Mensaje de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús para la clausura diocesana del Año de la Fe y Ordenaciones Sacerdotales (14 de noviembre de 2013)
Escribía el Papa Benedicto XVI, en Porta Fidei, convocando al Año de la fe: “«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22)”.
Hemos entrado por esta puerta el día de nuestro Bautismo, y durante un poco más de un año, como Iglesia, hemos caminado teniendo presente en la reflexión la fe y todo lo que ella entraña: unión con Dios, vida nueva, comunidad, formación, oración, compromiso misionero y social. Comenzó el año de la fe en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, 11 de octubre del año pasado, las celebraciones conclusivas serán presididas por nuestro Santo Padre Francisco el próximo 24 de noviembre, solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.
¡Cuanta agua bajo el puente! Comenzamos este itinerario con Benedicto XVI y hoy guía la nave de Pedro, Francisco. ¡Cuántas iniciativas hemos vivido a nivel individual o comunitario en este año, como parroquias o como diócesis! Cómo decanatos hemos reflexionado, algunos han realizado peregrinaciones a las Parroquias asignadas con el don de la Indulgencia, para testimoniar como hermanos el camino común. En las Parroquias quisimos tener presente el tema de la fe con el rezo del credo Niceno-constantinopolitano. Fe profesada y vivida que trasmite el kerigma, el primer anuncio, desde los apóstoles hasta nosotros y que constituye el núcleo de creencia en el que se abre la “puerta de la fe”, por el bautismo. Los nuevos bautizados lo son el la fe de la Iglesia, participación en la Pascua de Cristo.
El año de la fe prácticamente ha pasado pero continúa este itinerario toda nuestra vida. Debemos seguir trabajando individualmente y como Iglesia diocesana, profundizando nuestra fe. El plan diocesano de pastoral y las diversas iniciativas que comunitariamente surjan serán buenas ocasiones de continuar con este empuje que nos haga tener más experiencia de hermanos. Si entendemos bien la fe y vivimos de ella crece la comunión con Dios y con los hermanos. Es muy importante trabajar por la unidad y la concordia en la Iglesia, para aunar esfuerzos y para evitar perder energías en proyectos personalistas o tal vez un tanto antagónicos. Decía el Papa Francisco en la catequesis del 25 de septiembre pasado: “¿quién es el motor de esta unidad de la Iglesia? Es el Espíritu Santo que todos nosotros hemos recibido en el Bautismo y también en el sacramento de la Confirmación. Es el Espíritu Santo. Nuestra unidad no es primariamente fruto de nuestro consenso, o de la democracia dentro de la Iglesia, o de nuestro esfuerzo de estar de acuerdo, sino que viene de Él que hace la unidad en la diversidad, porque el Espíritu Santo es armonía, siempre hace la armonía en la Iglesia. Es una unidad armónica en mucha diversidad de culturas, de lenguas y de pensamiento. Es el Espíritu Santo el motor. Por esto es importante la oración, que es el alma de nuestro compromiso de hombres y mujeres de comunión, de unidad. La oración al Espíritu Santo, para que venga y construya la unidad en la Iglesia. Pidamos al Señor: Señor, concédenos estar cada vez más unidos, no ser jamás instrumentos de división; haz que nos comprometamos, como dice una bella oración franciscana, a llevar amor donde hay odio, a llevar perdón donde hay ofensa, a llevar unión donde hay discordia.”
Con este espíritu, que nos indica el santo Padre, tenemos que continuar nuestro camino al clausurar el año de la Fe: más compromiso con Dios, más unión entre nosotros, más armonía en nuestro trabajo y más compromiso en la vivencia de la fe. Que los frutos de este Año de la Fe sean para nosotros un encuentro vivo con Jesucristo, que nos lleve a la conversión personal y pastoral, y nos haga concretar con alegría y entusiasmo la fuerza de la misión.
Estas breves reflexiones me ofrecen la ocasión para invitarlos a que como comunidad diocesana clausuremos el Año de la Fe el próximo 23 de noviembre, en Plaza Alsina, frente a nuestra Iglesia Catedral. A partir de las 15:00 hs habrá un Festival Juvenil y a las 18:00 hs. junto al presbiterio diocesano presidiré la Misa de Clausura y conferiré el sacerdocio a tres diáconos: Juan Carlos Molina, Ricardo Nariccio y Federico Nadalich.
Estas ordenaciones suponen un don y unas tareas. Un don, porque tres sacerdotes, en tiempos que no abundan las vocaciones, es un signo de amor providencial de Dios por su pueblo, que peregrina en Avellaneda-Lanús. Debemos agradecer esta bendición. Y unas tareas: el compromiso de vivir más profundamente la fe, de agradecer a Dios su amor manifestado en los sacramentos, que son administrado, por los sacerdotes, y la responsabilidad de cuidar y acompañar también el ministerio sacerdotal.
El 7 de julio pasado les decía el Papa Francisco a los seminaristas y novicios y novicias en Roma: “Jesús manda a los suyos sin “talega, ni alforja, ni sandalias” (Lc 10,4). La difusión del Evangelio no está asegurada ni por el número de personas, ni por el prestigio de la institución, ni por la cantidad de recursos disponibles. Lo que cuenta es estar imbuidos del amor de Cristo, dejarse conducir por el Espíritu Santo, e injertar la propia vida en el árbol de la vida, que es la Cruz del Señor”. Querida comunidad diocesana los invito a participar de esta doble cita diocesana: la clausura del Año de la Fe y las Ordenaciones sacerdotales, no desaprovechemos la ocasión de vivir y celebrar juntos la fe.
Que María, Nuestra Señora de la Asunción y santa Teresa de Jesús nos ayuden a imbuirnos cada vez más del amor de Cristo para que nuestra vida siga mostrando cada día que solo la gracia de Cristo transforma y nos posibilita vivir y crecer en el amor, como personas y como comunidad.
Los bendigo afectuosamente y los espero.
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