miércoles, 31 de marzo de 2021

Bendecido día



 

MIÉRCOLES SANTO

 




 

 

Lectura del libro de Isaías

50, 4-9a

 

El mismo Señor me ha dado

una lengua de discípulo,

para que yo sepa reconfortar al fatigado

con una palabra de aliento.

Cada mañana, él despierta mi oído

para que yo escuche como un discípulo.

El Señor abrió mi oído

y yo no me resistí ni me volví atrás.

Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban

y mis mejillas a los que me arrancaban la barba;

no retiré mi rostro

cuando me ultrajaban y escupían.

Pero el Señor viene en mi ayuda:

por eso, no quedé confundido;

por eso, endurecí mi rostro como el pedernal,

y sé muy bien que no seré defraudado.

Está cerca el que me hace justicia:

¿quién me va a procesar?

¡Comparezcamos todos juntos!

¿Quién será mi adversario en el juicio?

¡Que se acerque hasta mí!

Sí, el Señor viene en mi ayuda:

¿quién me va a condenar?

 

Palabra de Dios.



El profeta encuentra hostilidad y persecución, incluso violencia. Su vocación, lo califica como un discípulo que, por don y misión del Señor, transmite la Palabra a los descorazonados e indecisos. Sólo si se manifiesta cada día como un discípulo pronto a escuchar, podrá llegar a ser verdadero maestro: no dispone de la Palabra a su gusto. Consciente desde el principio de las exigencias de su vocación, el Siervo no opone resistencia a Dios; y su pleno consentimiento le hace fuerte y manso de cara a los perseguidores: no se sustrajo a la Palabra, ni se echó atrás ante las injurias y la violencia de los que quisieran acallarla, reduciéndola al silencio. No le rinde el sufrimiento, ni le desorienta. Confía en la ayuda de Dios; él lo justificará ante los adversarios: ninguno podrá demostrar la culpabilidad de su Siervo, testigo fiel y veraz de la Palabra.

 



 

 

SALMO RESPONSORIAL                                  68, 8-10. 21-22. 31. 33-34

 

R.    ¡Señor, Dios mío,

por tu gran amor, respóndeme!

 

Por ti he soportado afrentas

y la vergüenza cubrió mi rostro;

me convertí en un extraño para mis hermanos,

fui un extranjero para los hijos de mi madre:

porque el celo de tu Casa me devora,

y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian. R.

 

La vergüenza me destroza el corazón,

y no tengo remedio.

Espero compasión y no la encuentro,

en vano busco un consuelo:

pusieron veneno en mi comida,

y cuando tuve sed me dieron vinagre. R.

 

Así alabaré con cantos el nombre de Dios,

y proclamaré su grandeza dando gracias;

que lo vean los humildes y se alegren,

que vivan los que buscan al Señor:

porque el Señor escucha a los pobres

y no desprecia a sus cautivos. R.

 

 

 



    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

26, 14-25

 

Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: «¿Cuánto me darán si se lo entrego?» Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.

El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?»

Él respondió: «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: "El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos"».

Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.

 

Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará».

Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: «¿Seré yo, Señor?»

Él respondió: «El que acaba de servirse de la misma fuente que Yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!»

Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: «¿Seré yo, Maestro?» «Tú lo has dicho», le respondió Jesús.

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, quiero dejarme amar, estoy cansado de buscar fuera de ti, me rindo ante ti, lléname con tu amor para que yo sea capaz de renunciar a todo por ti.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Es la pregunta que resuena en cada uno de nuestros corazones al escuchar este Evangelio. Y si no es así, es porque algo no está del todo bien. Es decir, ¿me siento tan seguro de mi amor a Dios que creo ilusoriamente que jamás podría traicionarlo? De hecho, afirmar esto es ya una traición; nuestra vida, tristemente, es un continuo traicionar el amor de Dios al poner otras cosas por delante de su amor.

Traicionamos al Señor por menos que treinta monedas de plata: un buen puesto de trabajo, una buena reputación, un amor desordenado o prohibido, un mejor automóvil, etc. Debemos tener esta conciencia de pobres y débiles pecadores necesitados de la gracia y amor de Dios, pero no con un sentido pesimista y negativo, sino como el niño consciente de su incapacidad para subir las escaleras, que le extiende los brazos a su amado padre para que le cargue y le suba.

Es esto lo que nos pide el Señor, Él conoce el barro del que estamos hechos. Si bien ama nuestro esfuerzo por alcanzar la santidad, ama aún más nuestra miseria cuando, confiando plenamente en Él, la abandonamos en el infinito mar de su Divina Misericordia.

«Judas es una oveja descarriada, también nosotros debemos entender a las ovejas descarriadas. También nosotros tenemos alguna cosilla, pequeña o no tan pequeña, de la oveja descarriada. Debemos entender que no es un error lo que hizo la oveja descarriada: es una enfermedad, es una enfermedad que tenía en el corazón. Cuando fue al templo para realizar su doble vida, cuando dio el beso al Señor en el huerto, y después las monedas que recibió de los sacerdotes… No es un error. Lo hizo… estaba en la tiniebla. Tenía el corazón dividido, disociado. Por ello se puede decir que él es la imagen perfecta de la oveja descarriada. Jesús, el pastor, va a buscarlo: “haz lo que debes hacer, amigo”, y lo besa. Pero Judas no entiende».
(Homilía de S.S. Francisco, 6 de diciembre de 2016, en santa Marta).

martes, 30 de marzo de 2021

Los Cinco Minutos del Espíritu Santo

 


Una vez más, intento contemplar con una mirada positiva a la gente que hay a mi alrededor, para descubrir los carismas que hay en mis compañeros, familiares, amigos. Es necesario repetir frecuentemente este ejercicio, para que la mirada no se nos vuelva demasiado negativa. 


Doy gracias al Espíritu Santo por cada uno de esos carismas que él derrama en los hermanos, y me pregunto cómo puedo ayudarlos para que esos carismas den mejores frutos para bien de todos. Es hermoso dedicarse a regar las semillas buenas que hay en los demás, y ser como el jardinero del Espíritu Santo. 

Me detengo a pedir al Espíritu Santo que me libere de los egoísmos y me ayude a hacer un acto de amor sincero y generoso hacia alguna persona. Trato de pensar en alguien que no me despierta simpatía a flor de piel, y me propongo regalarle un momento de felicidad, algo que lo haga sentir bien. Recuerdo que en esa experiencia de amor tendré un encuentro íntimo y profundo con un amor que me impulsa hacia el infinito, con el Espíritu Santo. Vale la pena intentarlo.

MARTES SANTO

 



 


Lectura del libro de Isaías

49, 1-6

¡Escúchenme, costas lejanas,

presten atención, pueblos remotos!

El Señor me llamó desde el seno materno,

desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre.

Él hizo de mi boca una espada afilada,

me ocultó a la sombra de su mano;

hizo de mí una flecha punzante,

me escondió en su aljaba.

Él me dijo: «Tú eres mi Servidor, Israel,

por ti Yo me glorificaré».

Pero yo dije: «En vano me fatigué,

para nada, inútilmente, he gastado mi fuerza».

Sin embargo, mi derecho está junto al Señor

y mi retribución, junto a mi Dios.

Y ahora, ha hablado el Señor,

el que me formó desde el vientre materno

para que yo sea su Servidor,

para hacer que Jacob vuelva a él

y se le reúna Israel.

Yo soy valioso a los ojos del Señor

y mi Dios ha sido mi fortaleza.

Él dice: «Es demasiado poco que seas mi Servidor

para restaurar a las tribus de Jacob

y hacer volver a los sobrevivientes de Israel;

Yo te destino a ser la luz de las naciones,

para que llegue mi salvación

hasta los confines de la tierra».

 

Palabra de Dios.



En un primer momento, la misión acaba en un fracaso, y la inutilidad de la fatiga pesa en el corazón del Siervo. Formado desde el seno materno para reunir y convertir su pueblo al Señor, experimenta el cansancio pero sabe reconocer que Dios lleva su causa, estima y recompensa a su obrero. La estima que el Señor le manifiesta es la fuerza que le infunde, fortaleciendo al Siervo, que acoge y pronuncia un nuevo oráculo de Dios: la hora de la prueba y el fracaso no acaba con su actividad profética, sino que es instrumento para dilatar sin límites la irradiación de su mensaje. La misión del Siervo será universal: por medio de él, convertido en luz de las naciones, Dios quiere llegar con el don de su salvación a los últimos confines de la tierra.


 

 

SALMO RESPONSORIAL                           70, 1-4a. 5-6ab. 15. 17

 

R.    Mi boca anunciará tu salvación, Señor

 

Yo me refugio en Ti, Señor,

¡que nunca tenga que avergonzarme!

Por tu justicia, líbrame y rescátame,

inclina tu oído hacia mí, y sálvame. R.

 

Sé para mí una roca protectora,

Tú que decidiste venir siempre en mi ayuda,

porque Tú eres mi Roca y mi fortaleza.

¡Líbrame, Dios mío, de las manos del impío! R.

 

Porque Tú, Señor, eres mi esperanza

y mi seguridad desde mi juventud.

En ti me apoyé desde las entrañas de mi madre;

desde el vientre materno fuiste mi protector. R.

 

Mi boca anunciará incesantemente

tus actos de justicia y salvación,

aunque ni siquiera soy capaz de enumerarlos.

Dios mío, Tú me enseñaste desde mi juventud,

y hasta hoy he narrado tus maravillas. R.

 

 

 


   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Juan

13, 21-33. 36-38

 

Jesús, estando en la mesa con sus discípulos, se estremeció y manifestó claramente:

«Les aseguro

que uno de ustedes me entregará».

Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo a quién se refería.

Uno de ellos -el discípulo al que Jesús amaba- estaba reclinado muy cerca de Jesús. Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: «Pregúntale a quién se refiere». Él se reclinó sobre Jesús y le preguntó: «Señor, ¿quién es?»

Jesús le respondió: «Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato».

Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo entonces: «Realiza pronto lo que tienes que hacer».

Pero ninguno de los comensales comprendió por qué le decía esto. Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que hace falta para la fiesta», o bien que le mandaba dar algo a los pobres. Y en seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche.

 

Después que Judas salió, Jesús dijo:

«Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado

y Dios ha sido glorificado en Él.

Si Dios ha sido glorificado en Él,

también lo glorificará en sí mismo,

y lo hará muy pronto.

Hijos míos,

ya no estaré mucho, tiempo con ustedes.

Ustedes me buscaran,

pero Yo les digo ahora

lo mismo que dije a los judíos:

“A donde Yo voy,

ustedes no pueden venir"».

Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?»

Jesús le respondió: «Adonde Yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me seguirás».

Pedro le preguntó: «¿Señor, por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti».

Jesús le respondió: «¿Darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces».

 

Palabra del Señor.

 


Reflexión


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Permíteme, Señor, recostarme en tu pecho. Haz más fuerte mi amor por ti, para que pueda acompañarte en el momento de la cruz. Tú, Señor, eres mi fortaleza, mi refugio, mi seguridad, mi salvación. Tú eres el mejor Amigo, el Amigo que nunca falla. ¡Jesús, en ti confío!



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Leer el Evangelio cambia drásticamente si nos damos por aludidos. ¿Y si estuviera yo mismo en esta cena con Jesús? ¿Y si su voz se dirigiera realmente a mí?

«Uno de ustedes me va a entregar». ¿Quién es? Detengámonos un momento antes de decir «Judas Iscariote». ¿Quién es Judas? Uno de los apóstoles, es decir uno de los seguidores de Cristo, es decir uno como Pedro o Juan, es decir uno como yo. ¡Uno como yo! Y es que ninguno de nosotros está exento del pecado. Aquí está lo dramático de la escena: uno de sus amigos lo traiciona. Que podría ser yo, que podría ser Pedro, o cualquier otro discípulo. Cualquiera puede fallar a esta amistad en un momento o en otro, somos humanos y somos débiles. Por eso es tan importante pedir a Dios la fuerza para ser fieles. «Velen y oren, para no caer en tentación».

Ahora, fijémonos en otro evento de la cena. Detrás del dramatismo y la tristeza del momento se esconde una perla: «uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba reclinado a su derecha». ¿Quién es Juan? «Uno de ellos», es decir uno de los apóstoles, es decir… Puedo ser yo mismo, apoyarme sobre el pecho de Cristo. Y, más aún, ¡yo mismo soy, realmente, aquel discípulo! «…Al que Jesús tanto amaba…». Dentro de pocos días vamos a conmemorar la expresión más grande de este amor: Cristo murió por mí, me ama tanto que da su vida para salvarme del pecado. Así, la misericordia de Dios es tan real como mi pecado.

A veces es bueno sentirse aludido ante las palabras de Jesús. Pero siempre, siempre, es bueno recordar que realmente estoy siendo aludido por los hechos de Cristo: su pasión, su muerte y su resurrección.

«Eran pecadores, ¡todos! Los doce eran pecadores. “¡No, Padre, solamente Judas!”. No, pobrecillo… Nosotros no sabemos qué ha sucedido después de su muerte, porque la misericordia de Dios está también en el momento. Pero todos eran pecadores, todos. Envidiosos, tenían celos entre ellos: “No, yo tengo que ocupar el primer lugar y tú el segundo…”; y dos de ellos hablan con la madre para que vaya a hablar con Jesús y que les dé el primer lugar a sus hijos… Eran así, con todos los pecados. También eran traidores, porque cuando Jesús fue capturado, todos se escaparon, llenos de miedo; se escondieron: tenían miedo. Y Pedro, que sabía que era el jefe, sintió la necesidad de acercarse un poco a ver qué sucedía; y cuando la asistenta del sacerdote dijo: “Pero tú también eres…”, dijo: “¡No, no, no!”. Renegó de Jesús, traicionó a Jesús. ¡Pedro! El primer Papa. Traicionó a Jesús. ¡Y estos son los testigos! Sí, porque eran testigos de la salvación que Jesús lleva, y todos, por esta salvación se han convertido, se han dejado salvar».
(Homilía de S.S. Francisco, 15 de enero de 2017).

 

Nuestra Señora de Fátima

    En 1917, en el momento de las apariciones, Fátima era una ciudad desconocida de 2.500 habitantes, situada a 800 metros de altura y a 130...