lunes, 8 de abril de 2024

Con el perdón y el arrepentimiento algo bueno está por venir

 

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“Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”

Empiezo a escribir este artículo en Cuaresma, a la espera de la Semana Mayor en la que celebramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Desde el inicio de este año pensé en escribir sobre este tema y qué mejor que hacerlo en este tiempo especial. De todas formas, el perdón y el arrepentimiento  no se limitan solo a una parte del año, sino que debemos vivirlos en todo momento (Sal 51). 

Este tema nos atraviesa a todos, cada uno de nosotros en algún momento tuvimos que arrepentirnos de algo, pedir perdón o perdonar o a los demás, incluso a nosotros mismos (Lc 18,13). En toda relación que se va construyendo poco a poco con palabras y gestos, puede pasar algo que en un segundo ponga en riesgo ese vínculo. En esas ocasiones es central tener presentes las enseñanzas de Jesús.

Imaginemos que un adorno de porcelana se cae al suelo y se hace pedazos, si quiero arreglar eso que se rompió va a haber que pasar por un proceso de restauración que implique juntar las partes, limpiarlas, encastrarlas como un rompecabezas y luego pegarlas con cuidado. Al final, tendré de nuevo el adorno, con marcas de lo sucedido (Ecl 9,13-18). Así nos pasa muchas veces en nuestro interior, pero si se lo permitimos, Jesús, como el alfarero que trabaja la arcilla, nos va transformando y dejando como nuevos (Jer 18,1-6).

Podemos meter la pata, llegar a tocar el fondo y arrepentirnos o ser los peores jueces de nosotros mismos. Ante la adversidad, siempre recordemos el mandamiento del amor: “Ama al prójimo como a ti mismo” (Rm 12,17-20). Sin caer en narcisismos, debemos valorarnos como hijos de Dios, a quienes el Padre siempre espera con los brazos abiertos más allá de todo. Si no me quiero en el buen sentido de la palabra, ¿cómo pretenderé amar a los demás? No puedo dar lo que no tengo (Lv 19,18).

Pero, ¿qué es el perdón? Cuando a Jesús le preguntan esto en el Evangelio, dice que debemos perdonar 70 veces 7, es decir siempre (Mt 18,21-22).

Cuando pido perdón, me arrepiento de una falta cometida contra el otro y, por supuesto, que toda acción tiene su reacción. Reconocer con sinceridad que me equivoqué e intentar reparar el daño es la mejor forma de volver a acercarnos al otro (Lc 7,47-48).

A veces la falta la cometen conmigo y esa ofensa me duele. ¿Cómo hago para dar vuelta la hoja?

Es común que una herida tarde tiempo en sanar, puedo ver a una persona que me hizo daño y recordar con molestia aquel hecho. Primero, humildemente debemos tener presente que Dios nos perdona mucho y que, si Él lo hace con nosotros, ¿por qué nosotros no lo vamos a hacer? La Parábola del rey que ajusta cuentas con el siervo nos muestra bien esto (Mt 18,23-35).

Otro punto a tener en cuenta es la oración, que no solo es nuestro diálogo con  Dios, es vida para nosotros. Jesús nos dice que su yugo es suave, por eso, apoyate en Jesús  (Mt 11,28-30). Pidan y se les dará, busquen y encontrarán. ¿Creemos en su Palabra? (Mt 7, 7-12).

Con frecuencia nuestra mente puede ser nuestro peor enemigo, “la loca de la casa”, como le decía Santa Teresa. Lo bueno y lo malo siempre está dando vueltas por nuestras cabezas, por lo que podemos pedirle a Jesús que nos purifique de aquello que genera dolor. Poné la cruz frante a Su presencia en el Santísimo  y orá para que te ayude a situar eso en el pasado (Mt 26,26-29). Ojalá que podamos avanzar, poner la otra mejilla y acercarnos al otro de la mano de Jesús. Si no perdono, no suelto. Es una carga más que se suma a mi equipaje de vida y no hay nada mejor que andar liviano (Mt 22,36-40).

Si pensamos en el perdón, la mayor muestra de amor que tuvimos en nuestra vida fue la de Jesús con nosotros. Dios se hizo uno de nosotros, murió para reconciliarnos con el Padre y abrirnos las puertas del cielo (Lc 23,34-46). Así como Jesús en su calvario tuvo a la Verónica que le secó el rostro y el Cireneo que le ayudó a cargar la Cruz, nosotros también podemos ser Cireneos y Verónicas de los demás.  Nuestra medida es el amor (Lc 23,26-31).

Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. 

Lo decimos en el Padre Nuestro, de la misma manera que Dios nos perdona nosotros, también debemos perdonar (CIC 2838-2845).  Sin embargo no es fácil, nos cuesta hacerlo y muchas veces nos puede pasar que queremos pero no podemos olvidar el daño que nos provocó alguna persona (Mt 7, 1-5). En esos momentos, es necesario simplemente hacer una oración profunda a Dios diciéndole que nos enseñe a perdonar (1Jn 4,20). No vamos a olvidar pero sí vamos a poder dar vuelta la hoja y, una vez que perdonamos, no es bueno que insistamos en recordarle al otro lo que nos hizo. Se trata de perdonar de corazón y seguir adelante (Jn 13,12-15).

Algo bueno está por venir, porque con el perdón y el arrepentimiento puedo sanar. Quien ama perdona y si perdono estoy amando no solo al que tengo enfrente sino también a Jesús mismo, que vive en mí y en ti (Ga 2,20).

“Me arrepiento de todo corazón..”

Arrepentirme es darme cuenta, lograr un cambio en la manera de pensar, reconocer que nos pesa algo que hicimos. Es requisito necesario para pedir perdón que estemos arrepentidos (Mc 11,24-25). Para ello, un buen examen de conciencia nos puede ayudar. Analizar lo que hicimos, lo que dijimos, lo que pensamos, lo que omitimos. No dejar nada fuera y encomendarnos al Espíritu Santo para que nos ilumine y a nuestra Madre para que nos guíe. Podemos meditar lo vivido en relación a cada mandamiento y pensar en qué fallamos (Rm 13,8-10).

Es hora de quitarnos las mochilas pesadas que vamos cargando en la vida. De  no dejar pasar el tiempo, tenemos nuestras limitaciones y no somos eternos. Confiamos en que algo bueno está por venir porque hasta el cielo no paramos y nuestra casa es la Patria Celestial. Todo en nuestra vida es un medio para llegar a la Casa de Nuestro Padre. Nuestras caídas y errores no nos determinan, no somos solamente eso porque siempre tenemos una oportunidad de levantarnos y volver a comenzar recurriendo al baño de misericordia en el sacramento de la confesión (Jn 20,23). No tengamos miedo ni nos avergoncemos porque detrás de cada sacerdote está Jesús mismo (Lc 15,11-32).

Siempre que llovió salió el sol, la noche pasa y viene la aurora con un nuevo comienzo para amar, para ser fraternos, para perdonar. Así como la oruga se transforma en mariposa, de la misma manera el perdón y el arrepentimiento transforman nuestro interior, si le damos el lugar (2 co 3,18).

Sobre el perdón, quisiera terminar con el Salmo 130. Los salmos son una forma de orar y en este año de la oración no dejemos pasar oportunidad para dialogar con nuestro amado Jesús:

LA ESPERANZA DEL PERDÓN

1 Canto de peregrinación.
Desde lo más profundo te invoco, Señor.

2 ¡Señor, oye mi voz!
Estén tus oídos atentos
al clamor de mi plegaria.

3 Si tienes en cuenta las culpas, Señor,
¿quién podrá subsistir?

4 Pero en ti se encuentra el perdón,
para que seas temido.

5 Mi alma espera en el Señor,
y yo confío en su palabra.

6 Mi alma espera al Señor,
más que el centinela la aurora.
Como el centinela espera la aurora,

7 espere Israel al Señor,
porque en él se encuentra la misericordia
y la redención en abundancia:

8 él redimirá a Israel
de todos sus pecados.

Por eso con el perdón y el arrepentimiento algo bueno está por venir.

Autor: una voluntaria que hasta el cielo no quiere parar.
*CIC: Catecismo de la Iglesia Católica


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