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San Joaquín y Santa Ana
Un matrimonio santo
San Joaquín
Joaquín (Yahvé prepara) fue el padre de la Virgen María, madre de Dios.
Según San Pedro Damián, deberíamos tener por curiosidad censurable e
innecesaria el inquirir sobre cuestiones que los evangelistas no
tuvieron a bien relatar, y, en particular, acerca de los padres de la
Virgen.
Con todo, la tradición, basándose en testimonios antiquísimos y muy
tempranamente, saludó a los santos esposos Joaquín y Ana como padre y
madre de la Madre de Dios.
Ciertamente, esta tradición parece tener su fundamento último en el
llamado Protoevangelio de Santiago, en el Evangelio de la Natividad de
Santa María y el Pseudomateo o Libro de la Natividad de Santa María la
Virgen y de la infancia del Salvador; este origen es normal que
levantara sospechas bastante fundadas.
No debería olvidarse, sin embargo, que el carácter apócrifo de tales
escritos, es decir, su exclusión del canon y su falta de autenticidad no
conlleva el prescindir totalmente de sus aportaciones.
En efecto, a la par que hechos poco fiables y legendarios, estas obras
contienen datos históricos tomados de tradiciones o documentos
fidedignos; y aunque no es fácil separar el grano de la paja, sería poco
prudente y acrítico rechazar el conjunto indiscrimadamente.
Algunos comentaristas, que opinan que la genealogía aportada por San
Lucas es la de la Virgen, hallan la mención de Joaquín en Helí (Lucas,
3, 23; Eliachim, es decir, Jeho-achim), y explican que José se había
convertido a los ojos de la ley, a fuer de su matrimonio, en el hijo de
Joaquín. Que esa sea el propósito y la intención del evangelista es más
que dudoso, lo mismo que la identificación propuesta entre los dos
nombres Helí y Joaquín.
Tampoco se puede afirmar con certeza, a pesar de la autoridad de los
Bollandistas, que Joaquín fuera hijo de Helí y hermano de José; ni
tampoco, como en ocasiones se dice a partir de fuentes de muy dudoso
valor, que era propietario de innumerables cabezas de ganado y vastos
rebaños.
Más interesantes son las bellas líneas en las que el Evangelio de
Santiago describe, cómo, en su edad provecta, Joaquín y Ana hallaron
respuesta a sus oraciones en favor de tener descendencia.
Es tradición que los padres de Santa María, que aparentemente vivieron
primero en Galilea, se instalaron después en Jerusalén; donde nació y
creció Nuestra Señora; allí también murieron y fueron enterrados.
Una iglesia, conocida en distintas épocas como Santa María, Santa María
ubi nata est, Santa María in Probática, Sagrada Probática y Santa Ana
fue edificada en el siglo IV, posiblemente por Santa Elena, en el lugar
de la casa de San Joaquín y Santa Ana, y sus tumbas fueron allí
veneradas hasta finales del siglo IX, en que fue convertida en una
escuela musulmana.
La cripta que contenía en otro tiempo las sagradas tumbas fue
redescubierta en 1889. San Joaquín fue honrado muy pronto por los
griegos, que celebran su fiesta al día siguiente de la de la Natividad
de Ntra. Señora. Los latinos tardaron en incluirlo en su calendario,
donde le correspondió unas veces el 16 de septiembre y otras el 9 de
diciembre.
Asociado por Julio II [el de la capilla Sixtina] al 20 de marzo, la
solemnidad fue suprimida unos cinco años después, restaurada por
Gregorio XV (1622), fijada por Clemente XII (1738) en el domingo
posterior a la Asunción, y fue finalmente León XIII [el de la Rerum
Novarum] quien, el 1 de agosto de 1879, dignificó la fiesta de estos
esposos que se celebró por separado hasta la última reforma litúrgica.
Santa Ana
Ana (del hebreo Hannah, gracia) es el nombre que la tradición ha
señalado para la madre de la Virgen. Las fuentes son las mismas que en
el caso de San Joaquín. Aunque la versión más antigua de estas fuentes
apócrifas se remonta al año 150 d.C., difícilmente podemos admitir como
fuera de toda duda sus variopintas afirmaciones con fundamento en su
sola autoridad.
En Oriente, el Protoevangelio gozó de gran autoridad y de él se leían
pasajes en las fiestas marianas entre los griegos, los coptos y los
árabes. En Occidente, sin embargo, como ya te adelanté con San Joaquín,
fue rechazado por los Padres de la Iglesia hasta que su contenido fue
incorporado por San Jacobo de Vorágine a su Leyenda Áurea en el siglo
XIII.
A partir de entonces, la historia de Santa Ana se divulgó en Occidente y
tuvo un considerable desarrollo, hasta que Santa Ana llegó a
convertirse en uno de los santos más populares también para los
cristianos de rito latino.
El Protoevangelio aporta la siguiente relación: En Nazaret vivía una
pareja rica y piadosa, Joaquín y Ana. No tenían hijos. Cuando con
ocasión de cierto día festivo Joaquín se presentó a ofrecer un
sacrificio en el templo, fue arrojado de él por un tal Rubén, porque los
varones sin descendencia eran indignos de ser admitidos.
Joaquín entonces, transido de dolor, no regresó a su casa, sino que se
dirigió a las montañas para manifestar su sentimiento a Dios en soledad.
También Ana, puesta ya al tanto de la prolongada ausencia de su marido,
dirigió lastimeras súplicas a Dios para que le levantara la maldición
de la esterilidad, prometiendo dedicar el hijo a su servicio.
Sus plegarias fueron oídas; un ángel se presentó ante Ana y le dijo:
"Ana, el Señor ha visto tus lágrimas; concebirás y darás a luz, y el
fruto de tu seno será bendecido por todo el mundo". El ángel hizo la
misma promesa a Joaquín, que volvió al lado de su esposa. Ana dio a luz
una hija, a la que llamó Miriam.
Dado que esta narración parece reproducir el relato bíblico de la
concepción del profeta Samuel, cuya madre también se llamaba Hannah, la
sombra de la duda se proyecta hasta en el nombre de la madre de María.
El célebre Padre John de Eck de Ingolstadt, en un sermón dedicado a
Santa Ana (pronunciado en París en 1579), aparenta conocer hasta los
nombres de los padres de Santa Ana. Los llama Estolano (Stollanus) y
Emerencia (Emerentia).
Afirma que la santa nació después de que Estolano y Emerencia pasaran
veinte años sin descendencia; que San Joaquín murió poco después de la
presentación de María en el templo; que Santa Ana casó después con
Cleofás, del cual tuvo a María de Cleofás; la mujer de Alfeo y madre de
los apóstoles Santiago el Menor, Simón y Judas Tadeo, así como de José
el Justo.
Después de la muerte de Cleofás, se dijo que casó con Salomas, de quien
trajo al mundo a María Salomé (la mujer de Zebedeo y madre de los
apóstoles Juan y Santiago el Mayor).
La misma leyenda espuria se halla en los textos de Gerson y en los de
muchos otros. Allí surgió en el siglo XVI una animada controversia sobre
los matrimonios de Santa Ana, en la que Baronio y Belarmino defendieron
su monogamia.
En Oriente, al culto a Santa Ana se le puede seguir la pista hasta el
siglo IV. Justiniano I hizo que se le dedicara una iglesia. El canon del
oficio griego de Santa Ana fue compuesto por San Teófanes, pero partes
aún más antiguas del oficio son atribuidas a Anatolio de Bizancio.
Su fiesta se celebra en Oriente el 25 de julio, que podría ser el día de la dedicación de su
primera iglesia en Constantinopla o el aniversario de la llegada de sus supuestas reliquias a esta ciudad (710).
Aparece ya en el más antiguo documento litúrgico de la Iglesia Griega, el Calendario de
Constantinopla (primera mitad del siglo VIII). Los griegos conservan una
fiesta común de San Joaquín y Santa Ana el 9 de septiembre.
En la Iglesia Latina, Santa Ana no fue venerada, salvo, quizás, en el
sur de Francia, antes del siglo XIII. Su imagen, pintada en el siglo
VIII y hallada más tarde en la Iglesia de Santa María la Antigua de Roma, acusa la influencia bizantina.
Su fiesta, bajo la influencia de la Leyenda Áurea, se puede ya rastrear
(26 de julio) en el siglo XIII, en Douai. Fue introducida en Inglaterra
por Urbano VI el 21 de noviembre de 1378, y a partir de entonces se
extendió a toda la Iglesia occidental. Pasó a la Iglesia Latina
universal en 1584.
Santa Ana es la patrona de Bretaña. Su imagen milagrosa (fiesta, 7 de
marzo) es venerada en Notre Dame d´Auray, en la diócesis de Vannes.
También en Canadá -donde es la patrona principal de la provincia de Québec- el santuario de Santa Ana de Beaupré es muy famoso.
Santa Ana es patrona de las mujeres trabajadoras; se la representa con
la Virgen María en su regazo, que también lleva en brazos al Niño Jesús.
Es además la patrona de los mineros, que comparan a Cristo con el oro y
con la plata a María.
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