Homilía Mons. Frassia en Luján 7set13
Queridos sacerdotes, diáconos, religiosas, seminaristas;
Querido pueblo fiel:
Agradezco
la presencia de todos ya que hoy nos hemos reunido para honrar a
nuestra Madre, como Iglesia diocesana de Avellaneda Lanús. Y es
importante que tengamos un pensamiento, una consideración a la
invitación que el Santo Padre, Francisco, hiciera a la Iglesia y al
mundo para rezar por la paz en Siria, en Medio Oriente, en el mundo; por
la paz en nuestra patria, en nuestras familias, en nuestro corazón. Con
mucha alegría, y dispuestos a obedecer al llamado del Santo Padre, nos
unimos con esta peregrinación diocesana a rezar fundamentalmente por la
paz: ¡jamás la guerra!, ¡sí a la paz!
Esta
consideración, para las personas creyentes, tiene un significado
especial: Jesucristo es nuestra paz. Él es el que ha venido de parte de
Dios, recibiendo la sangre de María, su Madre, como verdadero Dios y
verdadero Hombre, ha definido el sentido de la historia de todos los
hombres y se ha ofrecido, una vez para siempre, para que nosotros
podamos vivir en paz.
Cristo
nos redimió, nos trae la salvación, nos quita el pecado y supera la
sentencia final de la muerte, y la muerte ya no tiene la última palabra.
Por lo tanto Cristo vino a resolver, a desarrollar, a explicar y -en su
amor de gratuidad- vino a compartirnos este don, que es un regalo
extraordinario del cual tenemos que tomar conciencia cada vez más.
Jesús
es el indicado: Él es nuestra paz, por lo tanto hay que superar las
enemistades, las adversidades, los egoísmos, los intereses particulares,
nacionales e internacionales, para que prevalezca la cordura, la
sensatez, la verdad, el amor, la justicia y la paz.
¡Nosotros
podemos pedir!, ¡nosotros tenemos que pedir!, porque queremos hacernos
eco del anhelo de tanta gente, ya que también nosotros queremos vivir en
paz. ¡Lo necesitamos de verdad, para nuestra familia, para la patria,
para la sociedad, para la Iglesia! Pero ¿qué podemos hacer, además de
rezar?, ¿podemos hacer algo? Ciertamente que podemos hacer algo y mucho.
Fundamentalmente,
vivir en nuestra vida la primacía de Dios por medio de la fe. Porque la
fe es el conocimiento más sublime del cual nosotros sabemos que Dios
hace la realidad; que Dios construye y comparte, para que vivamos esta
identidad y podamos vivir esta construcción. Tenemos que ser
edificadores de la paz, constructores de la paz, para vivir una sociedad
nueva, una Iglesia nueva, una realidad nueva,
que será posible en la medida que nos dejemos tocar por el Espíritu de
Dios. Es Dios que hace posible lo que para nosotros -en nuestros
proyectos, planes y decisiones- resulta prácticamente imposible.
Por
eso este lugar, este Santuario, Casa de Dios y Casa de la Virgen, es el
lugar de la pureza de la fe. Aquí venimos a respirar este oxígeno,
venimos a retomar nuestra vocación, venimos a recibir e imitar lo que la
Virgen nos enseñó de un modo perdurable: creer en Dios y hacer en
nuestra vida su voluntad. También tenemos que seguir este camino del
discipulado, porque lo queremos.
En
este lugar, de la pureza de la fe, descubrimos que la fe nos lleva al
amor; el amor está unido a la fe ya que no puede haber una separación
entre fe y amor, porque la fe es el conocimiento, pero ese conocimiento
de Dios nos lleva a la plenitud, que es el amor y el amor de Dios, el
amor en nosotros y el amor en nuestros hermanos; por eso siempre fe y
vida son parte de la misma realidad. Esta es nuestra vocación humana y
cristiana que no podemos escindir, cortar, separar, porque no podemos
vivir de un modo esquizofrénico la realidad de la fe por un lado y el
“pobre amor” por el otro.
Fe y vida.
Una vida está sostenida y plasmada por la fe.
Una fe robustecida que nos lleva a la plenitud de la verdad y del
amor.
Queridos
hermanos, en este día sería importante reconocer algo y llamarnos la
atención, pero no llamar la atención a los demás, porque muchas veces
somos hábiles para decirles a los demás lo que los demás deben hacer: le
indicamos, le sugerimos, le soplamos, le criticamos, le juzgamos, y así
todos sabemos lo que los demás tienen que hacer, pero es insuficiente.
Porque para cambiar la vida tenemos que cambiar nuestra manera de vivir.
¡Pero yo tengo que cambiar mi manera de vivir!
¡Si
cambiamos la manera de vivir, daremos lugar a la paz! ¡Daremos lugar a
la serenidad de nuestra familia! ¡Daremos lugar a la fecundidad en
nuestras comunidades
parroquiales! ¡Daremos lugar en los ámbitos, en los ambientes que
vivimos, como una Iglesia que está viva, que no languidece! ¡Una Iglesia
fecunda no una Iglesia triste, amargada o resentida!
Nosotros
tenemos que vivir la pureza de la fe y por eso es importante que no
andemos “a media agua”, que nos definamos; pero empecemos por cada uno
porque no tiene sentido vivir “en dos aguas”; no tiene sentido vivir
“más o menos”, no tiene sentido una vida que dice sí y que
simultáneamente dice no.
La
pureza de la fe nos lleva a la plenitud del amor. Por eso pedimos que
la Virgen nos ayude a poder vivir una vida en serio, una vida sin
doblez,
una vida que resiste pero resiste desde la firmeza y solidez de la fe,
que resiste desde el anhelo de la caridad y que no queda en falsas
compensaciones; que no vive a medias.
Es
muy fuerte el llamado que Dios nos hace. Y es muy importante el desafío
al que fuimos convocados. ¡Por favor: pureza de fe, pureza de vida,
pureza de entrega, pureza de amor, pureza de servicio! Unidad de vida es
palabra escuchada y palabra pronunciada; palabra profesada y palabra
celebrada; palabra vivida y palabra rezada.
La
Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, es la seguridad y la certeza de
la pureza de la fe. Ella vivió sin vacilaciones. También nosotros
tenemos que
vivir sin vacilaciones en lo personal, en lo familiar, en lo social, en
lo eclesial.
Que
no nos resignemos a la chatura de los que dicen “todo el mundo lo hace,
yo también lo hago”; “todo el mundo es corrupto, yo también voy a ser
corrupto”; “todo el mundo miente, yo también voy a mentir”; “todo el
mundo hace lo que se le encanta, yo también voy a hacer lo que se me
encanta” ¡No es así! ¡No tenemos que vivir así! Porque si vivimos así ya
estamos derrotados. La fuerza del Espíritu, la fuerza de Jesucristo, el
indicado, se nos dio a nosotros para vivir una vida plena, una vida en
serio.
Con
esa paz que Dios nos dio también
nosotros tenemos que brindarla a los demás, empezando por los hermanos
que están más cerca, continuando con los otros hermanos y siguiendo
hacia todos nuestros hermanos.
Que
la Virgen nos de esa alegría de saber que uno puede vivir una vida
nueva, de saber que estamos llamados a una vida nueva; y si alguna vez
nos hemos olvidado de algo, que lo podamos retomar para seguir viviendo
una vida nueva. Así, en el lugar donde estemos, del lugar que ocupemos,
del lugar que sirvamos, vamos a ser constructores de paz: paz en la fe,
en la verdad, en la justicia; paz en el amor y paz en el servicio.
Que
la Virgen Madre pida al Señor: “mira, ésta Iglesia te
suplica, esta Iglesia de Avellaneda Lanús, te pide por todos sus hijos
para que en esta Iglesia brille la luz, la alegría, el amor, la humildad
yel servicio.”
Que así sea.
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