Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 51-58
Jesús dijo a los judíos:
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente,
y el pan que Yo daré
es mi carne para la Vida del mundo».
Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede
damos a comer su carne?»
Jesús les respondió:
«Les aseguro
que si no comen la carne del Hijo del hombre
y no beben su sangre,
no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene Vida eterna,
y Yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida
y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí
y Yo en él.
Así como Yo,
que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
vivo por el Padre,
de la misma manera, el que me come
vivirá por mi.
Éste es el pan bajado del cielo;
no como el que comieron sus padres y murieron.
El que coma de este pan vivirá eternamente».
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir,
Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Hoy
es la Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Hoy es la fiesta de la
Eucaristía.
Buen
día para agradecer de corazón al Señor el regalo de la comunidad cristiana reunida
para celebrar cada domingo la fe, para mostrar a Dios nuestra gratitud por el
regalo de su Palabra, para alabar a Jesucristo que quiere saciar nuestra hambre
y nuestra sed con los mejores manjares: su propio Cuerpo y su misma sangre.
Buen
día para revisar nuestra participación en la Eucaristía, y para pedir perdón
por todo aquello que nos impide disfrutarla de verdad: la rutina, la desgana,
la falta de preparación, la prisa ...
Buen
día para pensar cómo vivimos la Eucaristía cuando no estamos en la Iglesia.
¿Somos mujeres y hombre de comunión? ¿Escuchamos a Dios en las personas?
Ofrecemos al Señor los cinco panes y los dos peces de nuestro tiempo, nuestros saberes, de nuestra vida para que Él pueda multiplicarlos
en bien del mundo?
Y
recuerda que el Señor te espera no sólo en la Eucaristía de cada domingo o de
cada día. Él está presente de una forma especial en el
Sagrario de cada Iglesia.
Compartimos
dos poemas, uno para dar gracias a Dios por hacerse pan y vino; y otro
que nos ayude a ser pan y vino para los demás:
Señor, cuanto agradezco que me digas
lo que me dices, sin decir, callado,
derramando tu Amor sacramentado,
como el sol se derrama en las espigas.
Qué júbilo, Señor, que me bendigas
como la lluvia, que bendice al prado,
y que de rosas hayas enjambrado
mi corazón de cardos y de ortigas.
Señor, cuanto agradezco que me ames
como si fuera yo el único amado
y Tú el único amor que hay en mi vida.
Que en vino generoso te derrames,
que te me des en pan recién cortado,
que me ames tan sin peso y sin medida.
José María Fernández Nieto
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