Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 13-16
¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón
se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que
se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza. Por
eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos
rigurosamente que ustedes.
Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No,
serás precipitada hasta el infierno.
El que los escucha a ustedes me escucha a mí; el que los rechaza a
ustedes me rechaza a mí; y el que me rechaza rechaza a Aquél que me
envió.
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir,
Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Los prodigios, los milagros no pueden ser ocasión de una
curiosidad malsana acerca de Jesús. No puede uno acercarse a Él
únicamente para recibir sus favores. Si no hay un auténtico compromiso
de fe en Él lo demás sale sobrando, pues de nada nos aprovecha en orden
a nuestra salvación eterna.
El Hijo de Dios vino no como un milagrero, sino como Salvador nuestro
para conducirnos al Padre. Por eso nos invita a la conversión y a la
penitencia para que, unidos a Él lleguemos a ser elevados a la
participación de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito del
Padre. Y ahora, en nuestros días, esta Misión el Señor se la ha confiado
a su Iglesia, de tal forma que por medio de ella el mundo lo siga
escuchando y experimentando el amor y la misericordia de Dios.
El Señor no quiere de nosotros sólo el culto que le tributamos de un
modo personal o junto con los demás hermanos; no quiere que lo busquemos
sólo para recibir sus favores y después olvidarnos de Él; Él quiere que
tengamos la apertura suficiente para recibir su Vida y su Espíritu en
nosotros y convertirnos en testigos suyos en el mundo; esa es la
vocación que tiene su Iglesia para llegar a la participación de la vida
divina de su Señor y no a su precipitación en el abismo.
Mientras caminamos por este mundo como testigos de Cristo y de su Obra
salvadora, y sabiendo que somos frágiles e inclinados al pecado,
roguémosle al Señor que sea Él quien abra nuestros corazones y nos
conceda un sincero arrepentimiento para que, dejando nuestra antigua
situación de pecado, en adelante vivamos como hijos suyos. Así,
transformados en Cristo Jesús y hechos en Él hijos de Dios, esforcémonos
en dar a conocer al mundo entero el amor que Dios nos tiene, sabiendo
que vamos no con nuestro poder, ni apoyados sólo en lo erudito de
nuestros estudios, sino como testigos del amor que Dios nos ha
manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
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