Evangelio de hoy / Jueves 21 de Agosto

 



Evangelio según san Mateo 22, 1-14

En aquel tiempo, Jesús volvió a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: “El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados: ‘Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Vengan a la boda’. Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron.

El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: ‘La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Vayan ahora a los cruces de los caminos y a todos los que se encuentren, llámenlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”. El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los servidores: “Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos”.

Palabra del Señor.


“Mi banquete está preparado”


Jesús nos habla del Reino de los Cielos con la imagen de un rey que prepara un banquete de bodas para su hijo. La mesa está lista, todo dispuesto para celebrar, pero los invitados se niegan a participar. Algunos se excusan con sus asuntos, otros incluso rechazan con violencia la invitación. Ante esa negativa, el rey manda llamar a todos, buenos y malos, para que su sala de fiesta se llene de comensales.

Esta parábola nos revela dos verdades muy importantes:

  1. Dios nos invita gratuitamente a su banquete. El banquete es imagen de la salvación, de la comunión eterna con Él. Nadie tiene que comprar la entrada: es pura gracia. Lo único necesario es aceptar la invitación y acudir con un corazón abierto.

  2. No basta con decir “sí”: hay que revestirse del traje de fiesta. El vestido simboliza la vida nueva en Cristo: vivir según el Evangelio, revestidos de amor, justicia y misericordia. No se trata solo de “estar dentro” de la Iglesia, sino de vivir con coherencia nuestra fe.

El gran riesgo de nuestra vida cristiana es estar demasiado ocupados en “nuestros campos y negocios” (como los primeros invitados), y rechazar así la alegría que Dios nos ofrece. También podemos caer en el peligro de asistir “sin traje de boda”: decir “sí” con los labios pero no con la vida.

La buena noticia es que Dios no se cansa de invitarnos. Insiste, llama a todos, incluso a los que nadie esperaría ver en un banquete real. En su mesa hay lugar para todos, porque Él quiere que su alegría se comparta sin límites.

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