¡Ábreme los ojos, Señor!
También yo, en el amanecer de esta jornada con el alma sujetada por la penumbra, pero con el corazón inquieto me he acercado hasta el lugar donde creía y me dijeron se encontraba tu cuerpo amarrado entre vendas, sudarios o desfigurado por los sucesos de estos últimos días. Más, cual ha sido mi sorpresa, Señor, cuando al cruzarme con María Magdalena, con Simón Pedro y luego con Juan, me han dicho que, no tenga prisa, que tu losa no está ni sellada ni centrada. Que la piedra de tu sepulcro se encuentra movida, y que abra bien los ojos para la gran sorpresa que me espera. ¡Ábreme los ojos, Señor! Pues quiero verte para nunca más perderte. Porque, después de avanzar hasta tu sudario, necesito certezas para comprender, y gritar al mundo que ¡Creo! ¡Creo! ¡Y mil veces creo! Que has vuelto para devolvernos vida abundante. Que, a partir de hoy, la asignatura difícil de la muerte, ha sido resuelta y superada por el Maestro que más enseñó, c...