Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 3, 1-6

El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías:
«Una voz grita en el desierto:
Preparen el camino del Señor,
allanen sus senderos.
Los valles serán rellenados,
las montañas y las colinas serán aplanadas.
Serán enderezados los senderos sinuosos
y nivelados los caminos desparejos.
Entonces, todos los hombres
verán la Salvación de Dios».
Palabra del Señor.

¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 

A. En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea... vino la palabra de Dios. En el año 2003 de la era cristiana, cuando estamos a punto de celebrar la Navidad... viene la Palabra de Dios. La Palabra de Dios no nos cuenta hechos del pasado. La Palabra de Dios se hace realidad en cada circunstancia concreta.
     "Señor, ayúdanos a escuchar tu Palabra"
     "¿Qué me quieres decir en este momento concreto de mi vida?"

B. Vino la palabra de Dios a Juan en el desierto. No es casualidad que Juan escuche la Palabra de Dios en el desierto. El desierto es el lugar del silencio. Para escuchar la voz de Dios no es necesario hacerse ermitaño ni irse al desierto. Pero hace falta dejar por un momento el ruido, las cosas y las personas; hay que serenarse y escuchar.
     "Señor, concédeme amar el silencio"
     "Dame Señor silencio para escucharte en el ruido de mi vida"
     "Perdona Jesús mi falta de interioridad, de escucha"

C. Preparad el camino del Señor. Juan no es el Señor, nosotros tampoco somos el Señor. Pero preparamos su llegada. Nuestra vida, como la de Juan, ha de ayudar a otros a encontrarse con el Señor, para que todos disfruten de la salvación de Dios, del amor de Dios.
     "Perdona Señor porque a veces creo que yo soy el Salvador"
     "Dame fuerza para elevar los valles del amor y la fe"
     "Concédenos rebajar las colinas de la desilusión y la injusticia"

Una vez más me invitas
a preparar los caminos, los nuevos y los de siempre,
por donde Tú vienes trayendo buenas noticias.
Gracias, Señor.

Porque cuentas conmigo
para allanar colinas y valles
y para desterrar mentiras y opresiones...
Gracias, Señor.

Porque te pones en la senda
por la que yo voy caminando
para que te encuentre...
Gracias, Señor.

Porque entras en mi casa
y quieres hacer de ella una morada nueva
para todos los que caminan y se acercan...
Gracias, Señor.

Porque puedo proclamar,
después de haber sentido y vivido tu toque de gracia,
que el bautismo con Espíritu Santo nos recrea.
Gracias, Señor.

Una vez más me invitas
a adentrarme en el desierto para hacerme persona nueva
acogiendo a tus mensajeros y tu evangelio.
Gracias, Señor.

Tú me has encontrado,
y ese toque tan tuyo me está transformando.
La vida ya germina dentro de mí.
Gracias, Señor.

Florentino Ulibarri

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Adviento
es una multitud de caminos
de búsqueda y esperanza
para recorrerlos a ritmo ligero
siguiendo las huellas
de Abraham, nuestro padre en la fe,
de Jacob, enamorado, astuto y tenaz,
de Moisés, conocedor de desiertos y guía de tu pueblo,
de Isaías, profeta y cantor de un mundo nuevo,
de Jeremías, sensible a los signos de los tiempos,
de Juan Bautista, el precusor humilde y consciente,
de José, el enraizado y con la vida alterada,
de María, creyente y embarazada,
y con los ojos fijos en quien va a nacer
en cualquier lugar y circunstancia.

Adviento,
en nuestra vida e historia,
siempre es una aventura osada
que acontece en cualquier plaza,
calle y encrucijada,
o en el interior de nuestra casa,
o en nuestras propias entrañas.

Adviento
es tiempo y ocasión propicia
para preparar el camino:
igualar lo escabroso,
enderezar lo torcido,
rebajar lo pretencioso,
aventar el orgullo,
rellenar los agujeros negros,
despejar el horizonte,
señalar las fuentes de agua fresca,
no crear nieblas ni tormentas
sembrar verdad, justicia y amor
y tener el corazón con las puertas abiertas.

Te agradecemos, Señor,
la reiterada presencia del Adviento
en nuestra vida e historia.

En él, gracias a tu Espíritu y Palabra,
y a nuestra humilde acogida,
despunta una nueva aurora.

Florentino Ulibarri.

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