domingo, 29 de noviembre de 2020

DOMINGO I° DE ADVIENTO (Ciclo B)

 




 

Lectura del libro de Isaías

63, 16b-17. 19b; 64, 2-7

 

¡Tú, Señor, eres nuestro padre,

«nuestro Redentor» es tu Nombre desde siempre!

¿Por qué, Señor, nos desvías de tus caminos

y endureces nuestros corazones para que dejen de temerte?

¡Vuelve, por amor a tus servidores

y a las tribus de tu herencia!

¡Si rasgaras el cielo y descendieras,

las montañas se disolverían delante de ti!

Cuando hiciste portentos inesperados,

que nadie había escuchado jamás,

ningún oído oyó, ningún ojo vio

a otro Dios, fuera de ti, que hiciera tales cosas

por los que esperan en Él.

Tú vas al encuentro de los que practican la justicia

y se acuerdan de tus caminos.

Tú estás irritado, y nosotros hemos pecado,

desde siempre fuimos rebeldes contra ti.

Nos hemos convertido en una cosa impura,

toda nuestra justicia es como un trapo sucio.

Nos hemos marchitado como el follaje

y nuestras culpas nos arrastran como el viento.

No hay nadie que invoque tu Nombre,

nadie que despierte para aferrarse a ti,

porque Tú nos ocultaste tu rostro

y nos pusiste a merced de nuestras culpas.

Pero Tú, Señor, eres nuestro padre;

nosotros somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero:

¡todos somos la obra de tus manos!

 

Palabra de Dios.



El momento más intenso es la invocación: « ¡si rasgaras el cielo y descendieras!» Aparece el conocimiento que tiene el pueblo del propio pecado; no importan tanto las desgracias en las que se encuentra, cuanto el pecado sentido como una prisión de la que no logra liberarse. En esta situación el pueblo se dirige a Dios invocándolo como «nuestro Padre», término raro en el Antiguo Testamento pero que aparece en contextos importantes. El que Dios sea "Padre" de Israel es el motivo  de la liberación de Egipto (Ex 4,23: «deja salir a mi hijo»), a su vez Israel se dirige a Dios insistiendo en el vínculo de parentesco para conmoverle el corazón. La invocación a Dios para que rasgue los cielos se basa en la memoria de las obras de Dios. Como si dijera: no recuerdes nuestras acciones, recuerda lo que tú has hecho y continúa haciéndolo hoy.



 

 

SALMO RESPONSORIAL                                                               79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19

 

R.    Restáuranos, Señor del universo.

 

Escucha, Pastor de Israel,

Tú que tienes el trono sobre los querubines,

reafirma tu poder

y ven a salvarnos.  R.

 

Vuélvete, Señor de los ejércitos,

observa desde el cielo y mira:

ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano,

el retoño que Tú hiciste vigoroso.  R.

 

Que tu mano sostenga al que está a tu derecha,

al hombre que Tú fortaleciste,

y nunca nos apartaremos de ti:

devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre.  R.

 

 




Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo

a los cristianos de Corinto

1, 3-9

 

Hermanos:

Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

No dejo de dar gracias a Dios por ustedes, por la gracia que Él les ha concedido en Cristo Jesús. En efecto, ustedes han sido colmados en Él con toda clase de riquezas, las de la palabra y las del conocimiento, en la medida que el testimonio de Cristo se arraigó en ustedes. Por eso, mientras esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de la gracia. Él los mantendrá firmes hasta el fin, para que sean irreprochables en el día de la Venida de nuestro Señor Jesucristo. Porque Dios es fiel, y Él los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.

 

Palabra de Dios.




La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, sean con vosotros. Estas palabras que san Pablo dice en su carta a los primeros cristianos de Corinto son palabras que repetimos nosotros muchos días al comenzar nuestras eucaristías. En este primer domingo de Adviento es bueno que también nosotros hoy nos deseemos unos a otros la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor. Un Adviento vivido, individual y comunitariamente, en la gracia y en la paz de Dios será siempre un buen Adviento, porque el que vive en la gracia y en la paz de Dios vive en el amor de Dios y amando a los hermanos. Si, como venimos diciendo, el Adviento es tiempo de penitencia y preparación para la Navidad, ninguna penitencia mejor para esto que dejarnos formar y transformar cada día por las manos misericordiosas de Dios, nuestro Padre, nuestro Rey y el Buen Pastor de nuestras almas. Por eso, terminemos repitiendo las palabras del salmo responsorial, del salmo 79: Señor, Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

 

 

 


 

    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Marcos

13, 33-37

 

Jesús dijo a sus discípulos:

Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela.

Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa: si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos.

Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!

 

Palabra del Señor.

 

 

Reflexión


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Concédeme la gracia, Señor, de tener un corazón dócil a tu voluntad.




Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El evangelio de hoy nos invita a «mirar, vigilar y hacer».

Mirar: las maravillas que Dios ha creado para nosotros, todo lo bueno que hemos vivido en nuestra familia y grupo de amigos. Esos momentos de alegría que hemos compartido, momentos difíciles en que lloramos, nos encontramos solos, tristes; pero siempre ha habido alguien que nos ha consolado, nos ha animado a seguir adelante y por lo que hemos comprendido que no estamos solos.

Vigilar:
I. Cada detalle de nuestra vida de gracia, los detalles en nuestra familia, en nuestra vida de esposas (os), como hijas (os), como hermanas (os), o como novias (os).
II. Que el fuego de amor, que existe, arda cada día más.
III. Los detalles en nuestra vida de padre, madre, en nuestro trabajo, en nuestra vida de hija (o) en nuestra vida de estudiante, para que la ligereza, la superficialidad no entren en nuestra vida.

Hacer:
I. Con amor y responsabilidad nuestra parte y un poco más en nuestra vida.
II. Sonreír y dar lo mejor de nosotros. Como papá o mamá guía, acompañemos a nuestras hijas (os), sin juzgarles – sabemos que muchas veces tomarán decisiones no muy acertadas. Como hijas (os) seamos amigas (os) de nuestros padres, apoyémoslos, abrasémoslos y hagamos que sientan nuestro amor.
III. Y, sobre todo, busquemos estar con Dios, quien sabe que somos débiles pero siempre nos espera con los brazos abiertos.

La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos sino el amor?».
(Cf Discurso de S.S Benedicto XVI, 20 de agosto 2005).

sábado, 28 de noviembre de 2020

Liturgia - Lecturas del día

 



 



 

Lectura del libro del Apocalipsis

21, 2; 22, 1-7

 

Yo, Juan, vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo.

Después el Ángel me mostró un río de agua de vida, claro como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero, en medio de la plaza de la Ciudad. A ambos lados del río, había árboles de vida que fructificaban doce veces al año, una vez por mes, y sus hojas servían para sanar a los pueblos.

Ya no habrá allí ninguna maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en la Ciudad, y sus servidores lo adorarán. Ellos contemplarán su rostro y llevarán su Nombre en la frente. Tampoco existirá la noche, ni les hará falta la luz de las lámparas ni la luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y ellos reinarán por los siglos de los siglos.

Después me dijo: «Estas palabras son verdaderas y dignas de crédito. El Señor Dios que inspira a los profetas envió a su mensajero para mostrar a sus servidores lo que tiene que suceder pronto.

¡Volveré pronto! Feliz el que conserva fielmente las palabras proféticas de este Libro».

 

Palabra de Dios.



La visión final sigue ofreciéndonos una escenografía triunfal, esperanzadora. El trono de Dios, el Cordero delante, vencedor, un río de agua viva que brota del trono (el Espíritu Santo), el árbol de la vida que da doce cosechas al año y cuyas hojas son medicinales. Allí no hay noche ni oscuridad, todo es luz, y los salvados por Cristo gozarán de alegría perpetua, y le prestarán servicio, "y contemplaran su rostro y llevarán su nombre en la frente". Es como el retorno al paraíso terrenal. La última página de la Biblia -y, para nosotros, de este Año Litúrgico- es un calco de la primera, la visión idílica del Génesis hasta que entró el pecado en el mundo.

 

 

SALMO RESPONSORIAL                                 94, 1- 7

 

R.    ¡Ven, Señor Jesús!

 

¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor,

aclamemos a la Roca que nos salva!

¡Lleguemos hasta Él dándole gracias,

aclamemos con música al Señor! R.

 

Porque el Señor es un Dios grande,

el soberano de todos los dioses:

en su mano están los abismos de la tierra,

y son suyas las cumbres de las montañas;

suyo es el mar, porque Él lo hizo,

y la tierra firme, que formaron sus manos. R.

 

¡Entren, inclinémonos para adorarlo!

¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó!

Porque Él es nuestro Dios,

y nosotros, el pueblo que Él apacienta,

las ovejas conducidas por su mano. R.

 

 

 


 

    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

21, 34-36

 

Jesús hablaba a sus discípulos acerca de su venida:

Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.

Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre.

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

«He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación» (2 Tim.4,7-8.)

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Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Muchos de los dibujos animados nos muestran como los súbditos y lacayos se postran ante sus reyes de modo vergonzoso en algunos casos, más aún cuando no hicieron su deber. En cambio, vemos como los héroes de guerra, los caballeros, los capitanes de navíos, regresan a sus países y reinos con la cabeza en alto, con los trofeos de la guerra, con el orgullo en el pecho y con lágrimas en el corazón.

Señor, es muy curioso lo que me pides, me pides que me ponga en pie delante de Ti. Pero Tú eres un Rey y yo no me asemejo a un caballero, ¿por qué tendría que permanecer de pie? ¿Te das cuenta de mis debilidades? ¿De mis pecados? ¿De las tantas y tantas veces que te he defraudado?…

La tierra es un constante campo de batalla, una batalla encarnecida que no se acabará sino hasta el fin de los tiempos, pero ¿cuándo es eso, para que estemos preparados en el día del juicio, de modo que estemos de pie en aquel día?

No, Dios no quiere que yo sea un cobarde que se esconde en medio de la batalla y quiere celebrar la victoria con todos; Dios quiere que esté en el campo de batalla, luchando hombro con hombro con mis hermanos. Para ello he de vivir con la mirada puesta en el cielo, no solamente pensando en un día que desconozco su llegada, sino vigilando y orando, como Jesús nos recuerda en el Evangelio. Además, entre mayor haya sido mi empeño en la batalla, un mayor premio recibiré. Señor, yo lo sé, sé que eres eternamente justo, permíteme aparecer en tu presencia como un héroe en esta batalla que es la conquista de la santidad.

«Él regresará a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando haremos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana; pero Él viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos «para juzgar a los vivos y a los muertos». Por eso debemos estar siempre alerta y esperar al Señor con la esperanza de encontrarlo. La liturgia de hoy nos habla precisamente del sugestivo tema de la vigilia y de la espera».
(Homilía de S.S. Francisco, 3 de diciembre de 2017).

 

Nuestra Señora de Fátima

    En 1917, en el momento de las apariciones, Fátima era una ciudad desconocida de 2.500 habitantes, situada a 800 metros de altura y a 130...