Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 46-55
María dijo:
Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi
Salvador,
porque él miró con bondad la pequeñez de su
servidora.
En adelante todas las generaciones me llamarán
feliz,
porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes
cosas:
¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en
generación
sobre aquéllos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de sus tronos,
y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor,
acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abraham y de su descendencia para
siempre.
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este
evangelio en mi vida? Pueden ayudar estas ideas:
María es la mujer del Adviento, la mujer
que espera a Dios, acoge a Dios, se deja transformar por Dios... Le pedimos que
nos ayude a esperar todo de Dios, a acogerlo en todo momento, a dejarnos
transformar por sus designios.
María es la mujer que se fía. No sabe cómo
será eso que le anuncia el ángel. Tampoco sabe cómo vendrá a ella la fuerza del
Altísimo, cómo va a ser la madre del Hijo de Dios. Pero se fía. Dios sabrá.
¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
Podemos rezar repitiendo las palabras
finales de este Evangelio: Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
Gracias, Señor, porque cuentas con personas
pequeñas y humildes, por fijarte y llamar a María, por contar conmigo.
Gracias porque jamás avasallas; propusiste, no
impusiste a María la misión de ser Madre de Jesús y esperaste su respuesta.
También a mí me muestras una misión y esperas, a
veces muchos años, mi aceptación.
Gracias, Señor, porque tú haces posible lo
imposible, en María, en mí y en todas las personas que se fían de ti y cumplen
tu voluntad.
Gracias, Señor, por tu Espíritu Santo, el Espíritu
creador de vida, en el alma y en el cuerpo de María, en nuestra vida, en la
Iglesia y en el mundo.
Gracias, María; por enseñarnos a preguntar a Dios
lo que no entendemos; por fiarte de Él; por ayudarnos a decir contigo y como
tú: "Hágase en mi según tu palabra".
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