Evangelio diario / Martes 5 de Agosto

 




Evangelio según san Mateo 14, 22-36


Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar.

Los discípulos, viéndolo andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: “¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!”. Pedro le contestó: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua”. Él le dijo: “Ven”. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: “Señor, sálvame”. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?”.

En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: “Realmente eres Hijo de Dios”. Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le trajeron a todos los enfermos. Le pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban curados.

Palabra del Señor.


1. La Tormenta y la Oración

Jesús, después de un día intenso, se va a orar a la montaña. Mientras tanto, los discípulos están en la barca, luchando contra el viento y las olas. Esto es un reflejo de nuestras vidas: hay momentos de paz y momentos de tormenta. Hay días en los que todo va bien, y otros en los que nos sentimos solos, "batallando" contra las dificultades de la vida. A veces, parece que Jesús está lejos, en la montaña, mientras nosotros nos enfrentamos a la tempestad. Pero el evangelio nos recuerda que, incluso en esos momentos, Él está orando por nosotros.


2. El Miedo y la Duda

Cuando los discípulos ven a Jesús caminando sobre el agua, no lo reconocen. Piensan que es un fantasma y se llenan de miedo. A menudo, cuando la solución o la ayuda se presentan de una forma inesperada, no la reconocemos. Nos aferramos tanto a nuestra forma de ver las cosas que la ayuda de Dios, que puede venir de la manera más insólita, nos asusta. Pero la voz de Jesús es clara y tranquilizadora: "¡Ánimo, soy yo! No teman". Él siempre nos invita a dejar el miedo a un lado para reconocerlo.


3. La Fe que Camina y la Fe que se Hunde

Pedro, lleno de fe en ese momento, le dice a Jesús: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre el agua". Y Jesús le dice: "Ven". Con una fe inmensa, Pedro baja de la barca y empieza a caminar sobre el mar. ¡Qué imagen tan poderosa!

Pero, ¿Qué pasa? "Al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: '¡Señor, sálvame!'". Pedro dejó de mirar a Jesús y se centró en la tormenta. Eso es exactamente lo que nos pasa a nosotros. Mientras miramos a Jesús y confiamos en Él, podemos hacer cosas increíbles, podemos caminar sobre nuestras propias "tormentas". Pero en cuanto nos enfocamos en el problema, en el miedo, en la dificultad, en el ruido de las olas, empezamos a hundirnos.


Reflexión para Nuestra Vida

  • ¿Dónde tienes puesta tu mirada? En las tormentas de la vida (problemas en la familia, en el colegio, con los amigos, incertidumbres), ¿estás mirando a la dificultad o estás mirando a Jesús?

  • La mano de Jesús siempre está ahí: Cuando Pedro se hunde, Jesús lo toma de la mano. No lo regaña por su debilidad, aunque sí lo interpela por su "poca fe". Nos muestra que su mano está siempre lista para rescatarnos cuando fallamos, dudamos y nos hundimos. Su salvación es inmediata y misericordiosa.

  • El poder de Su presencia: El pasaje termina cuando Jesús sube a la barca y la tormenta se calma. Con Él a bordo, las tempestades de nuestra vida se apaciguan.

Esta historia es una invitación a confiar. A atrevernos a salir de nuestra "barca de seguridad" y caminar hacia Él, sabiendo que su presencia es la que calma toda tormenta. Y si nos hundimos, que no tengamos miedo de gritar: "¡Señor, sálvame!", porque su mano siempre estará ahí para levantarnos.

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