El Amor con A mayúscula, no se equivoca

Este es un gran día en el que contemplamos un misterio, el de una mujer frágil, pequeña y pobre, que eres tú, que es toda mujer a la que se le ha dado el participar como protagonista en la obra de la creación de un nuevo ser, imagen y reflejo del mismo Dios. ¿Quién te ha constituido madre? ¿De qué privilegio gozas que has sido hecha singularísima cooperadora de la vida humana? ¿Qué dignísima nobleza oculta tu cuerpo y tu alma, que toda tu persona se ha transformado en un abrazo cálido a la vida desde el primer instante de su aparición? ¿Qué habrá visto Dios en ti, para que te haya dado esa gracia de ser mamá? Algo muy encantador deberás haber tenido para que Dios te haya concedido semejante privilegio. Algo muy noble y puro debe esconderse en las entrañas de tu ser, para que el Señor haya tenido el “atrevimiento” de confiarte esta misión de cocrear con Él.

¡No sé dónde está el inicio de este misterio incomprensible! Pensaré tal vez que, porque eres tan tierna y delicada, Dios te concedió el ser madre; que porque tu corazón rebosa pureza y amor, por eso puedes ser revestida de ese título glorioso; que porque eres todo paciencia, dulzura y perdón, has sido escogida para anidar a un nuevo ser en tus entrañas; que porque no se halló una capacidad de abnegación y sufrimiento como la tuya en ninguna parte, por eso te asoció el Dios Creador a su obra, porque eso eres, socia de Dios en la creación de tu hijo. En efecto, de qué otra manera se explica este misterio. Porque eres virtuosa, noble, prudente, fiel, detallista, porque sabes donarte sin límites, sin medida, sin esperar nada a cambio, con generoso silencio, con purísimo amor, por eso dijo Dios: ¡ésta es la que yo estaba necesitando!, ¡ésta es la escogida!, ¡sólo ésta puede ser madre!

¿O acaso será de otra manera? ¿O no es verdad que todo hijo tiene derecho a ser recibido en este mundo en un recinto sagrado lleno de ilimitado amor y ese recinto eres tú? ¿No es cierto, que aquél que Dios quiso que existiera necesita el alimento de un corazón así de grande y de maravilloso, y no menos? El Amor con A mayúscula, no se equivoca. Él sabe a quién escoge para llevar adelante su plan. Su gracia para tarea tan inmensa está garantizada. A ti te corresponde meditar como María Santísima, dentro de tu corazón, las cosas grandes que Él ha hecho en ti cuando te hizo madre y corresponder con la donación plena y perfecta.


Que eres madre, es un hecho, es una realidad. Que ser madre es un don maravilloso, inmerecido, extraordinario, es también una verdad indiscutible. Entonces la conclusión es que ser madre te obliga. Dios ha querido hacerse íntimo de ti, mujer, por medio del hijo que llevaste en tus entrañas y eso exige de ti una respuesta. Ya no puedes echarte para atrás, el don se ha derramado sobre ti de una manera absoluta, total, avasalladora.

No puedes cerrar los ojos, no puedes hacerte la loca quitándole importancia a lo sagrado de tu maternidad, no puedes desentenderte de la responsabilidad que implica ser madre, no puedes hacer trivial lo que es santo, no puedes, no debes ser indiferente frente a todo esto. Por eso, todos los días, una buena madre, sorprendida y confundida por tan gran regalo, debería entregarse a la labor de purificar su corazón, de limpiar su mente, de renovarse por dentro para hacerse digna del don que, por anticipado, Dios ya le entregó. Una mujer que tomara conciencia de lo que el Señor ha hecho con ella, al permitirle ser madre, debería matar dentro de sí toda semilla de mal, de rencor, de crítica, de calumnia, de malos pensamientos y deseos, de vanidad y de orgullo, porque todo eso desdice de su vocación de madre, porque ser madre es dar vida y todo eso trae la muerte no sólo para ella, sino también para su propio hijo y para la sociedad entera, porque ser madre es acoger, comprender y perdonar y esas malas semillas dentro del corazón separan, rompen y condenan; porque hablar de una mamá es hablar de ternura, de cariño que nada conviene con la palabra agria y desconsiderada que, con demasiada frecuencia, sale de nuestra boca; y porque ser madre es tener aguante, es no decaer, es soportar sin límites, lo cual está peleado a muerte con un corazón que sólo se ocupa de sí mismo en mil vanidades. No traiciones lo que ya eres. No ensucies la vocación que sin mérito propio se te dio. No destruyas el tesoro hermoso de tu corazón maternal.

El mundo de hoy ha dado culto a la belleza del cuerpo y con eso nos ha querido seducir, pero lo que el mundo necesita son mujeres que destaquen por la hermosura de su alma. No es lo más importante el cuerpo que porta la nueva vida, sino el corazón que la embellece y la santifica. El cordón umbilical se cortó a la hora de dar a luz, pero continuó fortaleciéndose el “cordón cordial”, aquél de trascendental importancia, que ha seguido alimentando el corazón del hijo y que jamás podrá nadie rasgar. Mujer sé lo que tienes que ser. No dejes que nada ni nadie te engañe con sofismas que te alejen de tu grandísima dignidad de madre.

Que María Santísima, la Madre del Amor Hermoso, la Madre purísima, te acompañe siempre en esta santa misión de ser madre y te alcance del fruto de sus entrañas, de su Hijo amadísimo Jesús, la gracia de seguir siendo, hasta el día de tu muerte portadora de amor y de vida.



Por: Jorge Enrique Mújica y Pedro Castañera | Fuente: Catholic.net 
 

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