OBISPOS ARGENTINOS EN VISITA AD LIMINA



(www.eclesia.info) Con una misa en la Iglesia Argentina en Roma, los obispos de la Región Buenos Aires  comenzaron la visita “ad limina Apostolorum”, que incluye un encuentro con el Papa Francisco y la visita a los distintos Dicasterios y Congregaciones de la Santa Sede. El obispo de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia, presidió la misa que concelebraron los obispos de la arquidiócesis porteña y de 12 diócesis del Gran Buenos Aires, junto al titular del Obispado Castrense y de la Eparquía de Ucrania.




HOMILÍA DE MONSEÑOR RUBÉN FRASSIA
Domingo 5 de Mayo, III de Pascua - Visita Ad Límina.

Queridos hermanos, no puedo dejar de decir algo personal que, estoy muy emocionado de estar en esta Iglesia Argentina y de conocer y ver gente amiga, desde hace tanto tiempo. Y los obispos, cuando estábamos reunidos en la Asamblea Plenaria, me indicaron que yo tenía que presidir esta Eucaristía. Tengo un gozo interior muy pero muy grande.

El encuentro que nosotros, los Obispos, tenemos aquí en Roma, y de visitar al Santo Padre, es un gozo muy especial, porque está en el marco de la Fe. Venimos a encontrarnos, a ser recibidos por el Santo Padre, a estrechar sus brazos y a saber que y reconocer también, que nosotros vivimos, como obispos, en nuestra tierra, unido a Él, con Él y bajo Pedro. Porque ciertamente nosotros reconocemos que el Papa Jorge Bergoglio, ES PEDRO. Y a él venimos para ser confirmados; para ser escuchados; para ser bendecidos; para seguir siendo, de alguna manera, enviados.

Y es claro que las lecturas del día de hoy también nos ponen en un contexto muy especial. Y el contexto es que Jesús, el Mesías, el Ungido, dio su vida por nosotros. Murió y resucitó y ya no muere más. Por lo tanto, Él ha dado muestras de su amor infinito a nosotros y por eso, Jesucristo es El Señor de la Historia, el Señor de la Vida, el Señor que nos viene a iluminar, el Señor que nos viene a humanizar, que nos hace más hijos de Dios y que nos enseña y nos ayuda a ser más fraternos entre nosotros.

Cristo es el resucitado y nosotros sabemos perfectamente y creemos en Él. Y la Iglesia, la Iglesia no es una Institución de poder; pero tampoco la Iglesia es una Institución, yo diría, acomplejada, donde no tiene nada que decir, donde no tiene nada que vivir, donde no tiene nada que expresar. Ciertamente, nosotros sabemos que Jesucristo es el Primero y el Principal y el que viene a darnos Vida y Vida en abundancia y quien cree en Él no va a quedar confundido jamás. Por eso es importante, porque el mundo no tiene fuerza propia. El mundo recibe la fuerza de Dios y por eso el mundo no puede atreverse a decirle a Dios: "No te necesitamos"... El mundo del consumo; el mundo relativista; el mundo gnóstico; el mundo que realmente quiere tener despóticamente sus criterios reemplazando otros...

La Iglesia tiene que volver a recobrar aquello para lo cual Ella existe: Ella existe para evangelizar; Ella existe para dar el anuncio, el Kerygma; para decir que Jesucristo es El Señor y que está presente y, esa presencia de Cristo debe madurar en toda nuestra vida y en todo nuestro accionar pastoral y apostólico. ¡Qué gran verdad! En la Primera Lectura que nosotros hemos escuchado, a los apóstoles se les decía que se callaran la boca y ellos respondieron con mucha audacia y con mucha libertad: "Nosotros tenemos que obedecer primero a Dios y no la opinión de los hombres", y esto es importante porque la Iglesia no puede permitirse que Ella sea reducida a ámbitos pequeños; ámbitos individuales; diríamos: a la sacristía. ¡De ninguna manera! La Iglesia tiene que anunciar el Criterio no sólo en lo personal, no sólo en lo familiar, no sólo en lo social y también en lo institucional. No hay que tener miedo a las palabras. Pero no se tiene miedo a las palabras cuando uno está convencido, pero si uno no está convencido, vive con miedo y se pone una mordaza en sus labios, en su corazón y en su mente.

Queridos hermanos, nosotros necesitamos afirmar esto con toda la fuerza. Somos creyentes. Y el mundo necesita de nuestro testimonio; de nuestro seguimiento; de nuestra adhesión; de nuestra participación y también necesita que nosotros estemos fundados en nuestras raíces profundas pero, quien no tiene raíces profundas, cuando viene un viento fuerte lo voltea. Ya decía San Juan Pablo II una vez: "¡Europa, Europa! eres un árbol frondoso, pero si pierdes contacto con tus raíces te vas a secar." Juan Pablo II nos decía eso en la Exhortación Apostólica a Europa. Y ciertamente, fijémonos los despotismos actuales cómo se van metiendo, cómo van entrando, pero no sólo en los criterios, en las ideologías, de derecha o de izquierda, de arriba o de abajo, pero despóticamente se van metiendo y a veces también, en la Iglesia, sin querer, uno se va contagiando y consumiendo.

La fuerza de Dios, la fuerza del Señor, que no puede callar y que tiene que salir testimoniando.
Le pedimos hoy a la Virgen, a Ella que fue la Mujer creyente, que creyó en el Señor, que le dijo que sí de un modo incondicional; que también nosotros seamos capaces de pedir para que todos los valores humanos, cristianos vuelvan a ser, yo diría: despertados, en nuestros país; en el gobierno; en el mundo de la política; en el mundo empresarial; en el mundo obrero; en el mundo cotidiano; en aquellos que no tienen trabajo; en aquellos que sufren, que están abandonados pero, que realmente el Señor por medio de la Virgen nos ayude a trabajar por la ´cultura del trabajo´ y a trabajar por el bien común de nuestra querida Nación. Necesitamos esto para vivir! Necesitamos esto para generar, para producir, para soñar; como dice el Papa Francisco: "Que no les roben los sueños, que no les roben las esperanzas, que realmente Cristo está vivo". Se los dice en este documento que sacó para la juventud. Realmente es importante que el Señor resucitado nos dé fuerza.

Y, para terminar, quiero decir lo siguiente: el Amor de Dios es concreto, no es abstracto. Es la pregunta que le hizo a Pedro: "¿Pedro me amas?...Apacienta!", cuida, custodia, defiende, acompaña! Esa es la pregunta que Dios nos hace hoy a nosotros. Esta pregunta la hace hoy a los pastores, a la vida consagrada, a los laicos especiales y al Pueblo fiel: "¿Dices que me amas?": ¡ama, cuida, protege, acompaña, levanta, sostiene!

Queridos hermanos, que la fuerza del resucitado nos dé también valentía y fuerza a nosotros no sólo para escuchar la pregunta, sino para dar también, responsablemente, la respuesta.
Que la Virgen, Nuestra Señora de Luján, vele por nosotros y cuide a nuestra Patria.

Que así sea.         

Comentarios