Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 14, 1. 7-11
«Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer
lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más
importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga
que decirte: "Déjale el sitio", y asÍ, lleno de vergüenza, tengas que
ponerte en el último lugar.
Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de
manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: "Amigo, acércate
más", y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el
que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
“…Para
que, cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la
cabecera’”. En esta frase se encuentra condensado todo el sentido del
Evangelio de hoy. Cristo quiere decirnos que el honor más grande en la
vida cristiana no consiste en un puesto. Él mismo es el mayor honor que
podemos tener en la vida.
El
Señor nos ha invitado a un banquete de bodas, y lo propio de una
invitación es ser gratuita. Sólo los novios tienen el “derecho” de la
fiesta, todos los demás participan porque han pensado en ellos. La
invitación se recibe por razón de un amor o una amistad particular, sin
fijarse en méritos. Dios nos ha invitado a las bodas de su Hijo, y ya
eso es honor suficiente para cada bautizado. ¡Si pensáramos qué dignidad
ser invitados especiales de Dios!
Conforme
hemos crecido en la vida cristiana, Dios ha pasado por cada una de las
mesas y a cada uno nos dice las mismas palabras: “Amigo, acércate a la cabecera”.
Nos llama amigos, ¡sus amigos íntimos!, y nos da un honor aún más
grande: acercarnos a la cabecera. De nuevo, no se trata de un puesto,
sino de estar cerca de Él. Y aquí termina la parábola; la realidad es
mucho más maravillosa porque Cristo nos invita a la cabecera en cada
comunión, y ya no es Él solo el novio de las bodas. Se convierte en
nuestro alimento, nos da el lugar principal, porque quiere que cada
cristiano participe de la misma alegría que Él siente. Y quiere que la
experimentemos desde dentro, en el fondo de nuestro corazón.
“El
que se humilla, será engrandecido”. Aquí es donde la humildad brilla
con mayor claridad aún. Al inicio de la misa reconocemos nuestro pecado y
pedimos perdón por ofender a un Dios que nos ha dado tanta dignidad.
¡Cuánto nos ha engrandecido el Señor, sabiendo que como hombres
pecadores éramos los últimos, los más indignos de su predilección!
Cuánta gratitud y humildad debe surgir en nuestra alma cada vez que nos
acercamos al Banquete del Señor.
“Con
esta recomendación, Jesús no pretende dar normas de comportamiento
social, sino una lección sobre el valor de la humildad. La historia
enseña que el orgullo, el arribismo, la vanidad y la ostentación son la
causa de muchos males. Y Jesús nos hace entender la necesidad de elegir
el último lugar, es decir, de buscar la pequeñez y pasar desapercibidos:
la humildad. Cuando nos ponemos ante Dios en esta dimensión de
humildad, Dios nos exalta, se inclina hacia nosotros para elevarnos
hacia Él”.
(Homilía de S.S. Francisco, 28 de agosto de 2016).
(Homilía de S.S. Francisco, 28 de agosto de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte
uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si
crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a
continuación.
Voy
a preparar mi alma para la misa del domingo. Si veo que no estoy en
buena condición espiritual, buscaré la confesión, o bien, dedicaré un
rato especial de oración, hoy, para ser consciente del don de la
Eucaristía.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Amén.
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