Liturgia - Lecturas del día

 




 

Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo

a los cristianos de Tesalónica

3, 6-10. 16-18

 

Les ordenamos, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que se aparten de todo hermano que lleve una vida ociosa, contrariamente a la enseñanza que recibieron de nosotros. Porque ustedes ya saben cómo deben seguir nuestro ejemplo. Cuando estábamos entre ustedes, no vivíamos como holgazanes y nadie nos regalaba el pan que comíamos. Al contrario, trabajábamos duramente, día y noche, hasta cansamos, con tal de no ser una carga para ninguno de ustedes. Aunque teníamos el derecho de proceder de otra manera, queríamos darles un ejemplo para imitar.

En aquella ocasión les impusimos esta regla: el que no quiera trabajar, que no coma.

Que el Señor de la paz les conceda la paz, siempre y en toda forma. El Señor esté con todos ustedes.

El saludo es de mi puño y letra. Ésta es la señal característica de todas mis cartas: así escribo yo, Pablo.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos ustedes.

 

Palabra de Dios.




En todas partes puede haber perezosos. No será porque crean que está próximo el final. Pero siempre hay motivos, más o menos confesables, que a algunos les hace inhibirse del trabajo comunitario: se aprovechan de la buena voluntad y viven a costa de los demás. Y, como en Tesalónica, luego se meten en todo y siembran desorden en la comunidad, porque no hay nada como el ocio para tener tiempo para la murmuración y trastornarlo todo. La llamada al orden de Pablo nos alcanza a todos, para que no seamos remisos en aportar nuestra parte al trabajo común. En el aspecto humano, contribuyendo al mantenimiento de la familia o de la comunidad. Y también en cuanto a la tarea evangelizadora. El ejemplo de Pablo sigue al del mismo Jesús, trabajador también, hijo de trabajadores, que nos recomendó hacer fructificar los talentos que cada uno haya recibido de Dios, y a no estar mano sobre mano, enterrando los dones bajo tierra para que no se pierdan.


 

 

SALMO RESPONSORIAL                    127, 1-2. 4-5

 

R.    ¡Feliz el que teme al Señor!

 

¡Feliz el que teme al Señor

y sigue sus caminos!

Comerás del fruto de tu trabajo,

serás feliz y todo te irá bien. R.

 

¡Así será bendecido el hombre que teme al Señor!

¡Que el Señor te bendiga desde Sión

todos los días de tu vida:

que contemples la paz de Jerusalén! R.

 

 

 



    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

23, 27-32

 

Jesús habló diciendo:

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados:, hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad.

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los justos, diciendo: «Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas»! De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmen entonces la medida de sus padres!

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión


 Exterioridades y apariencias. ¿De qué sirven nuestras apariencias si en el interior estamos cargados de maldad y de podredumbre? Antes que nada hemos de unir nuestra vida a Dios; hemos de ser fieles a la Alianza pactada con Él desde el día en que fuimos bautizados, en que Dios nos aceptó como hijos suyos por nuestra unión a Cristo Jesús, su Hijo; y en que, razón de esa misma unión, nosotros aceptamos el compromiso de vivir como hijos de Dios. Hijos fieles que viven y caminan en el amor a Dios y al prójimo. Sólo a partir de entonces no nos quedaremos en una fe confesada de labios para afuera. La lealtad de nuestra fe abrirá nuestro ser para que no sólo habite en él el Señor, sino para que su Palabra tome carne en nuestra propia vida. No seamos como sepulcros blanqueados, hermosos por fuera pero llenos de carroña y podredumbre por dentro; no nos conformemos con construir mausoleos a los santos, y templos, tal vez joyas arquitectónicas, en honor del Señor. Entreguémosle, más bien, nuestra vida para que desde ella el Señor continúe realizando su obra de amor y de salvación en el mundo.


            “Señor, ayúdanos a reconocer nuestra hipocresía
             a descubrir la verdad de nosotros mismos.
             Perdónanos y cúranos.”

Comentarios