Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 3, 7-12
Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del
mar, y lo siguió mucha gente de Galilea. Al
enterarse de lo que hacía, también fue a su
encuentro una gran multitud de Judea, de
Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la
región de Tiro y Sidón. Entonces mandó a sus
discípulos que le prepararan una barca, para que
la muchedumbre no lo apretujara.
Porque, como sanaba a muchos todos los que
padecían algún mal se arrojaban sobre Él para
tocarlo. Y los espíritus impuros, apenas lo veían,
se tiraban a sus pies, gritando: «¡Tú eres el Hijo
de Dios!» Pero Jesús les ordenaba terminantemente
que no lo pusieran de manifiesto.
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir,
Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
La gente seguía a Jesús. Tenían hambre, hambre de
esperanza, hambre de alegría, hambre de amor, hambre de verdad... hambre de
Dios, en definitiva. Dejan sus quehaceres, sus casas y se van a escuchar a
Jesús.
¿Tengo hambre de Jesús? ¿qué hago por
seguirle, por escucharle? ¿qué estoy dispuesto a dejar
por estar con Él? ¿qué te dice Dios? ¿qué le dices?
Hoy las personas también tienen hambre de Dios, también las que
tienen espíritus inmundos. Cualquier corazón necesita ser amado y amar, espera
buenas noticias, mendiga esperanza, busca una razón para vivir. Y los
cristianos hemos de estar dispuestos a saciar ese
hambre, esa sed con nuestra experiencia de fe, con la Palabra de Dios, con
nuestra vida.
"Señor, ayúdanos a descubrir las
necesidades profundas de las personas"
"Haznos generosos para compartir el regalo
de la fe"
"Que nuestra vida sea transparencia de tu
amor"
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