Lecturas de hoy / Martes de la cuarta semana de Cuaresma

 




Lectura de la profecía de Ezequiel

 

40, 1-3; 47, 1-9. 12

 

La mano del Señor descendió sobre mí y me llevó a la tierra de Israel. Allí vi a un hombre que por su aspecto parecía de bronce. El hombre me llevó a la entrada de la Casa del Señor y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del altar. Luego me sacó por el camino de la puerta septentrional, y me hizo dar la vuelta por un camino exterior, hasta la puerta exterior que miraba hacia el oriente. Allí vi que el agua fluía por el costado derecho.

Cuando el hombre salió hacia el este, tenía una cuerda en la mano. Midió quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a las rodillas. Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a la cintura. Luego midió otros quinientos metros, y ya era un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido: era un agua donde había que nadar, un torrente intransitable.

El hombre me dijo: «¿Has visto, hijo de hombre?», y me hizo volver a la orilla del torrente. Al volver, vi que, a la orilla del torrente, de uno y otro lado, había una inmensa arboleda.

Entonces me dijo: «Estas aguas fluyen hacia el sector oriental, bajan hasta la estepa y van a desembocar en el Mar. Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas. Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque, cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas partes adonde llegue el torrente.

Al borde del torrente, sobre sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán sus frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos, porque el agua sale del Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de remedio».

 

Palabra de Dios.

 


El agua ha sido siempre presagio y signo palpable de algo «nuevo». La vida que brotará del templo reconstruido y reconsagrado –lo mismo que todo el ambiente de su liturgia restaurada– será como un río rebosante de dones que inundará la tierra. Esta agua producirá árboles, hierbas y frutos que serán para los hombres comida y medicina. El brillante futuro que espera al pueblo elegido tiene sus raíces en la «renovación espiritual», de la cual el templo y el culto serán fuente inagotable, como nostálgico recuerdo del paraíso terrenal.


SALMO RESPONSORIAL                                     45, 2-3. 5-6. 8-9

 

R.    ¡El Señor está con nosotros!

 

El Señor es nuestro refugio y fortaleza,

una ayuda siempre pronta en los peligros.

Por eso no tememos, aunque la tierra se conmueva

y las montañas se desplomen hasta el fondo del mar. R.

 

Los canales del Río alegran la Ciudad de Dios,

la más santa Morada del Altísimo.

El Señor está en medio de ella: nunca vacilará;

Él la socorrerá al despuntar la aurora. R.

 

El Señor de los ejércitos está con nosotros,

nuestro baluarte es el Dios de Jacob.

Vengan a contemplar las obras del Señor,

Él hace cosas admirables en la tierra. R.

 

 

 


 

 Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Juan

 

5, 1-3a. 5-18

 

Se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.

Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo "Betsata", que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, lisiados y paralíticos.

Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres sanarte?».

Él respondió: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes».

Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y camina».

En seguida el hombre se sanó, tomó su camilla y empezó a caminar.

Era un sábado, y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser sanado: «Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla».

Él les respondió: «El que me sanó me dijo: "Toma tu camilla y camina"». Ellos le preguntaron: «¿Quién es ese hombre que te dijo: "Toma tu camilla y camina"».

Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí.

Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: «Has sido sanado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía».

El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había sanado. Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.

Él les respondió: «Mi Padre trabaja siempre, y Yo también trabajo». Pero para los judíos ésta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre.

 

Palabra del Señor.



¿Quieres quedar sano?

Lo que contemplamos como profecía en el Antiguo Testamento, Jesús lo realiza a lo largo de su vida pública.  Entre otros testimonios, en el evangelio de hoy,  Juan nos presenta el encuentro de Jesús con un hombre que llevaba muchos años postrado, enfermo,  al que se   acerca  y directamente  le pregunta “¿quieres quedar sano?”; con sorpresa nos llaman la atención dos cosas, primero que Jesús, a diferencia de  otras curaciones que realiza, no le pide tener fe en Él previamente, y segundo, que esta persona no le responde afirmativamente, sino que le expone excusas y motivos por los que no aspira a ser curado; es como si ya se hubiera acostumbrado y aceptara su estado de postración y enfermedad. Jesús lo escucha como desea escucharnos a nosotros y quiere que le expongamos, que le expresemos nuestras necesidades, nuestras enfermedades y dolencias, nuestras tristezas y angustias, lo que nos ata e impide levantarnos y avanzar en el camino del bien, de la entrega, de la caridad, de la confianza, de la fidelidad a los compromisos adquiridos…. Él desea que con sinceridad y sencillez le manifestemos nuestra situación real, nuestros pecados, nuestras historias, nuestros fracasos y frustraciones, nuestras cobardías, perezas y limitaciones aun sabiendo que Él ya las conoce.

A la luz de esta Palabra de Dios, debemos preguntarnos, ¿dónde estoy yo postrado?, ¿cuál es mi camilla?, ¿a qué me aferro para no cambiar, para no salir de mi parálisis anímica, espiritual, de fe, de alegría, de esperanza, de amor, de ilusión? 

Jesús en esta cuaresma y a pesar de nuestra falta de fe nos dice: Levántate, toma tu camilla y echa a andar, reconoce   que el Señor del universo está con nosotros, que nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Dejemos actuar a la gracia de Dios en nuestras vidas, no le pongamos obstáculo, dejémonos tocar por ella. Jesús quiere y puede sanarnos y su acción es siempre gratuita, como lo fue toda su vida, muerte y resurrección.

InmaculadaSor Inmaculada Ocaña GutiérrezMonasterio Santo Domingo de Guzmán (Zaragoza)Enviar comentario al autor/a

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