudar para que sean fieles sacerdotes. La gracia es el Espíritu Santo, que hace posible lo que muchas veces para nosotros es imposible. Pero para poder vivir y entregar la vida nunca se alejen de la gracia del Espíritu Santo, nunca se alejen de Dios porque si uno se aleja de Dios dice el salmo “heriré al pastor y dispersaré sus ovejas”. Hay que cuidar a los pastores, para que también las ovejas sean cuidadas. Hay que cuidar a los sacerdotes para que puedan dar la vida y amar en serio, hasta el final por los hermanos.
 
La Virgen es un fiel ejemplo, la Madre de Dios. Ella recibió una gracia inmensa, pero fue humilde, escuchó, encarnó, respondió y se entregó. Que hagan ustedes lo mismo.
 
No les deseo éxito, les deseo el conocimiento de Jesucristo, el amor entrañable y sincero a la Iglesia; el amor entrañable, sincero y no demagógico de las personas, de los pobres, de los sufrientes, de toda realidad. Y tengan siempre la libertad que, en la caridad, siempre den lo necesario. Y en aquellas cosas que son superfluas no tienen por qué entrar, y en las cosas que son caprichosas tampoco, porque no tienen verdad.
 
Sean hombres de Dios, hombres de la Iglesia, hombres de su pueblo, en espíritu, en alegría y en verdad. Nosotros los acompañamos con la oración, con nuestro afecto y con el esfuerzo de nuestra vida.
 
Que así sea.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 21, 5-9


 

Algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas. Entonces Jesús dijo: «De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido».
Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?»
Jesús respondió: «Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: "Soy yo", y también: "El, tiempo está cerca". No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin».
 
Palabra del Señor.

¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


A. Mientras Jesús se fija en la generosidad de una pobre viuda, vemos como los judíos se fijan en la belleza del templo de Jerusalén. No cabe duda de que son sensibilidades bien distintas. ¿Cómo miramos nosotros? ¿qué nos produce más admiración? ¿qué valoramos más?
     "Señor, enséñanos a mirar como tú"
     "Convierte nuestro corazón insensible"

B. Los judíos creían que un día la historia terminará y algunos pensaban que ese momento último era inminente. Por eso preguntan: ¿cuando va a ser eso?  El lenguaje de Jesús es difícil de comprender, pero nos enseña dos cosas fundamentales:
1. Llegará el fin de la historia, aunque no está cercano.
2. En ese final brillará la generosidad de la viuda y será se apagará la gloria del templo de Jerusalén, vencerá el amor y la vida, morirá el egoísmo y la misma muerte.
     "Señor, gracias por el gran regalo de la esperanza"
     "Ayúdanos a distinguir las cosas verdaderamente importantes"
     "Danos fuerza para trabajar por las causas que permanecen"

C. Dice Jesús: "Muchos vendrán usando mi nombre". En nuestros días nadie va diciendo que es Jesucristo, pero hay personas y cosas que se presentan como Salvadores, como Mesías. Hay personas que se creen salvadoras del mundo, hay productos que nos prometen la felicidad si los compramos y usamos, algunos economistas dicen que la salvación del mundo está en el mercado... ¿cuáles son los dioses de este mundo? ¿cuáles son los míos?
     "Sólo tú Señor tienes palabras de vida eterna"
     "Sólo tú Señor me das la felicidad, la salvación"
     "No permitas que creemos dioses y que nos creamos dioses"

Señor, dame una mirada como la tuya, una mirada que no se quede en la superficie, que sepa bucear a lo más profundo de la realidad.
Señor, convencerme de que sólo permanece lo que se construye sobre el cimiento sólido del amor y la verdad, aunque parezca pequeño y débil.
Ayúdame a darme cuenta de que no quedará piedra sobre piedra de todo lo que se levanta sobre la mentira y el egoísmo, por grande y bello que parezca.
Señor, orienta y dirige mi trabajo y mi vida, para que no pierda el tiempo y la fuerza con lo que no tiene fundamento y desaparece; para que todas mis obras broten de ti, como de su fuente, y tiendan siempre a ti, como a su fin.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 21, 1-4



Levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo. Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, y dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir».
 Palabra del Señor.

¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 

A. Jesús mira, mira con profundidad. No se queda en la superficie, en las apariencias. Como dice el primer libro de Samuel 16,7: "La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón".
Parece que no tenemos tiempo para mirar, para contemplar, para descubrir el corazón de las personas. Tenemos mucha prisa y poco amor.    
     "Señor, perdona y cura mi superficialidad".     
     "Ayúdame a descubrir la grandeza y las miserias del corazón de las personas"

B. Las viudas de aquel tiempo normalmente eran pobres de solemnidad y estaban totalmente desprotegidas. Sin embargo, echó todo lo que tenía para vivir. Los cristianos estamos llamados a compartirlo todo, a dar incluso la vida. Pero en la realidad ¿cuánto tiempo, cuanto dinero, cuanta vida compartimos? ¿No se nos habrá pegado demasiado el polvo de la sociedad individualista y consumista en la que vivimos.
     "Dame Señor un corazón generoso"
     "Gracias Señor por las personas que saben compartir"

C. ¿Por qué nos cuesta tanto compartir? Cada uno conocerá sus razones particulares, pero hay dos que nos afectan a casi todos. Por un lado, confiamos poco en Dios. Si confiáramos más en Dios, no nos apoyaríamos tanto en las seguridades materiales. Por otro, somos poco conscientes de todo lo que Dios ha compartido con nosotros, de todo lo que Dios cada día nos regala. "Todo lo mío es tuyo" dice el padre de la parábola del hijo pródigo, nos dice Dios a cada uno (Lc 15,32). Si fuéramos fuésemos más conscientes, compartir no sería un castigo, sería una necesidad que nace de un corazón agradecido.
     "Gracias Señor por la vida, por la fe, por ..."

domingo, 24 de noviembre de 2013

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 23, 35-43



Después que Jesús fue crucificado, el pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!»
También los soldados se burlaban de Él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!»
Sobre su cabeza había una inscripción: «Éste es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres Tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo».
Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino».
Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».
 Palabra del Señor.
Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? Pueden ayudar estas ideas:
 CRISTO: CENTRO DE NUESTRA FE
Fue el Papa Benedicto quien, hace escasamente un año, abrió el Año de la Fe y, será el Papa Francisco quien –en esta solemnidad de Jesucristo Rey– clausure lo que, para toda la Iglesia, ha sido un revulsivo en el seguimiento a Jesús y una forma concreta de ahondar en aquello que decimos creer: EL CREDO.
Por ello mismo, mientras el cristiano sea cristiano y viva en este mundo, tendrá o tendremos que aprender en un constante Año de la Fe. Es decir; acercarnos con entusiasmo siempre nuevo a las verdades más fundamentales de nuestra fe, a formarnos un criterio sobre las cosas del mundo y, sobre todo, a no dejarnos confundir por un relativismo que, entre otras cosas, amenaza con descafeinar hasta lo más sagrado. Para ello, claro está, el testimonio será la consecuencia de ese acercamiento y conocimiento de Cristo que, Benedicto XVI, pretendió a la hora de convocar este Año de Gracia.
1.- En esta fiesta de Cristo Rey damos culmen a este tiempo ordinario con el que nos hemos ido sumergiendo de lleno en la vida, muerte y resurrección de Jesús. ¿Lo hemos reconocido? ¿Hemos aceptado tantos dones de su gratuidad? ¿Hemos puesto nuestros corazones a su disposición?
Al igual que los soldados puede que, también nosotros, no entendamos el lenguaje que Jesús emplea desde la cruz. Por ello mismo, el Año de la Fe, ha tenido que contribuir a formarnos como católicos y como cristianos. Un cristiano sin formación queda a merced de los “listillos” del mundo.
Además, por si lo olvidamos, el eje de todo el entramado eclesial (lejos de ser sus estructuras y sus defectos, su grandeza o su apariencia) es Cristo. En Él, por Él y para Él van encaminados nuestros desvelos y –sobre todo– el esfuerzo evangelizador para que, su Evangelio, sea tomado en cuenta a la hora de reconducir este mundo un tanto despistado o perdido.
2.- Para entender el señorío de Jesús, en este día de Cristo Rey, es necesario contemplarlo en la cruz. Ella nos sirve en bandeja las principales coordenadas de la forma de ser, pensar y actuar de Jesús: amor a su pueblo cumpliendo la voluntad de Dios.
Acudamos a Cristo cuando la fachada del mundo se derrumba; cuando los otros soberanos nos invitan a postrarnos ante ellos perdiendo la dignidad y hasta la capacidad de ser nosotros mismos. Ese Rey que, nació pobre, pequeño, humilde, en el silencio y que –hoy– es exaltado en una cruz (también de madera), sin demasiado ruido (como en Belén), humildemente (sin más riqueza que su belleza interior) nos llama a la fidelidad. ¿Queremos ser suyos? ¿Seremos capaces de luchar por su reino? ¿No preferiremos formar parte de ese gran batallón de los que ya no luchan, no esperan, no creen…ni sueñan?
Fiesta de Cristo Rey. Dios, en Navidad, descenderá desde los cielos para estar con el hombre. Hoy, desde la cruz, nos enseña que –el camino del servicio, del amor y de la entrega– es la mejor forma de ascender un día hasta su presencia. ¿Nos gusta ese trono en forma de cruz? ¿Queremos reinar con Él?
Que este final del Año de la Fe nos ayude a colocar, si es que lo hemos apartado, a Jesús en el centro de nuestra vida, de nuestra vocación, de nuestra familia y de nuestro pensamiento.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 20, 27-40


                       
       Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: «Maestro, Moisés nos ha ordenado: "Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda". Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?»
Jesús les respondió: «En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección no se casan. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él».
Tomando la palabra, algunos escribas le dijeron: «Maestro, has hablado bien». Y ya no se atrevían a preguntarle nada.
 
Palabra del Señor.



¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 

A. Los saduceos no creían en la resurrección y plantean a Jesús una pregunta, no para aclarar una duda, sino para ridiculizar a cuantos creían en la resurrección. A veces no nos conformamos con presentar nuestras ideas con sencillez y claridad, y menospreciamos a quienes tienen opiniones y creencias distintas a las nuestras.
     "Señor, hazme sencillo y humilde"
     "Ayúdame a respetar y a amar a los que no piensan como yo"

B. Jesús aprovecha hasta la mala intención de los saduceos para exponer su doctrina con paciencia: "No es Dios de muertos, sino de vivos". Nosotros creemos en la resurrección. Creemos que un día resucitaremos a una vida nueva de hijos de Dios en plenitud, de fraternidad perfecta.
     "Gracias Señor por el regalo de la fe y la esperanza"
     "Ayúdanos a ser testigos de esperanza en el mundo"
     "Perdona Jesús nuestras desesperanzas y pesimismos"

C. La fe en la resurrección no nos desentiende de los problemas de la tierra. Los cristianos no deberíamos tener tanto miedo para entregar la vida por los hermanos, por el Reino de Dios, porque sabemos que recobraremos una vida nueva multiplicada. Los cristianos hemos recibido la misión de "traer el cielo a la tierra", de trabajar para que todos se sientan hermanos e hijos de Dios. ¿Cómo voy a responder a esta misión? Pido a Dios luz y fuerza para hacerlo con generosidad.






viernes, 22 de noviembre de 2013

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 19, 45-48


 

Jesús, al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Está escrito: "Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones"».
Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo buscaban la forma de matarlo. Pero no sabían cómo hacerla, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.
 
Palabra del Señor.



¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


A. Jesús no sólo es el hombre dulce y tierno que nos habla de cosas preciosas. Es también el profeta valiente que denuncia la falsedad, que reacciona ante el abuso, que se enfrenta a los poderosos... En nuestra vida se han de combinar dos dimensiones de la vida de Jesús y de los profetas: plantar el amor y arrancar el pecado, el anuncio de la solidaridad y la denuncia del egoísmo, consolar corazones desgarrados y remover conciencias conformistas... En mi vida ¿qué tendría que potenciar a este respecto? Pido a Dios luz y fuerza.

B. Intentaban quitarlo de en medio. El mensaje de Jesús les resultaba peligroso. Y para colmo, se atreve a echar a los vendedores del templo. Les parece intolerable. También nosotros tratamos de quitarnos de en medio a quien nos resulta molesto, al que nos recuerda la verdad, tantas veces molesta... Lo pensamos y pedimos perdón.
    
C. Jesús no era un maestro más. Sabía de qué hablaba. Hacía lo que decía. Era coherente hasta el extremo. No era hombre de medias tintas. Conocía los problemas de la gente. Por eso y por muchas cosas más, lo escuchaban con gusto. Nosotros no somos "el Mesías", no somos el Hijo de Dios. Pero estamos hemos recibido el mismo Espíritu de Jesús y estamos llamados a ser anunciadores del Evangelio. Si intentamos seguir a Jesús con autenticidad, aunque estemos envueltos por mil pobrezas, mucha gente estará pendiente de nuestros labios... y de nuestra vida.
     "Tu palabra, Señor, me da vida"
     "Gracias Padre por las personas me han enseñado con sus palabras y con su vida"
     "Ayúdame a anunciar tu Palabra con mi vida entera"






jueves, 21 de noviembre de 2013

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 19, 41-44

Jesús estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él. Alguien le dijo: “Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte”. Jesús le respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: “Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

Palabra del Señor.



¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 

“El Reino proclamado por Jesús es un reino espiritual; forman parte de él los que creen en él y cumplen su palabra. De nada sirve, pues, ser de la descendencia carnal de Abraham, si no se cree en Jesús; de igual modo, de nada hubiera servido a María ser su Madre según la carne, si no hubiera antes escuchado su Palabra” (L. Deiss, María hija de Sión)

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Mensaje de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús para la clausura diocesana del Año de la Fe y Ordenaciones Sacerdotales (14 de noviembre de 2013)

Escribía el Papa Benedicto XVI, en Porta Fidei, convocando al Año de la fe: “«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22)”. Hemos entrado por esta puerta el día de nuestro Bautismo, y durante un poco más de un año, como Iglesia, hemos caminado teniendo presente en la reflexión la fe y todo lo que ella entraña: unión con Dios, vida nueva, comunidad, formación, oración, compromiso misionero y social. Comenzó el año de la fe en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, 11 de octubre del año pasado, las celebraciones conclusivas serán presididas por nuestro Santo Padre Francisco el próximo 24 de noviembre, solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. ¡Cuanta agua bajo el puente! Comenzamos este itinerario con Benedicto XVI y hoy guía la nave de Pedro, Francisco. ¡Cuántas iniciativas hemos vivido a nivel individual o comunitario en este año, como parroquias o como diócesis! Cómo decanatos hemos reflexionado, algunos han realizado peregrinaciones a las Parroquias asignadas con el don de la Indulgencia, para testimoniar como hermanos el camino común. En las Parroquias quisimos tener presente el tema de la fe con el rezo del credo Niceno-constantinopolitano. Fe profesada y vivida que trasmite el kerigma, el primer anuncio, desde los apóstoles hasta nosotros y que constituye el núcleo de creencia en el que se abre la “puerta de la fe”, por el bautismo. Los nuevos bautizados lo son el la fe de la Iglesia, participación en la Pascua de Cristo. El año de la fe prácticamente ha pasado pero continúa este itinerario toda nuestra vida. Debemos seguir trabajando individualmente y como Iglesia diocesana, profundizando nuestra fe. El plan diocesano de pastoral y las diversas iniciativas que comunitariamente surjan serán buenas ocasiones de continuar con este empuje que nos haga tener más experiencia de hermanos. Si entendemos bien la fe y vivimos de ella crece la comunión con Dios y con los hermanos. Es muy importante trabajar por la unidad y la concordia en la Iglesia, para aunar esfuerzos y para evitar perder energías en proyectos personalistas o tal vez un tanto antagónicos. Decía el Papa Francisco en la catequesis del 25 de septiembre pasado: “¿quién es el motor de esta unidad de la Iglesia? Es el Espíritu Santo que todos nosotros hemos recibido en el Bautismo y también en el sacramento de la Confirmación. Es el Espíritu Santo. Nuestra unidad no es primariamente fruto de nuestro consenso, o de la democracia dentro de la Iglesia, o de nuestro esfuerzo de estar de acuerdo, sino que viene de Él que hace la unidad en la diversidad, porque el Espíritu Santo es armonía, siempre hace la armonía en la Iglesia. Es una unidad armónica en mucha diversidad de culturas, de lenguas y de pensamiento. Es el Espíritu Santo el motor. Por esto es importante la oración, que es el alma de nuestro compromiso de hombres y mujeres de comunión, de unidad. La oración al Espíritu Santo, para que venga y construya la unidad en la Iglesia. Pidamos al Señor: Señor, concédenos estar cada vez más unidos, no ser jamás instrumentos de división; haz que nos comprometamos, como dice una bella oración franciscana, a llevar amor donde hay odio, a llevar perdón donde hay ofensa, a llevar unión donde hay discordia.” Con este espíritu, que nos indica el santo Padre, tenemos que continuar nuestro camino al clausurar el año de la Fe: más compromiso con Dios, más unión entre nosotros, más armonía en nuestro trabajo y más compromiso en la vivencia de la fe. Que los frutos de este Año de la Fe sean para nosotros un encuentro vivo con Jesucristo, que nos lleve a la conversión personal y pastoral, y nos haga concretar con alegría y entusiasmo la fuerza de la misión. Estas breves reflexiones me ofrecen la ocasión para invitarlos a que como comunidad diocesana clausuremos el Año de la Fe el próximo 23 de noviembre, en Plaza Alsina, frente a nuestra Iglesia Catedral. A partir de las 15:00 hs habrá un Festival Juvenil y a las 18:00 hs. junto al presbiterio diocesano presidiré la Misa de Clausura y conferiré el sacerdocio a tres diáconos: Juan Carlos Molina, Ricardo Nariccio y Federico Nadalich. Estas ordenaciones suponen un don y unas tareas. Un don, porque tres sacerdotes, en tiempos que no abundan las vocaciones, es un signo de amor providencial de Dios por su pueblo, que peregrina en Avellaneda-Lanús. Debemos agradecer esta bendición. Y unas tareas: el compromiso de vivir más profundamente la fe, de agradecer a Dios su amor manifestado en los sacramentos, que son administrado, por los sacerdotes, y la responsabilidad de cuidar y acompañar también el ministerio sacerdotal. El 7 de julio pasado les decía el Papa Francisco a los seminaristas y novicios y novicias en Roma: “Jesús manda a los suyos sin “talega, ni alforja, ni sandalias” (Lc 10,4). La difusión del Evangelio no está asegurada ni por el número de personas, ni por el prestigio de la institución, ni por la cantidad de recursos disponibles. Lo que cuenta es estar imbuidos del amor de Cristo, dejarse conducir por el Espíritu Santo, e injertar la propia vida en el árbol de la vida, que es la Cruz del Señor”. Querida comunidad diocesana los invito a participar de esta doble cita diocesana: la clausura del Año de la Fe y las Ordenaciones sacerdotales, no desaprovechemos la ocasión de vivir y celebrar juntos la fe. Que María, Nuestra Señora de la Asunción y santa Teresa de Jesús nos ayuden a imbuirnos cada vez más del amor de Cristo para que nuestra vida siga mostrando cada día que solo la gracia de Cristo transforma y nos posibilita vivir y crecer en el amor, como personas y como comunidad. Los bendigo afectuosamente y los espero.

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