Un Herodes o un José para Belén
Belén es el lugar de nacimiento de Jesús. Su madre,
María, lo concibió mientras residía en Nazareth y estando ya prometida en
matrimonio a quien sería su esposo, José. Pero José no había convivido con
María. Al darse cuenta de que su futura esposa estaba embarazada, quedó
perplejo. La ley lo autorizaba a denunciarla como adúltera, ya que el contrato
de esponsales permitía que los prometidos vivieran juntos. Esa denuncia hubiera
significado la condena a muerte de María y de su cómplice en el adulterio. Hubo
una noche de agonía en la que la vida de María y la del niño que llevaba en su
seno quedaron en manos de José. El, siendo justo, optó por la vida. Y ante la
otra opción, desvincularse de su esposa encinta y tomar distancia de una
paternidad incierta, un Angel del Señor le llamó durante el sueño a no temer
recibir por esposa a María y aceptar ser el padre adoptivo de
Jesús.
La historia del mundo tiene con José una deuda
imposible de pagar. La luz de su fe, superior a la de Abraham ( éste creyó que
podía tener un hijo accediendo carnalmente a su esposa nonagenaria, y se mostró
dispuesto a sacrificarlo, pensando que poderoso era Dios para resucitarlo; José
creyó que podía y debía ser padre de un hijo de esposa virgen, y se mostró
dispuesto a recibirlo y educarlo para una misión cuyo fruto no llegaría a ver en
la tierra) fue el punto de inflexión decisivo para que María diera a luz a quien
sería, y es, la Luz del mundo.
Hizo con ello honor a su nombre. José significa aumento.
En esa noche de humana tiniebla y perplejidad José no optó por disminuir, restar
o dividir la luz, símbolo y sinónimo de la vida. Creyó en la Luz y apostó por
aumentar y cuidar la Vida. En estricta justicia, el nacimiento en Belén de
quien diría -y dice- “Yo soy la Vida, y Yo he venido para que tengan vida, y
abundante vida”, se lo debemos a la fe de José.
En su noble figura se inspiran, y a su intercesión
acuden quienes favorecen la adopción de niños huérfanos, abandonados o
indeseados. La obediencia presta de José a los designios divinos salvó a Jesús
de la matanza decretada por Herodes contra todo niño menor de dos años residente
en Belén. El cauteló indemne la vida de su niño hebreo durante los años de
exilio en un Egipto cuyo faraón también sabía de exterminios masivos de
inocentes de tal condición. Buscó con angustia a su adolescente de 12 años hasta
reencontrarlo en el lugar donde siempre se encuentran los tesoros
perdidos: en el Templo del Señor de la Vida.
Belén, la adolescente que espera un hijo, no necesita a
Herodes, sino a José.
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