Evangelio diario / Semana 31ª del tiempo Ordinario

 




 Evangelio según san Juan 2, 13-22

Estando cerca de la Pascua de los judíos, Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de novillos, ovejas y palomas, y a otros en sus puestos cambiando dinero. Entonces hizo un azote de cuerdas y los expulsó a todos del templo, lo mismo que los novillos y las ovejas, y tiró al suelo las monedas de los que cambiaban el dinero y les volcó las mesas. Y a los que vendían las palomas les dijo: “¡Quiten esto de aquí! ¡No sigan haciendo de la casa de mi Padre un mercado!”. Sus discípulos se acordaron de que está escrito: “El celo por tu casa me devorará”. Las autoridades judías se dirigieron a Jesús y le dijeron: “¿Qué pruebas nos das de que tienes derecho a hacer esto?”. Jesús les respondió: “Destruyan este santuario, y en tres días lo reconstruiré”.

Las autoridades judías le replicaron: “Cuarenta y seis años llevan restaurando este santuario, ¿y tú lo vas a reconstruir en tres días?”. Pero el santuario del que Él hablaba, era su cuerpo. Así pues, cuando Jesús resucitó de entre los muertos, sus discípulos cayeron en la cuenta de que a eso se refería y dieron fe a la Escritura y a las palabras que había dicho Jesús.

Palabra del Señor.



“ Destruyan  este templo, y en tres días lo levantaré 

En tiempo de Jesús, se había deteriorado el comportamiento de muchos judíos respecto al Templo de Jerusalén, convirtiéndolo en un auténtico mercado. Algo que a Jesús no les gustó, y quiere denunciarlo llegando incluso a expulsar a los vendedores y a sus animales. “Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”.

En la línea de lo que estamos comentando, San Pablo nos recuerda una sublime verdad para todos nosotros. Nos recuerda que también nosotros somos templos de Dios. El mismo Dios habita en nuestros corazones, lo que nos da la posibilidad de tener un diálogo continuo y cercano con Él. Podemos y debemos escucharle y hablarle.

También Jesús en este evangelio nos habla del templo de su cuerpo, donde con más propiedad habita Dios. Pero Jesús no se queda ahí. Abundando en su siempre amor hacia nosotros, se hizo nuestro alimento, se hizo pan y vino en la eucaristía para que su presencia, podemos decir, la notásemos mejor: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”.

Jesús es Templo de Dios, también nosotros somos templos de Dios… lo que se ha de notar en nuestra vida. Ojalá que los que traten con nosotros lleguen a descubrir, por la vida que llevamos, que Jesús habita en nosotros y es el que impulsa todo nuestro actuar.

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)

Comentarios