Día 16 : El heroísmo de las virtudes

 En el nombre del Padre 

y del Hijo

Y del Espíritu Santo,

Amén.

Continuamos esta semana en el desierto preparando nuestros corazones para la misión. Ayer abordamos el tema de las virtudes cardinales, pilares de todas las demás virtudes. Hoy vamos a profundizar un poco en las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo. Desarrollamos las virtudes porque son los frutos de una vida de oración. Jesús se instala en nosotros a través del Espíritu Santo y nos hace ser conformes a Él, hasta el punto de que podemos reflejarlo. Pero, ¿cómo sabemos si Jesús está en nosotros? … Pues… por la práctica heroica de las virtudes. Por el deseo de hacer el bien pase lo que pase. Por no negociar nunca el Evangelio. Amando a Jesús día tras día, amándole siempre incluso en los momentos de prueba. Por su gracia, también nosotros podemos llegar a ser heroicamente virtuosos. Y así es como podremos tocar a la gente y atraerla a Jesús, si tenemos algo que los demás no tienen. Volveremos a hablar de esto mañana.


“Las virtudes teologales disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto, a Dios conocido por la fe, esperado y amado por Él mismo” (1840).


En primer lugar, la fe es el deseo firme de creer en Dios y en todo lo que ha revelado, dicho o hecho. Es también el hecho de creer y asumir toda la enseñanza de la santa Iglesia. No dejar nada fuera. En griego, un hereje es alguien que elige. El que toma sólo lo que le interesa y rechaza lo que le molesta. La fe católica nos pide creer humildemente y aceptarlo todo sin vacilar. ¡Sí: es difícil seguir a Jesús, es quizá demasiado exigente, pero es el único camino que tenemos, y a cambio, Él nos promete la felicidad eterna. La fe es creer que Dios quiere que seamos plenamente felices y estemos vivos.


La esperanza está vinculada ante todo a la vida eterna. Esperamos el cielo y la vida en el mundo futuro. Esta vida plena prometida por el Señor. Es esta vida la que hizo decir a Santa Teresita: "No muero, entro en la vida". Los cristianos irradian paz, alegría y amor porque conocen la promesa de Dios. Si seguimos a Jesús, tendremos vida plena aquí y en el más allá. Un día miraremos a los ojos del Padre eterno y nos alegraremos de haber guardado la esperanza del cielo. Es decir: ¡la recompensa será grande!


La caridad significa seguir a Dios libremente. Al respecto, San Basilio se refirió diciendo: 


«O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda [...] y entonces estamos en la disposición de hijos»


Toda la caridad se resume en San Pablo: 


“... es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad”.

 

Tantas cosas para poner en práctica, pero esto se resume en una palabra: la caridad, al igual que la santidad, es vivir como Jesucristo. Es la imitación humilde y perseverante de Cristo en nuestra vida.


Por último, tenemos la promesa de obtener los frutos del Espíritu Santo, los cuales pueden ayudarnos a ver que Él está ahí, que es nuestro defensor. De hecho, el Espíritu del Dios vivo nos capacita para convertirnos en sus discípulos y apóstoles. 


Los frutos del Espíritu son las perfecciones que el Espíritu Santo forma en nosotros como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce de ellos: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia (Gal 5,22-23).


En los próximos días y semanas, les sugiero meditar ampliamente en las virtudes cardinales y teologales y los frutos del Espíritu Santo, pidiendo a Dios que prepare nuestros corazones y nuestras almas para que, poco a poco, podamos iluminar el mundo con estas virtudes que nos ofrecen Jesús y el Espíritu Santo.


Pidámosle a Jesús imitarle y parecernos poco a poco a Él.


Señor Jesús,
Me siento tan pequeño cuando miro tu perfección,

Me siento pobre e incapaz de todo eso,

Pero por tu gracia puedo hacerlo, puedo llegar a ser heroico,

Por lo que es imposible para los hombres,

¡Tú puedes hacerlo! 

Jesús, actúa en mi vida para que pueda tener las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.


¡Dame fe, esperanza y caridad!


Y por el Espíritu Santo, Señor, dame caridad, alegría, paciencia, longanimidad, benignidad, bondad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad. Amén”.

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