Los hijos y la antorcha



¿Hay un período mágico cuando los hijos
se hacen responsables por sus propias acciones?

¿Hay un momento maravilloso, cuando los padres
nos convertimos sólo en espectadores, en la vida
de nuestros hijos, nos alzamos de hombros y decimos:
“Es la vida de ellos” sin sentir nada?

Cuando contaba con 20 años, estaba en el pasillo
de un hospital esperando a que los doctores pusieran
unos puntos en la cabeza de mi hijo y pregunté:
“¿Cuándo pararé de preocuparme?”
La enfermera dijo:
¡Cuando salgan de la etapa de accidentes!
Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.

Cuando contaba con 30 años, me senté en una pequeña
silla en la clase y escuchaba como uno de mis hijos
hablaba incesantemente interrumpiendo la clase
y moviéndose continuamente.
Casi como que me hubiera leído la mente,
la maestra me dijo:
“No se preocupe, todos ellos pasan por esta etapa
y luego usted, podrá sentarse tranquila…
…relajarse y disfrutarlos”.
Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.

Cuando contaba con 40 años, me pasaba la vida
esperando que el teléfono sonara…
que los autos llegaran a casa…
que la puerta de la casa se abriera.
Una amiga me dijo:
“¡No te preocupes, en unos años vas a poder
dejar de preocuparte. Ellos ya serán adultos!”
Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.

Ya en mis 50 años, estaba cansada
y harta de ser vulnerable.
Todavía me estaba preocupando por mis hijos,
pero también ya se notaba una arruga nueva
en mi frente, aunque no podía hacer
nada acerca de ello…
Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.

Yo continué angustiándome con sus fracasos,
apenándome por sus tristezas y absorbida
en sus decepciones. Mis amigos me decían
que cuando mis hijos se casaran yo iba a poder
dejar de preocuparme y llevar mi propia vida.
Yo quería creerles, pero me asaltaba el recuerdo
de la cálida sonrisa de mi mamá y su ocasional:
“Luces pálida hija, ¿estás bien? ¿Estás deprimida por algo?"

¿Puede ser que los padres estemos sentenciados
a una vida de  preocupaciones?
¿Es que la preocupación por nuestros hijos
se entrega como una antorcha de unos a otros,
para que arda en el camino de las fragilidades
humanas y el miedo a lo desconocido?
¿Es la preocupación una maldición, o es una virtud
que nos eleva a lo más alto de la vida humana?

Un día uno de mis hijos, se irritó conmigo. Me dijo:
“¿Dónde estabas? ¡Desde ayer que te estoy llamando
y nadie me respondía! ¡Estaba muy preocupado…!”
Y yo solo me sonreí y no dije nada.
¡La antorcha había sido entregada!

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