Liturgia - Lecturas del día

 




 

Lectura del libro del Génesis

49, 1-2. 8-10

 

Jacob llamó a sus hijos y les habló en estos términos:

Reúnanse, para que yo les anuncie lo que les va a suceder en el futuro:

Reúnanse y escuchen, hijos de Jacob,

oigan a Israel, su padre.

A ti, Judá, te alabarán tus hermanos,

tomarás a tus enemigos por la nuca

y los hijos de tu padre se postrarán ante ti.

Judá es un cachorro de león.

-¡Has vuelto de la matanza, hijo mío!- .

Se recuesta, se tiende como un león, como una leona:

¿quién lo hará levantar? ¡El cetro no se apartará de Judá

ni el bastón de mando de entre sus piernas,

hasta que llegue Aquél a quien le pertenece

y a quien los pueblos deben obediencia.

 

Palabra de Dios.



La profecía, es misteriosa, exalta la superioridad de Judá sobre sus hermanos por su fuerza real, similar a la de un león. Y por el «cetro» y el «bastón de mando» que ejercitará sobre las tribus de Israel y sobre todos sus enemigos. Alude a la monarquía davídica, en la que reside el cetro del Ungido del Señor, que llevará la salvación ansiada cuando el verdadero rey anunciado, a quien pertenecen el poder y el reino, domine sobre todos los pueblos. Este rey ideal y definitivo aparecerá en la figura del Mesías, del que dice el Apocalipsis: «Ha vencido el león de la tribu de Judá» (Ap 5,5). Él es el único poseedor del cetro de Dios, cuyo reino no es de dominio y poder, sino de servicio y amor para con todos los pueblos, que le rendirán filial obediencia.



 

 

SALMO RESPONSORIAL                                           71, 1-4ab. 7-8. 17

 

R.    ¡Que en sus días florezca la justicia!

 

Concede, Señor, tu justicia al rey

y tu rectitud al descendiente de, reyes,

para que gobierne a tu pueblo con justicia

y a tus pobres con rectitud. R.

 

Que las montañas traigan al pueblo la paz,

y las colinas, la justicia;

que Él defienda a los humildes del pueblo,

socorra a los hijos de los pobres. R.

 

Que en sus días florezca la justicia

y abunde la paz, mientras dure la luna;

que domine de un mar hasta el otro,

y desde el Río hasta los confines de la tierra. R.

 

Que perdure su nombre para siempre

y su linaje permanezca como el sol;

que Él sea la bendición de todos los pueblos

y todas las naciones lo proclamen feliz. R.

 

 

 



    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

1, 1-17

 

Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham:

Abraham fue padre de Isaac;

Isaac, padre de Jacob;

Jacob, padre de Judá y de sus hermanos.

Judá fue padre de Fares y de Zará,

y la madre de éstos fue Tamar.

Fares fue padre de Esrón;

Esrón padre de Arám;

Arám, padre de Aminadab;

Aminadab, padre de Naasón; Naasón, padre de Salmón.

Salmón fue padre de Booz, y la madre de este fue Rahab.

Booz fue padre de Obed, y la madre de éste fue Rut.

Obed fue padre de Jesé;

Jesé, padre del rey David.

David fue padre de Salomón, y la madre de éste fue la que

había sido mujer de Urías.

Salomón fue padre de Roboám;

Roboám, padre de Abías;

Abías, padre de Asá;

Asá, padre de J osafat;

Josafat, padre de Jorám;

Jorám, padre de Olías.

Olías fue padre de Joatám;

Joatám, padre de Acaz;

Acaz, padre de Ezequías;

Ezequías, padre de Manasés.

Manasés fue padre de Amón;

Amón, padre de Josías;

Josías, padre de Jeconías y de sus hermanos,

durante el destierro en Babilonia.

 

Después del destierro en Babilonia:

Jeconías fue padre de Salatiel;

Salatiel, padre de Zorobabel;

Zorobabel, padre de Abiud;

Abiud, padre de Eliacím;

Eliacím, padre de Azor.

Azor fue padre de Sadoc;

Sadoc, padre de Aquím;

Aquím, padre de Eliud;

Eliud, padre de Eleazar;

Eleazar, padre de Matán;

Matán, padre de Jacob.

Jacob fue padre de José, el esposo de María,

de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo.

 

El total de las generaciones es, por lo tanto: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta el destierro en Babilonia, catorce generaciones; desde el destierro en Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.

 

Palabra del Señor.

 


Reflexión


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, me amas como no tengo una idea. Lo «peor» de todo es que esto no lo comprenderé jamás teóricamente, sino «experiencial mente». ¿Qué puedo hacer entonces? Justo eso: pedirte la experiencia de tu amor. ¡Quiero renovarla de verdad! En tus manos pongo esta intención y mi oración. Amén.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Hay instante más bello, que aquél en que se espera algo bueno? Cuántas veces, ante un proyecto que nos ilusiona, esperamos con una emoción y espera que no desesperan. Como si nos tocase disfrutar de lo esperado aun sin tenerlo. La espera de un día especial, de un aniversario, de un cumpleaños, de la llegada de un familiar, de una persona querida, de un hijo, de un bebé que viene al mundo.

Siempre están presentes las expectativas, y a veces no nos dejan dormir. Tenemos temores, miedos de verdad justificados –otros no. Pero desde luego que nos ilusiona, pese a todo pesar. Y ante los miedos, o se decide sucumbir o se decide confiar.

Creo que un poco sucedió así contigo, Madre mía. ¡Quisiera ponerme en tu lugar! ¡Tanto misterio en tan esperada espera!, en donde la voz de Dios era tan tenue, y tenías que agudizar tanto el oído. Y, al mismo, tiempo confiabas en Dios. Sí, tenías tantas preguntas y miedos, ¡pero confiabas en Dios!, y eso te «solucionó» todo. Nada cambia al exterior para e quien en Dios confía, pero en el interior ocurre un milagro: el corazón se torna como el de Cristo mismo.

Con esa actitud, desde lo más profundo de tu ser, Madre mía, ante la espera, quiero detenerme frente a todas mis esperas, sobre todo frente a la de prepararme para recibirte, Jesús.

«El profeta Isaías describe la figura del Siervo de Yahveh y su misión de salvación. Se trata de un personaje que no ostenta una genealogía ilustre, es despreciado, evitado de todos, acostumbrado al sufrimiento. Uno del que no se conocen empresas grandiosas, ni célebres discursos, pero que cumple el plan de Dios con su presencia humilde y silenciosa y con su propio sufrimiento. Su misión, en efecto, se realiza con el sufrimiento, que le ayuda a comprender a los que sufren, a llevar el peso de las culpas de los demás y a expiarlas. La marginación y el sufrimiento del Siervo del Señor hasta la muerte, es tan fecundo que llega a rescatar y salvar a las muchedumbres. Jesús es el Siervo del Señor».
(Homilía de S.S. Francisco, 18 de octubre de 2015).

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