Liturgia - Lecturas del día

 


Lectura de la carta del Apóstol san Pablo

a los cristianos de Éfeso

1, 1-10

 

Pablo, Apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, saluda a los santos que creen en Cristo Jesús. Llegue a ustedes la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo,

que nos ha bendecido en Cristo

con toda clase de bienes espirituales en el cielo,

y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo,

para que fuéramos santos

e irreprochables en su presencia, por el amor.

 

Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos

por medio de Jesucristo,

conforme al beneplácito de su voluntad,

para alabanza de la gloria de su gracia,

que nos dio en su Hijo muy querido.

 

En Él hemos sido redimidos por su sangre

y hemos recibido el perdón de los pecados,

según la riqueza de su gracia,

que Dios derramó sobre nosotros,

dándonos toda sabiduría y entendimiento.

 

Él nos hizo conocer el misterio de su voluntad,

conforme al designio misericordioso

que estableció de antemano en Cristo,

para que se cumpliera en la plenitud de los tiempos:

reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra,

bajo una sola Cabeza, que es Cristo.

 

Palabra de Dios.



Pablo escribe hacia el año 62, desde Roma, donde está cautivo. La carta es amable y llena de intención teológica. Les presenta cuál es el plan salvador de Dios Padre y sobre todo la riqueza del misterio de Cristo y de la Iglesia, su comunidad. El comienzo es un himno entusiasta al plan salvador de Dios: una gran bendición tanto en sentido ascendente como descendente. Bendecimos a Dios, porque él nos ha bendecido antes con toda clase de bendiciones, en Cristo Jesús. Todo es iniciativa de Dios, que nos ha predestinado desde la eternidad a ser sus hijos, a ser salvados por Cristo. Todo eso, sucede siempre "en Cristo", porque estamos unidos a su Hijo Jesús, en quien Dios piensa "reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra".



 

 

SALMO RESPONSORIAL                                              97, 1-6

 

R.    ¡El Señor manifestó su victoria!

 

Canten al Señor un canto nuevo,

porque Él hizo maravillas:

su mano derecha y su santo brazo

le obtuvieron la victoria. R.

 

El Señor manifestó su victoria,

reveló su justicia a los ojos de las naciones:

se acordó de su amor y su fidelidad

en favor del pueblo de Israel. R.

 

Los confines de la tierra han contemplado

el triunfo de nuestro Dios.

Aclame al Señor toda la tierra,

prorrumpan en cantos jubilosos. R.

 

Canten al Señor con el arpa

y al son de instrumentos musicales;

con clarines y sonidos de trompeta

aclamen al Señor, que es Rey. R.

 

 

 


    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

11, 47-54

 

Jesús dijo a los fariseos y a los doctores de la Ley: «¡Ay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus mismos padres han matado! Así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos los mataron y ustedes les construyen sepulcros.

Por eso la Sabiduría de Dios ha dicho: "Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán y perseguirán a muchos de ellos". Así se pedirá cuenta a esta generación de la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del mundo: desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el altar y el santuario. Sí, les aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de todo esto.

¡Ay de ustedes, doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden».

Cuando Jesús salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo, exigiéndole respuesta sobre muchas cosas y tendiéndole trampas para sorprenderlo en alguna afirmación.

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión


Los profetas antes de Cristo; Cristo mismo y los nuevos profetas y testigos de Dios son frecuentemente perseguidos, calumniados, despreciados, asesinados. Sólo al paso del tiempo se les reconoce su santidad, que sí venían de Dios. Y entonces se les reconoce como Santos, se leen con avidez sus escritos, se adornan sus tumbas, se levantan templos en su honor y se les nombre patronos y ejemplo para una comunidad cuyos padres fueron los asesinos de esos enviados de Dios. No es fácil decidirse a convertirse en testigos del amor de Dios en el mundo, un mundo que vive muchas veces al margen de la verdad y del bien, y que se siente afectado en sus intereses pecaminosos, que no quiere dejar, y que se hace contestatario ante los enviados de Dios, persiguiéndolos hasta la muerte, para evitar que se despierte el grito de su conciencia que le reclame su falta de amor y de un auténtico compromiso de fe. Así ni ellos aceptan la salvación que Dios nos ofrece, ni dejan que otros la acepten, y más bien los unen a su causa de rechazo, de persecución y de muerte de los Testigos del Reino. Sin embargo, a pesar de todo esto, el Señor nos dice: ¡Ánimo!, no tengan miedo, yo he vencido al mundo.

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