Evangelio según san Lucas 5, 33-39
En aquel tiempo, los fariseos y los escribas dijeron a Jesús: “Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber”. Jesús les dijo: “¿Acaso pueden hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, entonces ayunarán en aquellos días”. Les dijo también una parábola: “Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque, si lo hace, el nuevo se rompe y al viejo no le cuadra la pieza del nuevo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos: porque, si lo hace, el vino nuevo reventará los odres y se derramará, y los odres se estropearán. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: ‘El añejo es mejor’”.
Palabra del Señor.
Lo añejo es mejor
En la cultura actual nos encontramos bombardeados de novedades y nos volvemos en consumidores ávidos de lo último que saca el mercado: el último celular, la última ropa, la más actualizada noticia. Tiempo atrás escribía un sabio en el libro del Eclesiastés: “¿No se sacia el ojo de ver y el oído no se cansa de escuchar? Lo que fue, eso mismo será; lo que se hizo, eso mismo se hará: ¡no hay nada nuevo bajo el sol!” (Ecle 1,8-9). Podríamos decir que aquello que consideramos nuevo ya nace viejo, porque es viejo el mismo corazón del hombre que busca alegría en las cosas pasajeras.
Jesús y la Buena Noticia del Reino se presentan hoy como la verdadera y permanente novedad. Su Palabra hace nuevas todas las cosas, su presencia genera nuevas maneras de relacionarnos desde la fraternidad y la comunitariedad, desde la mesa compartida y la fiesta del amor. No es la novedad de algo, sino de Alguien que nos brinda su Espíritu siempre joven, que nos hace nuevos para colmarnos de su vino nuevo.
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