Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 23, 35-43
Después que Jesús fue crucificado, el pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!»
También los soldados se burlaban de Él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!»
Sobre su cabeza había una inscripción: «Éste es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres Tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo».
Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino».
Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Palabra del Señor.
Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? Pueden ayudar estas ideas:
CRISTO: CENTRO DE NUESTRA FE
Fue el Papa Benedicto quien, hace escasamente un año, abrió el Año de la Fe y, será el Papa Francisco quien –en esta solemnidad de Jesucristo Rey– clausure lo que, para toda la Iglesia, ha sido un revulsivo en el seguimiento a Jesús y una forma concreta de ahondar en aquello que decimos creer: EL CREDO.
Por ello mismo, mientras el cristiano sea cristiano y viva en este mundo, tendrá o tendremos que aprender en un constante Año de la Fe. Es decir; acercarnos con entusiasmo siempre nuevo a las verdades más fundamentales de nuestra fe, a formarnos un criterio sobre las cosas del mundo y, sobre todo, a no dejarnos confundir por un relativismo que, entre otras cosas, amenaza con descafeinar hasta lo más sagrado. Para ello, claro está, el testimonio será la consecuencia de ese acercamiento y conocimiento de Cristo que, Benedicto XVI, pretendió a la hora de convocar este Año de Gracia.
1.- En esta fiesta de Cristo Rey damos culmen a este tiempo ordinario con el que nos hemos ido sumergiendo de lleno en la vida, muerte y resurrección de Jesús. ¿Lo hemos reconocido? ¿Hemos aceptado tantos dones de su gratuidad? ¿Hemos puesto nuestros corazones a su disposición?
Al igual que los soldados puede que, también nosotros, no entendamos el lenguaje que Jesús emplea desde la cruz. Por ello mismo, el Año de la Fe, ha tenido que contribuir a formarnos como católicos y como cristianos. Un cristiano sin formación queda a merced de los “listillos” del mundo.
Además, por si lo olvidamos, el eje de todo el entramado eclesial (lejos de ser sus estructuras y sus defectos, su grandeza o su apariencia) es Cristo. En Él, por Él y para Él van encaminados nuestros desvelos y –sobre todo– el esfuerzo evangelizador para que, su Evangelio, sea tomado en cuenta a la hora de reconducir este mundo un tanto despistado o perdido.
2.- Para entender el señorío de Jesús, en este día de Cristo Rey, es necesario contemplarlo en la cruz. Ella nos sirve en bandeja las principales coordenadas de la forma de ser, pensar y actuar de Jesús: amor a su pueblo cumpliendo la voluntad de Dios.
Acudamos a Cristo cuando la fachada del mundo se derrumba; cuando los otros soberanos nos invitan a postrarnos ante ellos perdiendo la dignidad y hasta la capacidad de ser nosotros mismos. Ese Rey que, nació pobre, pequeño, humilde, en el silencio y que –hoy– es exaltado en una cruz (también de madera), sin demasiado ruido (como en Belén), humildemente (sin más riqueza que su belleza interior) nos llama a la fidelidad. ¿Queremos ser suyos? ¿Seremos capaces de luchar por su reino? ¿No preferiremos formar parte de ese gran batallón de los que ya no luchan, no esperan, no creen…ni sueñan?
Fiesta de Cristo Rey. Dios, en Navidad, descenderá desde los cielos para estar con el hombre. Hoy, desde la cruz, nos enseña que –el camino del servicio, del amor y de la entrega– es la mejor forma de ascender un día hasta su presencia. ¿Nos gusta ese trono en forma de cruz? ¿Queremos reinar con Él?
Que este final del Año de la Fe nos ayude a colocar, si es que lo hemos apartado, a Jesús en el centro de nuestra vida, de nuestra vocación, de nuestra familia y de nuestro pensamiento.
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