Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 17, 14-20
Jesús respondió: «¡Generación incrédula y
perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta
cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo aquí».
Jesús increpó al demonio, y éste salió del niño,
que desde aquel momento, quedó sano.
Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le
preguntaron en privado: «¿Por qué nosotros no
pudimos expulsarlo?»
«Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les
aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano
de mostaza, dirían a esta montaña: "Trasládate de
aquí a allá", y la montaña se trasladaría; y nada
sería imposible para ustedes».
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir,
Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Fe, fe transformante, fe que nos
identifica con Cristo, fe que nos lleva a hacer
nuestra la misma Misión de Cristo. Mientras no
tengamos esa fe será imposible darle un nuevo
rumbo a nuestra historia desde nuestras simples
elucubraciones personales, o desde los puros
criterios humanos, o desde nuestra ciencia y
técnica humanas.
Tal vez luchemos y concibamos planes demasiado
bien estructurados, pero al final, si no es el
Señor el que realice su Obra de salvación, sólo
daremos a luz el viento y no hijos, pues no somos
nosotros sino Cristo el que murió por nosotros.
Tener fe no es sólo creer que sucederán las cosas
que decimos; creer es dejarnos transformar en
Cristo para que nuestras palabras sean capaces de
mover cualquier obstáculo, cualquier montaña que
nos impida alcanzar la Vida eterna.
Si nuestra fe nos ha unido al Señor entonces nada
nos será imposible, pues Dios mismo vivirá en
nosotros y por medio nuestro hará que su amor
salvador llegue a la humanidad entera.
En la Eucaristía celebramos nuestra fe en Cristo.
En ella volvemos a aceptar el compromiso de darle
un nuevo rumbo a nuestra historia. En ella
recibimos la misma vida de Dios y su Espíritu para
que vayamos y trabajemos por el Reino de Dios,
iniciándolo ya desde ahora entre nosotros.
Nosotros no somos cualquier cosa en las manos de
Dios. Ante Él tenemos el valor de la Sangre
derramada por su propio Hijo. Hasta allá ha
llegado el amor que nos tiene. Y hoy venimos como
hijos suyos, reconociéndonos pecadores en su
presencia, pero con el corazón contrito y
humillado; venimos para ser perdonados y para
recibir nuevamente su Gracia para no sólo
llamarnos hijos suyos, sino para serlo en verdad.
Comentarios
Publicar un comentario