sábado, 10 de agosto de 2013

Lectura del santo Evangelio según san Juan 12, 24-26


 
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.
El que ama su vida la perderá; pero el que odia su vida en este mundo la conservará para la vida eterna.
El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme será honrado por mi Padre».
 

                               Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 

 Cuando uno teme morir puede encontrar serios obstáculos en su forma de amar. La fecundidad viene del amor verdadero, que Dios ha infundido en nuestros corazones. El verdadero discípulo de Jesús debe seguirlo a Él hacia su glorificación en Dios, sabiendo que, sin miedo a los riesgos, sin miedo a las amenazas de quienes quieran silenciar al enviado de Dios, debe incluso afrontar la propia muerte como un signo de amor fecundo que haga brotar en uno mismo y en los demás la vida eterna; y esto no por nosotros mismos, sino por nuestra unión fiel y constante a Aquel que nos ha amado hasta dar su vida para que nosotros tengamos vida. Este amor, llevado hasta el extremo, es lo que hizo que el Hombre Jesús llegara a su perfección a través de su obediencia y de su muerte en cruz. Sólo aquel que va entregando su vida para la perfección de los demás va creciendo en el amor hasta llegar a la plenitud en el Señor, hasta poder llegar a ser reconocido por el Padre Dios como su hijo amado, en quien Él se complace. Vivamos, pues, en un amor verdadero, constante y cada vez más perfecto no sólo a Dios, sino también a nuestro prójimo, a quien hemos sido enviados tanto para anunciarle el Evangelio como para transmitirle la Vida y el Espíritu de Dios que Él nos ha comunicado a nosotros.

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