Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 14, 1. 12-14
Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de
los principales fariseos. Ellos lo observaban
atentamente.
Jesús dijo al que lo había invitado: «Cuando des
un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos,
ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los
vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su
vez, y así tengas tu recompensa.
Al contrario, cuando des un banquete, invita a los
pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los
ciegos.
¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo
retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la
resurrección de los justos! »
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo
puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
El camino hacia la santidad es el de la
gratuidad: hacer las cosas sin buscar nada a cambio. Dios es gratuito. No espera
nada para sí, porque nada necesita. Si espera que demos buenos frutos, porque
nos conviene y conviene a nuestros hermanos. Damos gracias por el amor
desinteresado de Dios. El nos invita al
banquete de su Palabra, de la Eucaristía, sabiendo que no le podemos pagar con
nada.
El Padre invita a todos a su Reino y especialmente a
aquellos que más pequeños. ¿Cuál es nuestra actitud? ¿Con quiénes nos
relacionamos más? ¿A quiénes nos acercamos? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
Señor, Tú amor es siempre
gratuito.
Invitas a tu mesa a todas las
personas,
cultas
e incultas, sanas y enfermas,
ricos
y pobres, buenas y malas.
Me has invitado a mí, sin
ningún mérito,
gratuitamente,
sin buscar nada a cambio;
pues
nada mío puede enriquecerte.
Nos abres de par en par las
puertas de tu casa,
nos ofreces
el regalo de tu amistad,
en tu
Palabra, nos has revelado tus secretos,
compartes
con nosotros tu Espíritu,
nos
reservas un puesto en tu mesa
alimentas
con tu amor nuestras hambres
y nos
brindas una alegría nueva y eterna.
Sólo por amor. Todo por amor.
Gracias, Señor.
Ayúdanos a ser gratuitos en
nuestras relaciones,
a ir
más allá de los sentimientos y del propio interés;
a
abrir nuestro corazón y nuestra mesa
a los
amigos y a la familia, por supuesto,
pero
también a los que no podrán pagarnos,
a los
pequeños, a los pobres, a los que están solos,
a los
más necesitados, aunque no siempre lo merezcan.
Purifícanos
y haznos parecidos a ti, Señor,
ayúdanos a amar gratuitamente, como Tú,
ayúdanos a amar gratuitamente, como Tú,
para entrar
de lleno en el camino del Evangelio,
para
gozar de la felicidad más grande. Amén.
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