Los cinco minutos del Espíritu Santo
La oración es un diálogo; pero para poder orar es indispensable que yo descubra que estoy con alguien que me conoce, que me escucha, que capta todo lo que siento y todo lo que digo, y lo entiende perfectamente. Por eso tengo que recordar que el Espíritu Santo no es una energía que me sana o que me hace bien. Es mucho más que eso, porque es Alguien, capaz de conocer y de amar perfectamente. Él me llama por mi nombre, me reconoce perfectamente, porque él es Dios, y tiene una inteligencia infinita, una capacidad de captar todo a la perfección, sin que nada pueda escapar a su atención. Por eso no hay cosa que yo pueda ocultarle, ni sentimientos, ni planes que sean secretos para él, como dice el Salmo: “Señor, tú me penetras y me conoces… Cuando la palabra todavía no llegó a mi lengua tú ya la conoces entera…Y si le pido a las tinieblas que me cubran, y a la noche que me rodee, para ti ninguna sombra es oscura y la noche es tan clara como el día" (Sal. 139, 1.4.11-12). No podemos pedirle al Espíritu Santo que no nos conozca, que no penetre nuestros pensamientos, no podemos apartarlo para que él ignore algo, no podemos esconderle ni siquiera aquello que nos escondemos permanentemente a nosotros mismos. Por eso, cuando vamos a contarle algo, él sabe perfectamente de qué estamos hablando, no debemos tener temor de que no nos entienda, ni tenemos que esforzarnos para encontrar las palabras justas cuando queremos explicarle algo. Basta que lo digamos, porque él lo conoce mejor que nosotros. 📚 Autor: Mons. Víctor Manuel Fernández. ® Editorial Claretiana. |
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