Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 13, 36-43
Dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus
discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña en
el campo».
Él les respondió: «El que siembra la buena semilla es
el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que
pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo
que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores
son los ángeles.
Así como se arranca la cizaña y se la quema en el
fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará
a sus ángeles, y éstos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que
hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y
rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino
de su Padre.
¡El que tenga oídos, que oiga!»
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
A los discípulos más cercanos les cuesta entender a
Jesús. Cuando se van a casa preguntan las dudas y Jesús les explica con
paciencia.
Es normal que también nosotros tengamos dudas a la
hora de entender algunas páginas del Evangelio y tenemos que buscar los medios
para poder aclararlas.
Jesús no mantiene con todos la misma relación. Predica
a la gente, a la multitud. Comparte momentos de más intimidad con sus
discípulos y ellos le preguntan en privado lo que no han entendido. Es más con
Juan, Pedro y Santiago mantiene una amistad especial.
No estamos a ser discípulos del montón. Nuestra
relación con Jesús ha de crecer cada día en profundidad.
¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
Jesús nos recuerda el efecto del pecado: la tristeza y la muerte (en esta
tierra y por toda la eternidad); y el destino de los que cumplen la voluntad de
Dios: la vida junto a Dios.
Es una llamada a la conversión para vivir más felices, más plenamente.
Señor, me impresiona la paciencia
que tienes conmigo y con todos tus hijos.
Cuando te acercas y yo me alejo,
Tú esperas y alientas mi regreso.
Cuando me enfado contigo y con los hermanos,
Tú esperas y sigues ofreciéndome tu mejor
sonrisa.
Cuando me hablas y no te contesto,
Tú esperas y sigues ofreciéndome tu palabra.
Cuando no me atrevo a elegir y a renunciar,
Tú esperas y sigues dándome luz y valor.
Cuando me cuesta servir y entregarme,
Tú esperas y das tu vida por mi, sin
reservarte nada.
Cuando soy egoísta y no doy buenos frutos,
Tú esperas, me riegas y me abonas.
Cuando me amas y yo no correspondo,
Tú esperas y multiplicas tus gestos de cariño.
En tu paciencia se esconden mis posibilidades
de mejorar, de crecer,
de ser yo mismo, de cumplir lo que Tú has
soñado para mí, de ser plenamente feliz.
Señor, que no me pase la vida sin aprovechar
las oportunidades que tu paciencia me brinda, para ser cada día menos cizaña y
más trigo.
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