Conmemoración de los Fieles Difuntos
FUERON FIELES, NO QUEDARON EN EL OLVIDO
1. Al día siguiente de Todos los Santos, la Iglesia, nos propone esta festividad que es reflexión, contemplación, oración, silencio y súplica por Todos los Fieles Difuntos. ¿Fieles? ¡Sí! Aquello que, precisamente en nuestro mundo, ha hecho aguas por muchos lados y en diversas situaciones: la fidelidad.
Ayer contemplábamos la dicha y la perfección (conocida y anónima) de millones de hombres y mujeres que gozaron y fueron felices caminado sobre las ocho ruedas de las bienaventuranzas. Hoy, la Iglesia, recuerda a esas otras personas que fueron FIELES al Señor. Que intentaron seguirle aunque, a veces, se quedaron a mitad de camino. Que recogieron su cruz pero, según y cómo, le fueron cortando un trozo cuando resultaba excesivamente pesada.
Hoy, la Iglesia (que somos todos nosotros) ofrecemos lo más grande que Cristo nos dejó en la tarde de Jueves Santo, la Eucaristía, como súplica, acción de gracias, petición de perdón de sus pecados y salvación de sus almas. Por lo tanto, en este día de difuntos, no venimos a rendir homenaje a los que se marcharon (ya no lo necesitan). Nos conmueve y nos mueve la fe y, sobre todo, una promesa: ¡RESUCITARÁN! Una promesa que nació de los labios de Jesús y bajo la cual, murieron nuestros seres queridos, sintieron que no cerraban los ojos para la nada ni para el absurdo sino para encontrarse junto a Dios.
2. Hoy, por supuesto, añoramos su presencia física. Pero la FE, por goleada, hace digerible estos momentos de dolor. No es lo mismo morir en brazos de alguien, sintiendo su calor y su voz, que cerrar los ojos en la más absoluta soledad. No es lo mismo marchar, de este complicado y vacío mundo, siguiendo la estrella de la fe que envueltos en un artificio de confusión y desencanto.
Qué razón y qué gran enseñanza nos traen las leyendas que están cinceladas en la piedra de muchos relojes de sol en nuestra tierra: “Yo sin sol y tú sin fe, no somos nada”. El reloj sabe que, sin el haz luminoso del astro mayor, no sirve para nada. El hombre, sin la luz de la fe, vive, camina, sube, baja, piensa pero acaba sumido en una gran realidad: ¿sirvieron sus horas para algo y para alguien? ¿De qué sirve el reloj de mi vida si no tengo resuelto la hora del mañana?
3. Hoy, a Dios, le damos gracias por la huella que nuestros antepasados han dejado en nosotros. Fueron escuela y pupitre en el cual nos sentamos para aprender grandes verdades. Una de ellas es, y que no nos falte, que morir es partir a una realidad superior. Que nuestro cuerpo es un traje que Dios nos coloca en el día de nuestro nacimiento pero que, ese mismo Dios, nos reviste de inmortalidad con un traje de fiesta que no vemos en el momento de nuestro Bautismo. Por ello mismo nos hemos reunido en esta celebración marcada por el reloj del Sol de Justicia y de Vida Eterna que es Jesús: “Sin mí no podéis hacer nada”. Que Él, Cristo, acoja como Buen Pastor a todos nuestros difuntos. A aquellos que intentaron y quisieron ser FIELES por encima de modas, altercados, persecuciones, burlas o difamaciones. Que el Señor, en este Día de Difuntos, nos haga mantener siempre viva la memoria de los que nos dieron la fe y la vida; de los que nos enseñaron a amar a la Iglesia y a estar en comunión con ella. Que el Señor conceda un descanso, bien merecido, a los que soñaron con un cielo grande, una paz definitiva y un abrazo impresionante con Dios.
Javier Leoz
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