Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 5, 33-39
Los escribas y los fariseos dijeron a Jesús: «Los
discípulos de Juan ayunan frecuentemente y hacen
oración, lo mismo que los discípulos de los
fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben».
Jesús les contestó: «¿Ustedes pretenden hacer
ayunar a los amigos del esposo mientras él está
con ellos? Llegará el momento en que el esposo les
será quitado; entonces tendrán que ayunar».
Les hizo además esta comparación: «Nadie corta un
pedazo de un vestido nuevo para remendar uno
viejo, porque se romperá el nuevo, y el pedazo
sacado a éste no quedará bien en el vestido viejo.
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque
hará reventar los odres; entonces el vino se
derramará y los odres ya no servirán más. El vino
nuevo se pone en odres nuevos. Nadie, después de
haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo,
porque dice: el añejo es mejor».
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir,
Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Los fariseos no comprenden a Jesús. Su Evangelio es el
vino bueno, la pieza nueva. Los corazones de los fariseos son los odres viejos,
el manto viejo. Para acoger a Jesús tenemos que cambiar el corazón, la forma de
pensar, nuestro estilo de vida. Si no nos vamos convirtiendo a la Palabra de
Jesús, nunca descubriremos su novedad.
Para comprender a Jesús hay que nacer de nuevo; mejor
dicho, tenemos que dejar que Dios nos dé a luz de nuevo. En la oración, en la
celebración de los sacramentos, en la vida de cada día Dios nos va
transformando... si lo dejamos.
“Transforma
Señor nuestra vida entera,
para que podamos
acoger tu Evangelio
con un espíritu
nuevo, renovado”
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