domingo, 8 de septiembre de 2013

Homilía Mons. Frassia en Luján 7set13‏

Queridos sacerdotes, diáconos, religiosas, seminaristas;
Querido pueblo fiel:
 
Agradezco la presencia de todos ya que hoy nos hemos reunido para honrar a nuestra Madre, como Iglesia diocesana de Avellaneda Lanús. Y es importante que tengamos un pensamiento, una consideración a la invitación que el Santo Padre, Francisco, hiciera a la Iglesia y al mundo para rezar por la paz en Siria, en Medio Oriente, en el mundo; por la paz en nuestra patria, en nuestras familias, en nuestro corazón. Con mucha alegría, y dispuestos a obedecer al llamado del Santo Padre, nos unimos con esta peregrinación diocesana a rezar fundamentalmente por la paz: ¡jamás la guerra!, ¡sí a la paz!
 
Esta consideración, para las personas creyentes, tiene un significado especial: Jesucristo es nuestra paz. Él es el que ha venido de parte de Dios, recibiendo la sangre de María, su Madre, como verdadero Dios y verdadero Hombre,  ha definido el sentido de la historia de todos los hombres y se ha ofrecido, una vez para siempre, para que nosotros podamos vivir en paz.
 
Cristo nos redimió, nos trae la salvación, nos quita el pecado y supera la sentencia final de la muerte, y la muerte ya no tiene la última palabra. Por lo tanto Cristo vino a resolver, a desarrollar, a explicar y -en su amor de gratuidad- vino a compartirnos este don, que es un regalo extraordinario del cual tenemos que tomar conciencia cada vez más.
 
Jesús es el indicado: Él es nuestra paz, por lo tanto hay que superar las enemistades, las adversidades, los egoísmos, los intereses particulares, nacionales e internacionales, para que prevalezca la cordura, la sensatez, la verdad, el amor, la justicia y la paz.
 
¡Nosotros podemos pedir!, ¡nosotros tenemos que pedir!, porque queremos hacernos eco del anhelo de tanta gente, ya que también nosotros queremos vivir en paz. ¡Lo necesitamos de verdad, para nuestra familia, para la patria, para la sociedad, para la Iglesia! Pero ¿qué podemos hacer, además de rezar?, ¿podemos hacer algo? Ciertamente que podemos hacer algo y mucho.
 
Fundamentalmente, vivir en nuestra vida la primacía de Dios por medio de la fe. Porque la fe es el conocimiento más sublime del cual nosotros sabemos que Dios hace la realidad; que Dios construye y comparte, para que vivamos esta identidad y podamos vivir esta construcción. Tenemos que ser edificadores de la paz, constructores de la paz, para vivir una sociedad nueva, una Iglesia nueva, una realidad nueva, que será posible en la medida que nos dejemos tocar por el Espíritu de Dios. Es Dios que hace posible lo que para nosotros -en nuestros proyectos, planes y decisiones- resulta prácticamente imposible.
 
Por eso este lugar, este Santuario, Casa de Dios y Casa de la Virgen, es el lugar de la pureza de la fe. Aquí venimos a respirar este oxígeno, venimos a retomar nuestra vocación, venimos a recibir e imitar lo que la Virgen nos enseñó de un modo perdurable: creer en Dios y hacer en nuestra vida su voluntad. También tenemos que seguir este camino del discipulado, porque lo queremos.
 
En este lugar, de la pureza de la fe, descubrimos que la fe nos lleva al amor; el amor está unido a la fe ya que no puede haber una separación entre fe y amor, porque la fe es el conocimiento, pero ese conocimiento de Dios nos lleva a la plenitud, que es el amor y el amor de Dios, el amor en nosotros y el amor en nuestros hermanos; por eso siempre fe y vida son parte de la misma realidad. Esta es nuestra vocación humana y cristiana que no podemos escindir, cortar, separar, porque  no podemos vivir de un modo esquizofrénico la realidad de la fe  por un lado y el “pobre amor” por el otro.
 
Fe y vida.
Una vida está sostenida y plasmada por la fe.
Una fe robustecida que nos lleva a la plenitud de la verdad y del amor.
 
Queridos hermanos, en este día sería importante reconocer algo y llamarnos la atención, pero no llamar la atención a los demás, porque muchas veces somos hábiles para decirles a los demás lo que los demás deben hacer: le indicamos, le sugerimos, le soplamos, le criticamos, le juzgamos, y así todos sabemos lo que los demás tienen que hacer, pero es insuficiente. Porque para cambiar la vida tenemos que cambiar nuestra manera de vivir. ¡Pero yo tengo que cambiar mi manera de vivir!
 
¡Si cambiamos la manera de vivir, daremos lugar a la paz! ¡Daremos lugar a la serenidad de nuestra familia! ¡Daremos lugar a la fecundidad en nuestras comunidades parroquiales! ¡Daremos lugar en los ámbitos, en los ambientes que vivimos, como una Iglesia que está viva, que no languidece! ¡Una Iglesia fecunda no una Iglesia triste, amargada o resentida!
 
Nosotros tenemos que vivir la pureza de la fe y por eso es importante que  no andemos “a media agua”, que nos definamos; pero empecemos por cada uno porque no tiene sentido vivir “en dos aguas”; no tiene sentido vivir “más o menos”, no tiene sentido una vida que dice sí y que simultáneamente dice no.
 
La pureza de la fe nos lleva a la plenitud del amor. Por eso pedimos que la Virgen nos ayude a poder vivir una vida en serio, una vida sin doblez, una vida  que resiste pero resiste desde la firmeza y solidez de la fe, que resiste desde el anhelo de la caridad y que no queda en falsas compensaciones; que no vive a medias.
 
Es muy fuerte el llamado que Dios nos hace. Y es muy importante el desafío al que fuimos convocados. ¡Por favor: pureza de fe, pureza de vida, pureza de entrega, pureza de amor, pureza de servicio! Unidad de vida es palabra escuchada y palabra pronunciada; palabra profesada y palabra celebrada; palabra vivida y palabra rezada.
 
La Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, es la seguridad y la certeza de la pureza de la fe. Ella vivió sin vacilaciones. También nosotros tenemos que vivir sin vacilaciones en lo personal, en lo familiar, en lo social, en lo eclesial.
 
Que no nos resignemos a la chatura de los que dicen “todo el mundo lo hace, yo también lo hago”; “todo el mundo es corrupto, yo también voy a ser corrupto”; “todo el mundo miente, yo también voy a mentir”; “todo el mundo hace lo que se le encanta, yo también voy a hacer lo que se me encanta” ¡No es así! ¡No tenemos que vivir así! Porque si vivimos así ya estamos derrotados. La fuerza del Espíritu, la fuerza de Jesucristo, el indicado, se nos dio a nosotros para vivir una vida plena, una vida en serio.
 
Con esa paz que Dios nos dio también nosotros  tenemos que brindarla a los demás, empezando por los hermanos que están más cerca, continuando con los otros hermanos y siguiendo hacia todos nuestros hermanos.
 
Que la Virgen nos de esa alegría de saber que uno puede vivir una vida nueva, de saber que estamos llamados a una vida nueva; y si alguna vez nos hemos olvidado de algo, que lo podamos retomar para seguir viviendo una vida nueva. Así, en el lugar donde estemos, del lugar que ocupemos, del lugar que sirvamos, vamos a ser constructores de paz: paz en la fe, en la verdad, en la justicia; paz en el amor y paz en el servicio.
 
Que la Virgen Madre pida al Señor: “mira, ésta Iglesia te suplica, esta Iglesia de Avellaneda Lanús, te pide por todos sus hijos para que en esta Iglesia brille la luz, la alegría, el amor, la humildad yel servicio.”
 
Que así sea.

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